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Siempre que esperamos algo con fervor incontrolable, nos vamos haciendo una idea. Intentamos inferir todos los resultados posibles, nos ilusionamos y ensayamos en nuestro imaginario lo que podría pasar o no pasar. La anticipación nos genera expectativa, y Believe es la prueba viviente de que la realidad suele no estar a la altura de lo que vamos tejiendo en el momento previo a que algo suceda.
Y aquí es donde ya no vamos a fingir sorpresa y dejaremos de engañarnos: hace tiempo que todo lo que venga con la estampa J.J. Abrams es una copia de una copia, un cúmulo de mediocridad adornada de donde salen ideas más o menos similares producidas en serie. Una afirmación difícil, claro, teniendo en cuenta que su nombre ostenta un gran peso en la industria televisiva y que ha sido responsable de productos adictivos, como Lost o Fringe. Pero hace rato que miramos para otro lado cuando la crítica y el público aplastan alguna de sus producciones (como pasó con Undercovers o Alcatraz). Aunque no podemos quitarle el mérito de seguir apostando a ése estilo de ficciones, claro está.
La atención estaba puesta desde el principio sobre uno de los creadores y también uno de los hombres del momento, Alfonso Cuarón, quien venía de ganar el Oscar como Mejor Director por Gravity. Casualmente, el estreno del episodio piloto de Believe se dio unos días después del gran evento, lo que dejó la pantalla aún más caliente, a la espera de una serie brillante. La nueva apuesta para la TV se quedó un poco corta, y entre efectos y realidades poco convincentes, terminó apareciendo un drama del montón.
La historia gira en torno a las habilidades sobrenaturales de Bo Adams (Johnny Sequoyah), una niña de diez años que ha tenido dones especiales desde su nacimiento, pero que con el correr de los años se han hecho más difíciles de entender y controlar. Es por eso que dos organizaciones (a los efectos de que el guion funcione, los buenos muy buenos y los malos muy malos), corren detrás de ella: unos para usar y controlar sus dotes con fines desconocidos, y otros, para que sirvan a futuro como instrumento de paz.
Poniendo su vida y su carrera en peligro, el protector de Bo, Milton Winter (Delroy Lindo), acude a William Tate (Jake McLaughlin), un hombre que fue encarcelado injustamente y condenado a muerte para encomendarle la dura tarea de proteger/hacer de niñera de Bo. Las habilidades de la niña terminan por convencer y encantar a Tate, quien rápidamente descubre que ella tiene el potencial de ver el interior de las personas, descubriendo sus secretos, miedos y sentimientos más profundos. Juntos, emprenden un viaje de ciudad en ciudad en el que deberán aprender a convivir si quieren escapar sanos y salvos de los peligros que los acechan.
Pero el verdadero objetivo de la serie no está puesto en los efectos especiales ni en la trama de ciencia ficción, sino en el vínculo entre Bo y Tate. Este elemento apunta al público familiar o mejor conocido como la esfera apta para todo público. El principal problema radica en que las apuestas por un show que sea bien recibido por todos, usualmente terminan sin ser del agrado de la mayoría.
Esto deriva en que la trama de ficción se vuelve un poco más creíble que el costado realista de la serie: es más fácil creer en niños dotados con telequinesis antes de comprar el lado sentimental que nos muestra la historia. El proceso de adaptación de los dos personajes principales no ha madurado lo suficiente como para ver una química acabada, a tal punto que muchas escenas terminan por desmoronarse, pese al innegable talento de la pequeña Johnny Sequoyah.
Al margen de que sea una figura repetida (muchos podrán alegar que las tramas de chicos con poderes sobrenaturales están muy vistas y que esta serie nos recuerda bastante a Touch), uno de los mayores problemas que tenemos con esta producción es que a las actuaciones les falta algo más para ser completamente creíbles. Tomemos la escena de la pelea en el hospital como disparador para preguntarnos por las capacidades de ésa villana que tan poco tiene para ofrecer y por las situaciones conflictivas que se resuelven rápida y convenientemente, haciendo que el espectador se quede con varias dudas.
Claro que, aún nos queda un largo camino y que tenemos que saber perdonar a las series en sus primeros intentos. Con tantas expectativas que circularon en torno a Believe, no nos queda más que confiar y esperar. Y claro, creer.