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Este año el BAFICI presentó una nueva sección de competencia llamada Americana, en la cual a los tradicionales países que componían la sección Latinoamericana se le agregaron tres más angloparlantes: Canadá, Estados Unidos y Belice. La obra de Jim Finn de extenso nombre, pero de escasos 61 minutos de duración, es una confusa recreación de la Guerra de Secesión a través de juegos de mesa que representan las distintas batallas. El propósito es demostrar la habilidad táctica como así también el desconcierto del general Grant, luego devenido en el decimoctavo presidente de los Estados Unidos, para liberar los estados sureños. Si bien la narración avanza cronológicamente mediante capítulos, se produce en el espectador una ensalada geográfica frente a la profusión de nombres de sitios, ríos y estados de un país tan extenso.
La ausencia de un mapa general que ubique los acontecimientos, la falta de visualización de la línea divisoria entre los dos ejércitos y el desconocimiento de la distancia de Washington de los combates mostrados, provocan un rompecabezas difícil de componer. A ello se suma la profusión de placas, monumentos y lugares históricos que se superponen al relato y no dan tiempo a registrarlos.
De todo este mix sale muy mal parado el general Forrest, racista, cazador en el sur de niños y esclavos, responsable de la masacre de Fort Pillow, único combate que no ha sido reproducido en un juego de mesa. Tampoco son muy favorables las referencias al general Lee. Para un avezado en la Guerra Civil norteamericana puede resultar atractiva esta variante para presentar el conflicto, pero para aquel que se acerca por primera vez es como un ovillo de lana difícil de desenrollar.
La uruguaya Carmen Vidal mujer detective también participó en la Sección Americana. Una comedia noir asordinada, una parodia a las películas de misterio que incluyen investigadores privados con una protagonista adicta a la pizza, la cerveza y la marihuana.
Los personajes caricaturescos, algunos con rasgos fellinianos, se mueven por Montevideo con esa tranquilidad excesiva que caracteriza a los uruguayos. Detectives torpes como los que protagonizaba Leslie Nielsen a fines de los ochenta, desordenados y con decisiones absurdas, le ponen un toque bizarro que no desentona. La ópera prima de la directora Eva Dans se inscribe en la línea de Whisky (Rebella/Stoll – 2004) y la más reciente Alelí (Leticia Jorge – 2019), todas teñidas por un costumbrismo muy particular que muchas veces permite esbozar una sonrisa.
También compite en esta nueva sección Gualeguaychú el país del carnaval. El título parecería reflejar la exuberancia de las carrozas, los multitudinarios desfiles y el colorido de la celebración entrerriana más famosa de la actualidad, pero el rumbo que le da Marco Berger es otro. La película es un pseudodocumental ya que mezcla la ficción al registrar la participación de tres jóvenes en los preliminares, los preparativos y la previa de los días en que deben concursar, con sus inquietudes, dudas y aspiraciones. El director muestra el costado femenino de los hombres que aprovechan las comparsas para usar brillos, lentejuelas, maquillaje y prendas mínimas de colores destellantes.
El diálogo, profuso y constante, es en su mayoría intrascendente, un murmullo, un agregado más a la banda sonora. El interés es otro. Berger aprovecha el carnaval para desplegar sus obsesiones y trazos que han caracterizado su cine, en este caso como en Taekwondo (2016), de manera liviana y alegre acordes con el festejo. La cámara registra la aglomeración de cuerpos masculinos en los vestuarios como en Fullboy (Martín Farina – 2015), como así también primeros planos de los físicos para resaltar indiscreciones o partes púdicas que se descubren. Las imágenes que reflejan sensualidad, pueden considerarse un regodeo o una exaltación del cuerpo masculino de forma reiterada. En todo caso es una marca característica del director de Ausente (2011), que, como pocos, registra de modo muy particular un tipo de belleza poco resaltada por el cine.
