Cine

[OSCARS]Largo y sinuoso camino: Crítica a El irlandés

Por Santiago González

El irlandés comienza con una cámara moviéndose por el pasillo de un geriátrico hasta llegar al cuarto donde se encuentra en silla de ruedas Frank Sheeran (Robert De Niro) quien, hablándole al público, contara la historia de un viaje que hizo con su amigo/mentor Russel Bufalino (Joe Pesci) y sus respectivas esposas. Este viaje además abrirá la puerta a  una serie de flashbacks que contaran la relación de Frank con la mafia y su amistad con el líder sindicalista Jimmy Hoffa (Al Pacino).

El guión, escrito por Steven Zaillian, es una adaptación del libro I heard you Paint houses del investigador y abogado Charles Brandt.  El director es Martin Scorsese quien usa este material para poner en pantalla varios de los temas que rodean a su obra así como también le sirve para explorar nuevas cuestiones, como la huella que dejo en el cine, la vejez y las nuevas generaciones. De hecho es tanto lo que plantea en sus tres horas y media que la experiencia puede resultar abrumadora, pero lo que sí queda claro es que el director a sus setenta y siete años realizo una película llena de vida, con una energía impensable y que es más joven que muchas otras películas de este 2019 que ya se volvieron viejas e inolvidables.

 

 

Scorsese vuelve a la temática de mafias con las que había trabajado antes en GoodFellas (1990) y Casino (1995) pero también se deja influenciar por la infravalorada Silencio (2015). O sea se trata de una película  que además de ser explosiva y autoconsciente, reflexiona sobre el paso del tiempo, la muerte, la religión y el perdón divino. Porque lo que ocurre con el personaje de De Niro es que simplemente hizo un pacto con el diablo, en este caso interpretado por un Joe Pesci que con sus lentes oscuros oculta mucho.

Bufallino (Pesci) se le acerca a su coche para ayudarlo con una avería cuando eran jóvenes y va a ser él quien le va a abrir la puerta a la mafia, pero por supuesto que todo tiene su precio. No es que Frank Sheeran sea inocente, los horrores de la guerra lo hicieron enfrentarse a la muerte y podría decirse que su vida posterior siempre estuvo marcada por el crimen. Eso lo convirtió en un hombre con códigos para con sus superiores y eso hará que esté protegido, pero el rostro de De Niro expresa sutilmente mucho más y su sufrimiento es notorio sin la necesidad de llorar. En una época en que las películas parecieran estar hechas para que los actores muestren exageradamente lo buenos que son, lo que hace de Niro es una cátedra de actuación, de esa forma clásica de actuar. De hecho es un actor que, como se muestra «la» escena del  teléfono, es capaz de mantener un plano sin cortes, y con solo onomatopeyas  expresar todo su dolor.

Así es como el director va tejiendo una épica de vida, que se apoya en pequeños momentos y anécdotas. Cada una de ellas es una lección de cómo hacer cine a la vez que le sirve para ir desarrollando a sus personajes y sus relaciones. Scorsese no deja nunca que la narración decaiga, en todas las escenas hay un elemento interesante para destacar. Es incluso una película llena de humor, se burla de los estereotipos y también es un musical, porque toda la película está plagada de viejos temas de rock and roll, que siguen con sus acordes cada paso de la narración. Incluso es un autohomenaje  ya que  muestran algunas referencias muy sutiles a otros trabajos suyos.

El irlandés muestra  cómo Martin Scorsese sigue vigente. Una lección de que porque sea viejo no significa que no haga un cine joven. Una lección de cómo mantener tres horas y media sin necesidad de complicar una historia con miles de subtramas. Es una película que nos recuerda porque los directores salidos en la década del setenta hacían tan buenas películas. El irlandés es el poder del cine.

 

Santiago González

Estudiante de Artes Combinadas de la UBA y Crítica en el UNA. Le gusta escribir y ver películas la mayor parte del tiempo. Es fanático del cine de terror.