Cine

Suburbia: la reivindicación del outsider

Por Felipe Restrepo

Transcurren los inicios de los años ochenta en los Estados Unidos. Un país conservador gobernado por Ronald Reagan, sometido a fuertes recortes socio-económicos y avasallado por una cultura televisiva e hiper consumista, donde las posibilidades de trabajo son escasas y la represión se evidencia en medidas políticas en las que se reivindica la legitimidad del Estado para perseguir al delincuente sin los procedimientos legales idóneos.  Nada nuevo que no haya sucedido en otros gobiernos de derecha.

En ese contexto se desarrolla la película de los marginales personajes de los suburbios norteamericanos.

Niños y adolescentes con familias en donde impera la pobreza y la incertidumbre laboral, tejen expectativas casi nulas sobre sus futuros. Su única alternativa es vivir el presente junto a aquellas personas y cosas que les permiten tener una efímera emoción: jugar con perros rabiosos, escuchar música punk, cuidar una rata, darse un chute, tomarse una pepa, fumarse un porro, la pelea, el pogo, la cerveza, etcétera.

El concepto de felicidad no es el mismo que la televisión y Hollywood les vendió desde el vientre de sus madres:  no todos fuman cigarrillos mentolados, comen pavo en las noches, pierden la virginidad a la luz de la luna y van a la Universidad de Yale.

Una vez escapan de sus casas, el No Futuro se presenta no como una de las tantas opciones que tienen en sus vidas, sino porque la realidad es frustrante y desesperanzadora. ¿Para qué pensar en lo que voy a desayunar mañana si hoy no tengo para cenar?.  Algo nada distante de lo que sucede con muchos chicos que viven en las calles (recuerdo una desgarradora frase de un niño que vive en la calle en La vendedora de rosas, película colombiana dirigida por Víctor Gaviria: “…pa´que zapatos si no hay casa…”).

Los punks en Suburbia se convierten en tal cuando deciden no seguir los lineamientos de un modelo neoliberal que genera expectativas sólo para aquellos que van a iglesia los domingos, beben leche con galletas, tienen relaciones sexuales con ánimos reproductivos y compran armas en Sears para defenderse de cualquiera que parezca un ladrón.  Se convierten por ende en los outsiders: los que están por fuera del sistema y del mandato de la Ley.

Es entonces, y sólo a través del accionar conjunto de una triada siempre peligrosa: la iglesia, la policía y “la gente de bien”, que se puede volver a corregir el maltransitar de esos inadaptados drogadictos para seguir manteniendo la idílica mentira que vende la televisión y los amañados medios de comunicación.  Ellos piensan que a todos esos mugrientos punks hay que exterminarlos, como también a aquellos perros rabiosos que corren libres por los suburbios.

La triada, estática y alienada, no se da cuenta que hacen parte de un sistema viciado que les hace creer que todo está bien mientras sonrían con sus hijos en las fotos familiares, paguen sus deudas a tiempo en los bancos, vean la televisión después del trabajo y confiesen sus pecados  antes de que mueran. El que se sale de ese esquema genera miedo, tanto miedo que dan ganas de armarse y disparar indiscriminadamente.

Para lograr mayor realismo, la directora y guionista Penelope Spheeris, convocó a algunos niños de la calle y a miembros de bandas punk para que participen como actores en la película. El resultado son actuaciones fragmentadas pero que refuerzan el estado alterado y desorbitado de los chicos de la calle.

Dado el perfil documentalista de la directora, la mayoría de las escenas de los conciertos son reales con el ánimo de captar el frenético ambiente que se vive durante las presentaciones. Algunas de las bandas son importantes dentro del movimiento punk y harcore de principio de los ochenta en norteamérica, como por ejemplo,  The Vandals y TSOL.  Este movimiento fue importante en la cultura musical estadounidense por su carácter contestatario.

La fotografía y las locaciones remiten por momentos a películas de clase B, seguramente con la intención de generar un ámbito en donde los chicos de las calles conviven, al igual que zombies, como seres marginales de un sistema decadente.

Dato:  un pubertoso Flea, bajista de los Red Hot Chili Peppers, hace su primera aparición cinematográfica conviviendo con una rata de alcantarilla.

Felipe Restrepo

Su papá le incentivo el amor por el cine llevándolo a ver películas para mayores de 13 años cuando él aún era un niño. Productor y director audiovisual independiente.