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De vez en cuando nos topamos con películas que nos hablan directamente, que reflejan en pantalla cosas que son propias de la vida y con las que podemos identificarnos de inmediato. A veces nos vemos reflejados en un personaje o en diversas situaciones, y mientras estamos mirando el film, asentimos con la cabeza e internamente decimos “tal cual” o miramos al de al lado y nos reímos (o lloramos) porque nos ha pasado algo similar a lo que sucede en pantalla. Estas películas, por lo general, son aquellas que definimos como obras “sobre la vida misma”.
Boyhood, de Richard Linklater, entraría en esa categoría. Durante varios pasajes del film recuerdo haber mirado a mi hermana, sentada a mi lado, y reírnos porque nosotras de chicas “hacíamos eso mismo que hacen los personajes” o porque reconocíamos una canción, un libro, que marcó nuestra infancia/adolescencia. Durante otros pasajes, preferí mirar a mi mamá, sentada más lejos, mientras se emocionaba por un diálogo de Olivia, la madre del film. Olivia le hablaba a su hijo, ya grande, a punto de irse a la universidad, a punto de abandonar el nido. Decía cosas tan reales y sentidas que yo sabía que mi mamá estaba asintiendo con la cabeza, diciendo internamente “tal cual”.
No me detuve a mirar a mi alrededor porque no quería perderme detalles del film, pero estoy segura que casi todos los adultos se identificaron con esos padres, y todos los jóvenes adultos nos identificamos con esos hijos, con Mason y Samantha, con cada cosa que hacían o decían, que leían o escuchaban. Porque se trataba de eso, de la vida misma.
Richard Linklater sabe retratar el paso del tiempo como nadie. Ya lo había demostrado en la trilogía Before Sunrise–Before Sunset–Before Midnight y acá lo vuelve a hacer, pero creo yo, mejor que nunca. Boyhood se centra en un niño, Mason (hijo de padres divorciados) y en todos los cambios, experiencias y momentos típicos de la infancia y la adolescencia que atraviesa desde los 6 años hasta que cumple 18: las nuevas vidas de sus padres; el colegio; las constantes mudanzas; los cambios en la familia; el primer amor; el despertar sexual; la rebeldía; las responsabilidades; las obligaciones; la universidad; la incertidumbre y el miedo a lo que vendrá, etc.
Si Linklater se tomó doce años para filmar esta película es porque quiso ser lo más fiel como fuera posible al paso del tiempo. Por eso acá no hay efectos especiales, maquillaje para sumar o restar años, o varios actores encarnando un mismo papel: Ellar Coltrane crece frente a nuestros ojos, al igual que Lorelei Linklater (hija del director), que Patricia Arquette y Ethan Hawke (que crecen pero sobre todo envejecen). Ver ese proceso, ese crecimiento, es algo único, impresionante, conmovedor, no se ve todos los días y yo le agradezco al director por ello.
Los libros de Harry Potter (que marcaron a una generación); la gran banda sonora conformada por los artistas más resonantes de estos últimos doce años (Coldplay, The Black Keys, Arcade Fire, Gotye) y por clásicos como Paul McCartney y Bob Dylan; los cambios en el personaje (desde los diversos peinados pasando por los aretes y piercings); y algunos de los momentos históricos más importantes para Norteamérica, son algunas de las cosas que aparecen para marcar cada etapa de la vida de Mason.
Son doce años llenos de enseñanzas, de experiencias, de momentos buenos y momentos malos, de decisiones importantes (y también erradas), pero no solo para Mason, sino para todos aquellos que lo rodean. Boyhood es una película gigante; una experiencia maravillosa y emocionante. Es una de las obras más importantes del cine contemporáneo y por eso nadie debería perdérsela.