“Soon I’ll be on a plane and soon you’ll feel the cold rain”
“Siempre pensé que me habías olvidado”, le dice Celine a Jesse cuando se vuelven a ver en Paris,
nueve años después de ese encuentro definitorio en Viena. “No”, le responde él. “Yo tenía una
imagen bastante clara de vos en mi mente”. Se miran unos segundos, midiendo qué van a decir
y luego cambian de tema, como si no quisieran llegar a ese momento de la conversación en el
que se caen las fachadas. En Antes del amanecer, curiosamente, sus protagonistas hablan de
cómo a veces en las relaciones uno se termina convirtiendo en un soldado, planeando una táctica
perfecta, calculando qué ficha jugar y en qué momento. Richard Linklater, de manera astuta,
retoma ese mismo planteo y lo traslada a la secuela. Pero no solo lo hace en la primera media
hora, cuando Jesse y Celine hablan desde el medio ambiente hasta la magia del universo, sino que
también los enfoca en ese intercambio de miradas al pasar, captando gestos que denoten nervios,
conmoción y, sobre todo, amor.
Antes del amanecer y Antes del atardecer son películas sobre el tiempo y la memoria, sobre cómo uno entra en guerra con la otra, sobre cómo los recuerdos pueden persistir o pueden disolverse. Jesse y Celine se conocen por un hecho fortuito – ella cambia de asiento en un tren y así empiezan una conversación -, se conocen en un viaje, se conocen en movimiento. Ella se dirige a un destino, él a otro, pero algo los une, esa magia que para Celine tiene forma de un Dios que no está “ni en vos ni en mí, sino en el espacio intermedio”, como una suerte de energía intangible que los conecta y ya no los suelta. En Antes del amanecer las conversaciones son largas y abarcativas, pero antes de que el primer encuentro concluya, Jesse cita W.H. Auden con ese “no podés conquistar al tiempo” y luego le saca fotos mentales a Celine, esas fotografías sin revelar de las cuales ya no va a poder deshacerse.
Nueve años después, en la presentación de un libro apropiadamente titulado This Time, Linklater (quien co-escribió el guión con Ethan Hawke y Julie Delpy) hace que Jesse vuelva a traer a colación el tiempo, no solo con referencias culturales sino también con ese primer monólogo sobre su próxima novela acerca de cómo el tiempo es una mentira y cómo una determinada experiencia (en ese caso, una canción) puede transportarte a un momento de tu vida que creías olvidado.
Luego alguien le pregunta si “la chica francesa” y él se quedan juntos. Y aquí es donde radica lo
brillante de la secuela. A través de la respuesta de su personaje la película se define a sí misma.
Jesse responde: “Eso es un test para saber si sos un romántico o un cínico”. Con ese final, en el
que él mira a Celine desde un sillón, sin intenciones de tomar ese avión mientras Nina Simone
canta “Just in Time”, el film nos pone a prueba a nosotros, nos hace elegir entre un final cínico o
un final romántico.
De todos modos, Antes del atardecer – más allá de la confirmada/temida/ansiada continuación -, es una película sin final, es una película sobre el tiempo suspendido. Celine le dice a Jesse: “Ahora te vas a tomar un té y…”. ¿Y qué? No sabemos. Los guionistas cortan la frase, la dejan en suspenso. En nuestra propia memoria, ella y él siguen en ese departamento, tomando té, escuchando a Nina y expresando ese amor latente a través de la evasión de un futuro inmediato (Jesse y ese avión) y a través de una dedicatoria adorable (Celine y su vals).
Mediante esos gestos sabemos que la lucha del tiempo contra la memoria es fútil. Sabemos que en nueve años, tanto uno como el otro, con vidas tan disímiles, no pudieron olvidarse y se llamaron, se buscaron, con sus propios mecanismos. Él mediante la escritura, ella mediante la música. Sin embargo, a pesar de cierta esperanza, a pesar de que a cada segundo corroboramos que estamos viendo a dos personas que se aman, Antes del atardecer también es una película triste. Jesse intenta revivir un matrimonio que vaya uno a saber si alguna vez tuvo vida, y Celine evade el romanticismo mediante relaciones de poca trascendencia. ¿Por qué? ¿Por miedo? ¿Por cobardía? No.
Por la certeza de que allá afuera está la persona a la que sienten pertenecer. “La idea de que no podemos estar completos sin un otro es malvada”, se queja ella, en esa extraordinaria secuencia en el auto. Pero no sabemos si se lo está creyendo. “Sueño que estoy en una plataforma y que vos pasás en un tren, y pasás, y pasás, y pasás, y yo me despierto llorando”, confiesa él, añadiendo el demoledor “en el amor tiene que haber algo más que compromiso”. Y así sabemos que es cierto. Que esas fotografías mentales que él sacó en Viena se las llevó a Texas y a Nueva York; y que ella, viviendo en Nueva York en simultáneo, pensó en si el destino los cruzaría.
Así como Antes del amanecer se toma su tiempo para crear ese vínculo bullet/time/proof, en
Antes del atardecer vemos en los rostros de Ethan Hawke y Julie Delpy el adiós a la juventud, la conciencia de la vida adulta, el cambio en las prioridades, y el cómo el no haber intercambiado sus teléfonos en esa primera que se vieron se convirtió en un gesto de idealización del romanticismo.
En Antes del atardecer, al contrario, se reprochan ese gesto, porque pasaron nueve años y nunca más apareció nadie que les haya generado el mismo sentimiento. “Recuerdo es anoche con vos más que años enteros”, admite Jesse. Porque en esa noche, más allá del sexo, más allá del amor, más allá de los paseos turísticos, se concentró un momento, un testimonio de cuán ingenuos eran respecto a los vínculos. Por eso, el reencuentro, incómodo al principio, relajado después, tenso nuevamente y finalmente relajado de nuevo, no es solo el reencuentro de dos personas sino también el choque de dos generaciones con dos mentalidades diferentes. Los de veinte, los de treinta. El hombre temerario contrastando con el hombre asentado pero infeliz. La mujer idealista contrastando con la mujer que no puede recuperar el romanticismo perdido.
“Te expresé un montón de cosas y vos te las llevaste”, dice Celine mirando a Jesse con dolor por
ese momento irrecuperable. Él, por su parte, parece tan vulnerable como para disolverse en
moléculas cuando ella lo abraza. ¿Cuánto tiempo bastó para que ambos pasaran nueve años sin
olvidarse? ¿Solo un día juntos? Antes del atardecer le responde a Antes del amanecer en eso de que es imposible conquistar al tiempo. Ellos lo hicieron, lo desafiaron, como dice una canción
de Jaime sin Tierra, pudieron poner el tiempo de su lado para que así, al volver a verse, esa
energía no tuviera dificultad para resurgir. Antes del atardecer es una película sobre ese nombre que no es igual a ningún otro, sobre esa persona “hecha de detalles específicos” que se vuelve irremplazable. Por eso es imposible no sentirse identificado con Jesse y Celine. Porque todos, en un momento u otro, pasamos por lo mismo; porque todos, antes o después, evocamos a esa clase de conexión que se da solo una vez en la vida.