Breve Prólogo: Ví Verano 1993 el año pasado, fue mi gran final, mi fin de fiesta del BAFICI 2017 y la mejor que ví en esa edición. Llegó un domingo y junto con el cansancio se hizo presente la películas de las niñas del encanto. Lloré, pero de emoción y feliz de haber celebrado una película hermosa. Hoy, luego de un año, releo mi nota, publicada en ese momento, y vuelvo a sentir muchas ganas de volver a verla.
Frida y Anna: Frida (Laia Artigas) es una niña que ha perdido a sus padres y que se va a vivir con una familia adoptiva a la zona campestre de Ampordé en Cataluña, allí intentará buscar interrogantes acerca de la muerte de sus padres. Con sus silencios y su cara de desolación -el trabajo de la pequeña es maravilloso- Frida pasa por todos los estados emocionale; la angustia de la pérdida -la niña no puede llorar- y la vida en convivencia con su nueva familia, la hace transitar por varias historias dentro del relato. Su hermana adoptiva, Anna (Paula Robles), de tan sólo tres años, se convertirá en su principal compañía y juntas revolucionarán una película en donde todo funciona a la perfección. Las niñas actúan bien, se sienten cómodas con la cámara y ese pasaje, de la niñez. con sus siestas eternas y los juegos a ser «grandes», genera una empatía instantánea.
La directora española Carla Simón pone todo su corazón -y eso se nota- a este relato autobiográfico. El clima del “verano” y el crecimiento de los personajes durante la película fortalecen una historia en donde uno se siente emocionado. Frida y Anna y los padres ( Bruna Cusi y David Verdaguer) son geniales, los conflictos son reales y cada detalle minucioso en la construcción del cuento, refuerzan una película en donde el tema principal es el amor de familia. Valoración: Muy Buena