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El próximo 30 de junio de 2013 la cadena de televisión norteamericana Showtime comenzará a emitir la octava y última temporada de la serie que revolucionó transgresoramente el género policial en su variante de asesinos seriales: “Dexter”. Por primera vez, con Dexter, un asesino serial se convierte en el protagonista excluyente de una historia ficcional cuestionando, a la vez, las representaciones, estereotipos y discursos convencionales que la criminalística le ha impuesto al cine, la literatura o la televisión para abordar el género.
Desde su primer episodio, Dexter se convirtió en el asesino serial “favorito” no solo de la audiencia sino también de aquellos que no visionan la serie. Todo mundo sabe o cree saber quién es Dexter, emulando lo que en su momento fue el reconocimiento social alcanzado por la serie Lost. Es que el impacto cultural de “Dexter” ha sobrepasado con creces el encuadre de la pantalla chica instalándose como un ícono de la cultura popular que reactualiza el mito romántico y anticapitalista del “buen delincuente” que viene a poner justicia allí donde no la hay por corrupción, ineficiencia o complicidad de policías, jueces y abogados o por los umbrales garantistas del sistema penal norteamericano.
Sin embargo, Dexter no es un vengador al estilo Charles Bronson y su clásico personaje. Dexter “se convierte” en asesino serial cuando siendo un niño presencia el brutal asesinato de su madre: ese es el trauma fundacional de su insaciable placer por matar; sin embargo será Harry, su padre adoptivo, un corrupto oficial de policía y defensor de la “mano dura”, el que le imponga un “código de conducta” para que “canalice” su impulso criminal exclusivamente hacia asesinos impunes. De modo que de alguna manera Dexter asesina “en el Nombre del Padre” sin advertir que él
mismo es un claro ejemplo de aquellos que deben morir según el código de conducta que rige su existencia.
A lo largo de las siete temporadas emitidas hemos visto cómo Dexter ha evolucionado no solo como asesino serial sino también cuestionando su propia condición humana hasta llegar a la conclusión de que si hubiera tenido una oportunidad de tratarse médica o psicológicamente quizás hubiera podido tener una vida normal. De modo que, ¿Harry le ha dado un propósito en la vida frente a su anormalidad o al darle ese propósito lo condenó a no tener una vida normal? Me parece que ese es el concepto filosófico central que plantea la serie: ¿somos como somos o algo nos hace ser como somos? Pregunta cuyas respuestas se mediatizan, discurso romantico mediante, a partir y a través de la muerte aunque de un modo diferente al que nos propone Joe Carroll, el asesino serial de The Following.
Dexter ha intentado amar, construir una familia, tener un amigo en quien confiar su secreto, incluso abstenerse de matar, pero sin éxito: el asesinato de Rita, su mujer, por el implacable asesino serial Trinity en la cuarta temporada, significará un quiebre argumental en la serie que llevará a Dexter a una crisis existencial que se profundizará cuando en la séptima temporada su hermana Debra descubra su secreto y, a la vez, le confiese que está enamorada de él. Polémico giro argumental cuya aceptación no fue, sin duda, unánime entre los fans de la serie.
Pero, a pesar de todo, el estigma de Dexter sigue siendo el código de Harry, rebelarse contra el mandato paterno y descubrir su propio camino. Aquí reside, en mi opinión, el conflicto sociológico que nos plantea la serie en términos del problema del poder y del saber en la construcción de la subjetividad que atraviesa la teoría social desde que el mundo es mundo social: ¿somos sujeto o estructura?
En este punto el debate que se abre entre los fans y la audiencia resulta inevitable ante el inminente final de la serie que no puede ser más que polémico y que sin duda no podrá dejar conformes a todos. ¿Cómo debería terminar Dexter para no traicionar su discurso ético y estético transgresor tanto dentro como fuera de la ficción? Tercer y último concepto-problema que plantea la serie en términos éticos y políticos: conocemos a una sociedad por su forma de castigar a quienes transgreden la ley y el orden.
Las opciones no son muchas y de alguna manera ya han sido planteadas aquí y allí por los guionistas a lo largo de estas siete temporadas. Yo creo que la muerte ha sido el gran tema de esta serie y por ese lado tendría que venir el final. Pero Dexter se merece una muerte digna y no aquella que pueda serle administrada con una inyección letal por parte de ese sistema penal ineficiente que otorga impunidad al crimen. Tampoco Dexter merece perecer por su propia mano ya que aunque parezca paradójico es alguien que ama la vida.
Creo que Dexter debería morir en su propia ley, por su propio código, y por alguien que le sea cercano. En todo caso la muerte de Dexter no debería ser en vano. Pero mientras estoy escribiendo sobre estos hipotéticos finales me arrepiento siquiera de haberlos pensado. No quiero que la serie termine con la muerte de Dexter. No quiero que termine la serie. Pero va a terminar, es inevitable y nada puedo hacer. Será difícil despedirse de Dexter después de haber compartido con él ocho años de intensas experiencias ficcionales. Extrañaré su compañía cuando, sea como sea que termine la serie, ya no esté más entre nosotros.