Cine

Elefante Blanco: la miseria según Pablo Trapero

Por Milly Sur Bianchiman

Pablo Trapero (Leonera, Carancho) una vez más logra hacer lo que mejor le sale: trasladar al cine grandes temas marginales. Elefante Blanco es sin duda uno de sus trabajos más jugados en cuanto a la magnitud de producción.

El film cuenta la historia del padre Julián (Ricardo Darin), un sacerdote católico que trabaja en Villa Lugano, donde se encuentra el famoso Elefante Blanco: las ruinas de un hospital que prometía ser el más grande de Latinoamérica, y que fue puesto en el olvido por  los gobiernos de turno, convirtiéndose solo en una mole de cemento. Julián integra a Nicolás (Jeremie Renier), un joven cura belga, que se suma al trabajo dentro de la villa. Luciana (Martina Gusman) es una asistente social que trabaja desde hace varios años en conjunto con Julián para ayudar a mejorar la calidad de vida en el barrio. La historia en Elefante Blanco se desarrolla a partir de estos tres personajes, quienes atraviesan por crisis personales,  que ponen en duda sus creencias, su fe, su pasión, su deber hacer y sus convicciones.

La puesta en escena de la película es su mayor virtud. Trapero, nos encierra en la villa obligándonos con su cámara a recorrer lugares que muy pocos se animarían a ver. Repleta de excelentes planos secuencias que siguen a los personajes, el espectador es un testigo de la miseria extrema, pudiendo reconstruir la difícil vida cotidiana de este barrio, sin tapujos, ni esteticismos.

La falencia de Elefante Blanco, quizás, sea la cantidad de subtramas que podrían haberse omitido, logrando una historia más solida, sin golpes bajos, ni tantos merodeos innecesarios. Al final y como conclusión, se siente que había mucho para decir, mucho por resolver y las casi dos horas de película no alcanzaron.

En lo que respecta a las interpretaciones, este no es el mejor trabajo de Ricardo Darin, que si bien tiene sus momentos creíbles, parece que Darin estuviese en conflicto con su ser al igual que su personaje de Julián. Y lo mismo sucede con Martina Gusman, algo irregular en su interpretación, donde a veces las lecturas del guión parecen acartonadas y poco creíbles. En cambio Jeremie Renier (Expiación, deseo y pecado, La Decisión de Lorna), luce más inmerso dentro de la realidad que le toca vivir en la villa, y su martirio o culpa es verosímil hasta cierto punto, y no por una cuestión de interpretación, si no de guión.

Elefante Blanco es una película, reflexiva, tensa y entretenida, con la crudeza justa que caracteriza a Pablo Trapero, quien demuestra su capacidad para hacer un film rentable internacionalmente, sin excederse de códigos argentinos, logrando un buen marco cultural y social, comprensible para cualquier tipo de espectador.

Una película dura, salvaje y tajante sin duda, pero de todos los trabajos de Trapero, y de todas las películas que retratan la miseria de la sociedad argentina, Elefante Blanco es el film  más sobrio y maduro que se puede encontrar en el nuevo cine argentino.

Milly Sur Bianchiman

Cinéfila. Cómic fan. Amante y defensora del hábito de leer y los animales. Detallista a ultranza. Apasionada de los recovecos del séptimo arte.