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El último largo del director filipino Raya Martin está en las antípodas de su gran obra Independencia (2009). La muerte de Nintendo es un “coming-of-age” retro que transcurre en la década del noventa. Tres adolescentes entre catorce y quince años se juntan para disfrutar de los videos juegos de aquella época, experimentan sus primeros escarceos amorosos y realizan travesuras a espaldas de los adultos. La historia del espíritu de “La dama blanca” los hace incursionar de noche por un cementerio, buena excusa para dar el primer beso a la chica de sus sueños. El clima festivo y jovial se impone en esta comedia de crecimiento, en contraste con las rigurosas normas católicas para la Semana Santa que incluyen escenas de autoflagelación. En hogares de padres ausentes, el hermano mayor de uno de los jóvenes suele resolver los contratiempos de los protagonistas, que tienen como meta la circuncisión como símbolo de hombría y paso a la adultez. La metáfora de la erupción del volcán Pinatubo en 1991 en coincidencia con el corte del prepucio, agrega un toque divertido a la obra de Martin. Una simpática recreación de autodescubrimiento en la que el paso del tiempo se ve reflejado en el reemplazo del Nintendo por el Saga.
El ingreso ilegal a Ecuador de dos chinos, un hombre y una mujer, por el puerto de Manta, trae a colación el candente tema de los expatriados. Ambos tienen aspiraciones distintas, él, lograr que su hijo siga su mismo camino, ella, una vía intermedia en su destino final: Nueva York. Ubicados en Guayaquil, estarán en distintas tareas, bajo las órdenes de un miembro de la colectividad a cargo de negocios turbios que retiene sus documentos. Los dos se encuentran en una encrucijada, forzados a decidir, se arman de coraje para escapar de la telaraña armada por la comunidad china del lugar. Para Lei, la protagonista, los hombres llevan una máscara, sus relaciones se manejan por el interés, no confía en ellos, pero trata de sacarles partido. Wong, por otra parte, lucha para no aceptar un futuro que no quiere y evitar que las circunstancias terminen envolviéndolo.
Vacio
Su fuga tendrá como rumbo Montevideo, donde trabajan como lavaplatos bajo las órdenes de un patrón mandón de su misma raza. “¿Será este nuestro futuro?” se pregunta Lei como ejemplo de la incertidumbre que acecha a millones de inmigrantes en el mundo. El final la encontrará sentada en la rambla uruguaya mirando la inmensidad de las aguas, en este caso del Río de la Plata, como Antoine Doinel en Los 400 golpes (François Truffaut – 1959) o Zampano en La Strada (Federico Fellini – 1954) o Alberto Sordi y sus amigos en Los inútiles (Fellini – 1953), buscando respuestas, una vía de escape, las ansias de libertad. Vacío es una sólida ópera prima de Paúl Venegas, con una narración clara y comprometida, rara avis en el panorama latinoamericano.
Alfredo (Pepón Nieto) y Teresa (Carmen Machi) son un matrimonio de Burgos, España, cercanos a los sesenta años, que deciden realizar el viaje de sus sueños. Será la primera incursión en el extranjero sin su hija y que tendrá como destino los Estados Unidos. Juan Cavestany aprovecha la excursión para desplegar las desavenencias conyugales de una pareja desgastada por el paso del tiempo. Las discusiones, la falta de interés, el desánimo, caracterizan los desplazamientos de los esposos. Sin embargo, el viaje se torna raro, parecen no estar en la Nueva York que querían visitar, los monumentos clásicos lucen artificiales, las calles y parques públicos que recorren parecen los “no lugares”, indefinidos, similares a cualquier urbe del mundo. Las secuencias comienzan a repetirse como en El día de la marmota (Harold Ramis – 1993) pero con diferentes matices: los humores de uno pasan al otro, las actitudes del marido replican en la esposa, las acciones de día se suceden en la noche.
Por otra parte, como un componente más, el miedo se hace presente a través de un negro que surge al pie de la ventana del hotel, el fantasma de la hija en la habitación, la aversión a atravesar un túnel del parque. Finalmente, como en el film de Ramis, la pareja podrá superar sus escollos, entonces “la gran manzana” lucirá radiante, plena, colorida y luminosa. Los protagonistas han podido cortar ese cordón umbilical que los ataba a su hija, han dejado atrás sus miedos para poder gozar de la Estatua de la Libertad, el Rockefeller Center, Time Square y otros íconos de la ciudad. Un efecto óptico es también una crítica al desplazamiento rutinario de los turistas, que, como el rebaño de ovejas de la granja de Alfredo y Teresa, son llevados de un lado a otro por los mismos lugares. Una comedia distinta, asordinada, con cierto sabor amargo, que puede desconcertar al espectador amante del cine clásico.