Cine

El Ejecutor, el cine que nos gusta

Por Luciano Mariconda

Ya no se hacen películas así. Basta con ver el comienzo de El ejecutor para darse cuenta de ello: dos asesinos a sueldo llegan a una habitación de hotel donde se encuentra su próxima víctima y la liquidan casi sin problemas. La acción no es novedosa; es más bien cruda, seca y ahí radica lo más interesante de este film.

En épocas de mucho cuidado, en donde la sangre parece encontrarse –de forma estilizada y ya algo extinguida- en Tarantino, Kitano y Miike, el legendario Walter Hill (el mismo de Cabalgata infernal y Los guerreros) demuestra que el cine todavía puede albergar una brusquedad fresca y renovadora.

La trama sigue a uno de estos asesinos a sueldo (Stallone, por supuesto) y a un honesto policía (Sung Kang, de la saga de Rápidos y furiosos) en busca de gente muy mala, que va desde la escoria de Nueva Orleans hasta los pasillos más importantes de Washington. ¿Pero acaso importa el argumento cuando el placer de las imágenes es tan grande?

En esencia todo se trata de una gran buddy movie, pero al contrario de muchos exponentes actuales, El ejecutor lo efectúa con gracia y precisión. Las diferencias de los personajes son claras pero es conveniente enumerarlas para detallar la inteligencia del relato. El film hace una clara mención al choque entre culturas (Sly hace chistes sobre japoneses cuando su compañero de acción es coreano), pero específicamente a las oposiciones entre dos tipos de cine.

Por un lado, Stallone es una figura clásica de un cine ya extinto, cada vez más lejano –en temáticas, en realización, en presupuesto-; por el otro, Sung Kang sería la respuesta actual a este tipo de películas: más vertiginosas, más costosas (la saga de Rápidos y furiosos en la que participa es el mejor ejemplo de ello). Pero Hill nunca es demasiado obvio al respecto de estos choques, sino que los expone de forma sutil: en una escena, Stallone (que ya venía criticando el Blackberry de su inesperado compañero) saca su celular, uno con tapa y una antena; pero en vez de rematar la secuencia con un chiste, no se dice nada porque simplemente ya está todo dicho.

Pero también se pueden observar diferencias notorias entre los cuerpos de los protagonistas. El físico de Stallone (que lo lleva bastante bien a sus 66 años, tampoco pidamos demasiado) es un grotesco que termina resultando más adorable que repugnante, en parte porque Sly sabe que por más puños que pueda seguir dando ya su talento pasa por reírse de si mismo. Los tatuajes que
recubren buena parte de su cuerpo están ahí para aumentar la exageración de su físico, como si el actor dijese “miren como muestro mi pecho sin problemas y además me pinto todo lo que quiero, ¿y qué?”. Del otro lado está Sung Kang, quien es cualquier cosa menos un personaje de cine de acción. El film lo demuestra en reiteradas ocasiones en las que comete equivocaciones por guiarse en un instinto demasiado honesto para el corrupto universo policial.

Lo interesante de El ejecutor es que a cada equivocación del policía aparece Stallone para resolverlo a base de cartuchos de escopeta, puños y hasta hachazos. Por más Blackberry que despliegue el tecnológico agente de la ley, las cosas se siguen resolviendo a la manera antigua, pero sin nunca perder de vista la diversión. Sino observar la genial secuencia en la que los protagonistas se prueban distintos modelos de máscaras para ir a una fiesta en la que se halla un personaje clave para resolver el misterio. En esta escena, que sería otro papelón en la carrera de los hermanos Wayans, se halla la clave de El ejecutor: el placer de introducirse escondido en el medio del brillo del Hollywood actual y dispararle a la pacatería en el medio de la frente.

Luciano Mariconda

Hawks, Bresson y Tom Cruise. Eterno apasionado por toda la experiencia cinematográfica e interesado en otras disciplinas artísticas. Siempre en movimiento.