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Después de haber visto en el festival tan solo documentales, películas ensayo y otras de género indefinido, tuve la suerte de encontrarme con Un crimen común, un film de ficción con un argumento “hecho y derecho”. Fue como un bálsamo. Ya estaba por cruzarme a la vereda de enfrente, ya que, en simultáneo, Fernando Martín Peña organizó el “Bazofi de Oxford” que se transmite por youtube. Las presencias de Francisco Márquez, codirector de la multipremiada La larga noche de Francisco Sanctis (2016) y de la actriz Elisa Carricajo (La flor, Cetáceos, El rey del Once), presagiaban un buen producto.
Un carrito del tren fantasma transporta a dos niños que desafían divertidos a los monstruos de maqueta que aparecen en cada curva. Es un anticipo de los miedos que tendrá que atravesar Cecilia, la madre de uno de los chicos, protagonista casi excluyente del thriller. El asesinato de un adolescente, hijo de su mucama, al cual ella no le prestó ayuda, es el disparador de sus angustias y obsesiones. Se siente atrapada en un laberinto de dudas e incertidumbres ya que es incapaz de verbalizar su sufrimiento ante la ausencia de un entorno en el que pueda confiar. Hay pocos indicios de su vida. Separada de su marido, sus vínculos familiares son muy endebles, tampoco tejió redes de amistades en las que se pueda apoyar. Márquez sabe cómo generar suspenso mediante el uso inteligente de la banda sonora.
El viento, un vidrio que se astilla, golpes sobre ventanales, presagian el peligro a sus personajes, que siempre están al acecho en medio de la noche y que deben tomar decisiones con imprevisibles consecuencias. Otro punto interesante es el encuentro de dos clases sociales y los privilegios de los más acomodados que no intuyen, no quieren ver o no les llega de cerca la impunidad con que se manejan las fuerzas de seguridad. Un crimen común es lamentablemente un caso más en la crónica policial de los diarios, un hecho deplorable que se repite año tras año. El binomio Márquez-Carricajo jerarquiza la Sección Competencia Argentina, él con su sapiencia para crear climas y ella con los distintos matices de su mirada.
Río Turbio plantea la condición de la mujer en un contexto desfavorable tanto climático como laboral. Según Tatiana Mazú González, en un pueblo minero su función es la de participar en concursos de belleza, labores domésticas o a lo sumo ejercer como secretarias, pese a que estén más capacitadas. No pueden competir con los hombres y su acceso a la mina es mal visto. El yacimiento es presentado como algo inalcanzable. Surge en tomas lejanas a través de caños o cables que se cruzan como una barrera que impide el acceso. Una bruma cubre el paisaje enturbiando la visión, algo difuso como el rol del sexo femenino.
En un paisaje inhóspito y desolado la mujer quiere hacerse fuerte y sentir su presencia, como la anciana sentada en la cama apoyada en su bastón que mira fijo por la ventana en un plano sostenido. Cine militante experimental que conjuga versos con fotos, textos en WhatsApp, voz en off y collages. Río Turbio es un film menor, que ya había sido presentado el año pasado en la “Bienal Buenos Aires Joven”, y que su presencia solo se justifica como apoyo al 3° Foro de Cine y Perspectiva de Género que se lleva a cabo en el festival y al futuro debate de la Ley del Aborto por la cual toma partido.
En el último film de Paula Hernández, el viaje desde Junín hasta Costa Bonita, cercana a Necochea que realizan Stella y su madre Clota, es la excusa para descubrir un vínculo tóxico. Las siamesas, basada en un cuento breve de Guillermo Saccomanno, es un derrotero plagado de reproches en el que surgen historias del pasado como un volcán en erupción.
Rita Cortese, es una madre septuagenaria sobreprotectora que intenta retener a toda costa a su hija (Valeria Lois), una mujer bordeando los cuarenta. Stella parece no haber superado la etapa simbiótica, ambas constituyen una unidad, un sistema omnipotente, un engranaje que no funciona una sin la otra.
Una relación exacerbada, donde la figura materna de personalidad fuerte y dominadora, tiene maniatada a su hija que no consigue liberarse, ya sea por miedo o por un sincretismo difícil de cortar. Para describir ese viaje agobiador, Hernández utiliza primeros planos asfixiantes dentro del micro, verticales en el exterior que intentan separar a los personajes, o como ahorcados donde solo interesa lo que está por encima del cuello. Una mutua dependencia familiar monstruosa que solo conseguirá un poco de aire sobre el final del periplo. Un nuevo gran trabajo de la directora de Herencia (2001).