Cine

A mitad de camino, el mundo perdido de Jurassic World

Por Matias Llorens

En 1990, Michael Crichton, padre junto a Tom Clancy del género de los techno-thrillers, escribió Jurassic Park como una advertencia sobre hacia donde nos podían llevar los avances en ingeniería genética. Es una novela oscura, de ritmo frenético, que gira en torno a la avaricia empresarial, los límites de la ciencia y la irresponsabilidad en el uso de la tecnología, temas que a la larga serían recurrentes en su extensa bibliografía, y que Steven Spielberg adaptó con un grado de fidelidad elevado en la película homónima de 1993. Después vinieron The Lost World (la novela a pedido de Spielberg, y la posterior adaptación) y Jurassic Park III, que pareció ponerle un fin a la, hasta entonces, trilogías de los saurópodos.

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Sin embargo, y tras diez años de idas y vueltas, los animales más grandes que han transitado la Tierra vuelven a la pantalla grande: Jurassic World, dirigida por Colin Trevorrow, nos lleva de vuelta a la Isla Nublar, donde un parque de entretenimiento a escala de los animales que lo habitan está a punto de convertirse en noticia.

El principal problema que enfrenta Jurassic World es su origen: después de una década en development hell, múltiples reescrituras de guión e idas y venidas entre directores, actores y productores, lo que terminó llevando Colin Trevorrow (autor del éxito indie Safety Not Guaranteed y co-guionista de esta película) a pantalla resulta ser un gran espectáculo visual, pero carente de alma que lo sustente.

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Promediando el metraje de la última película sobre los monstruos prehistóricos traídos a nuestra época mediante ingeniería genética, se hace evidente (y, hasta cierto punto, insufrible) el constante homenaje a la gran película con la cual Steven Spielberg nos abrió las puertas al mundo de los bichos generados por CGI. Y esta metatextualidad latente (de saberse un vehículo como homenaje al gran cine de aventuras y a las monsters movies) que la atraviesa durante dos horas, podría ser un lastre para cualquiera que esperara otra cosa de la película que no fuera eso: una continuación/reboot demasiado consciente de sí misma.

Problemas en el tono y en el ritmo logran que el interés que uno tiene al comienzo del film se termine diluyendo en una trama reciclada, con personajes acartonados. A saber, Jurassic World repite paso a paso lo que hicieron las tres películas anteriores, sin avergonzarse de ello. Pero dejando de lado las verdaderas joyas de la Jurassic Park: no hay nadie que tenga el magnetismo de Jeff Goldblum como Ian Malcolm, ni el monstruo titular de la función, un híbrido llamado Indominus Rex, logra generar la misma fascinación que sí trajeron consigo los Velociraptors o la primera aparición del Tyrannosaurus.

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Pero, aunque ya veamos por tercera o cuarta vez la misma historia, las actuaciones y la dirección permiten hacerla llevadera: Chris Pratt tiene mucho carisma y es en torno a quien giran las mejores escenas, su química junto a Bryce Dallas Howard está bien lograda sin salirse del terreno PG-13, y la estética simil camp que maneja Trevorrow va mejor de la mano con una película que no se toma del todo en serio, que con las temáticas que trata de fondo, como lo son la codicia empresarial de InGen, los avances tecnológicos y los límites de la técnica.

Es por eso que Jurassic World no termina siendo ni buena ni mala: no hay nada sorprendente dentro de ella, pero nada que termine de desagradar. Lejos de la fascinación que generó Spielberg en su momento, se contenta con ser un correcto blockbuster que funciona más como medio para justificar consumir pochoclo y gaseosa que como otra cosa.

Matias Llorens

Ácido a veces, siempre razonable y honesto con lo que piensa. Sabe de lo que está hablando y mucho. Desde música a cine, pasando por literatura, su gran pasión. En Negro&White escribe sobre NFL, otra de sus locuras.