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Álex de la Iglesia tiene una voz grave absolutamente fascinante, es un orador hábil que con su elocuencia narra historias fantásticas, interesantes de escuchar. Es de esas personas cuya retórica deslumbra. Debo admitir que mi corazón de fan me llevó con una predisposición absoluta a su encuentro. “Es el director de 800 balas”, me dije. Esa película entrañable homenaje al Spaghetti Western en donde la cinefilia del director retrata una aventura alocada en un centro temático en Almería. 800 balas, no es de sus películas más icónicas pero para mí es la mejor: las relaciones de familia y la fantasía se presentan en esta historia, en donde el protagonista es un niño, Carlos (Luis Castro) quien va a visitar a su abuelo que trabaja en un parque, ambientada en el lejano oeste. La nostalgia y el viaje iniciático del niño, convierten a 800 balas en una gran comedia.
Los universos que crea Álex de la Iglesia son mundos sórdidos, grotescos, en donde el humor y la camaradería se convierten en leitmotiv: Acción mutante, El día de la bestia, Perdita Durango, Muertos de Risa, La comunidad, Crimen Ferpecto En todas estas películas, prima la forma física de la comedia: lo cómico primitivo, la pulsión anárquica se vislumbra en los más poderosos del slapstick. La filmografía de De la Iglesia es buena y sólo a un loco podría no gustarle. Además tiene el cliché del grupo de actores fetiches, logrando una familiaridad que se percibe en la pantalla. Con El bar, película que nos convoca, y que trajo por fin a Álex de la Iglesia a la Argentina, despunta el vicio de la comedia apocalíptica, esa en donde los protagonistas funcionan como grupo: ellos están bajo una amenaza sobrenatural y deben combatir sus miserias humanas.
La historia de El bar transcurre en el centro de Madrid. Un grupo de personas convergen en una cafetería por casualidad, todo parece normal hasta que algo sucede y deben quedarse en cuarentena: un empresario, un hipster -amamos tanto a Mario Casas- un policía, una muchacha que busca el amor ideal, una jugadora compulsiva, el bartender amiguero, una vieja cascarrabias dueña del bar y un vagabundo místico están presos de su libertad.
Como en sus comienzos, Álex de la Iglesia exprime el humor de una manera poco bizantina, los personajes se ponen pocos tolerantes, ásperos y hasta violentos. Deben sobrevivir y en esa jugada es donde Alex de la Iglesia centra la acción. Los amores y la seducción surgen: el hipster, Nacho, intenta atraer a la muchacha soñadora, Elena -Blanca Suarez- a quien no lo he ido bien en el amor; el romance es parte de esta historia en donde el minuto a minuto opera como definitorio del humor y de la resolución.
“En mis historias surge el drama y surge la comedia”, plantea de la Iglesia, con una voz trágica y solemne. El vigor y el timing de sus películas se siente en su prosa, porque el director habla con una liturgia que causa inevitablemente gracia. Los personajes del El bar, miran la vida como si fuera un escaparate, y desde la primera escena, sienten que “el enemigo está a fuera”. La traslación de los conflictos al “otro” y la imposibilidad de hacerse cargo de las cosas, es uno de los temas imperantes de la película:
“los personajes pasan por el culo del demonio, hay que pasar por un hoyo, desgarrarse, para conocerse a sí mismo”, plantea De la Iglesia.
Su pavoroso discurso -que nunca deja de ser gracioso- plantea la idea de juego psicológico y muestra la angustia desde la comedia. Porque El bar se siente plena en esa búsqueda de culpabilidad constante. Fanático de Asterix y Obelix, Las aventuras de Tin Tin y amante del cine de Scorsese, Álex de la Iglesia analiza su propia película de manera detallada, casi incurriendo en el spoiler. Con una sonrisa suntuosa, pero amigable se despide sin antes tirar quizás la mejor cita de la tarde:
“Cuando dejas de rodar te encuentras con un abismo, la vida no tiene sentido”.