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Si hay un género que el cine ha dañado ese es el de las películas de terror, debido al gore y a los altos cliches que se han usado para asustar a la audiencia. A medida que se fueron encontrando nuevos formatos para hacerlo, el cine los explotó hasta el cansancio. Claro son los ejemplos de Actividad Paranormal, The Blair Wich Project y Saw, cuya primera película fue dirigida por James Wan, director de El Conjuro, película de la cual nos interesa hablar.
El Conjuro, basada en hechos reales, es un tipo de película que estaba en extinción, de esas que se apoyan plenamente en el suspenso que asusta, antes que en el gore y el derroche de sangre. Esto no quiere decir que El Conjuro no posea la clases de imágenes que uno espía con las manos en la cara y te ponen la piel de gallina. Una dominante pavorosa aura es lo que compensa la falta de sangre y el uso inventivo de instrumentos que tontamente llevan a la desgracia en el género.
Esta historia comienza a moverse por dos ejes que tienen la intención de unirse. Por un lado tenemos a Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson y Vera Farmiga), una pareja de caza demonios que viajan por Estados Unidos investigando casos paranormales y exponiendo sus evidencias en universidades y obviamente ante la Iglesia. Por otro lado tenemos a la familia Perron, quienes se acaban de mudar a la casa de sus sueños pero no pasa mucho tiempo hasta que se dan cuenta que algo no anda bien con ella. Por esto, la madre de la familia, Carolyn Perron (Lili Taylor), decide pedirle ayuda al matrimonio Warren para que le expliquen qué es lo que está sucediendo en su casa.
La etiqueta «basada en hechos reales» es una especie de truco ya licenciada al extremo en la industria. Sí, la gente existía con los nombres que se les atribuye en la película. Sí, había una investigación y un posterior «exorcismo” paranormal. Pero eso es la medida de realidad dentro de esta ficción y nada más.
Los realizadores sabiamente no tratan la autenticidad de la vida real, sino que aceptan los fantasmas y demonios como legítimos y, en consecuencia, le permite comprar al espectador la premisa más que preguntarse si el caso en la vida real fue un engaño o no, más allá del legítimo curriculum que tiene la pareja Warren (Caso Amityville).
El director James Wan se convierte en un maestro raro de la manipulación, usando los trucos para crear tensión de una forma casi innovadora. Desde los movimientos de cámara, incómodamente largos, hasta los trucos clásicos del el género que producen saltos en la butaca, pero que dejan pagando, porque Wan decide no ir por el camino fácil y previsible.
Su comodidad para dirigir se balancea entre la intensidad y la anticipación. Otro punto a favor es la poca presencia de efectos visuales, efectos de sonidos y una banda sonora que en el resto de los films están predispuestos para abrumar al espectador, distraer y poder cubrir los despropósitos del guión.