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Hubo un tiempo en el que no había nada que se comparara a la magia de la comedia de Jerry, Kramer, Elaine y George. Un tiempo en el que reíamos y llorábamos con historias de amor románticas y sencillas, como la de Ross y Rachel o la de Chandler y Mónica. Por aquel entonces (en algún punto entre los maravillosos años ochenta y los excéntricos noventa) la comedia de situación era un género por excelencia. El fin último de la era contagiar la risa y la capacidad de mofarnos de las desventuras de personajes tan imperfectos como nosotros. Aquellas buenas sitcoms, las de antes, solo quedan en algún lugar de nuestros recuerdos. En el mismo rincón privilegiado de la memoria duermen Friends, Seinfeld y Fraser.
La sitcom es un producto televisivo con unos pocos elementos característicos que funcionan como disparadores de un espectáculo dispuesto solamente para divertir. Las risas del público (grabadas o en vivo) son la señal de aviso para el momento que debe resultar hilarante y todo dentro de este formato está dispuesto (en la mayoría de los casos con muy pocos recursos) para que en un tiempo breve que generalmente ronda los veinte minutos, aparezcan una seguidilla de gags (bromas visuales) y de elementos verbales como la ironía o el sarcasmo con la intención de que el punto de comedia se mantenga siempre en alto. Muchas veces predecibles y siempre efectivas, las sitcoms integraron un género dentro de la comedia que prevaleció desde los sesenta, quizás hasta hoy.
En una era en la que las audiencias demandan un mayor nivel de introspección, la comedia de situación va quedando lentamente de lado, no porque haya dejado de producirse, sino porque las audiencias han cambiado. Los productos televisivos más consumidos en la actualidad son aquellos que presentan un contenido intenso, pero sobre todo, predominan los que aportan el elemento voyeurista que nos autoriza a ser testigos de las vidas de los personajes, un condimento que no desaparecerá en un largo tiempo, si tenemos en cuenta la valoración que hay respecto a la adversidad ajena como entretenimiento (¿Quién quiere ver un show de personajes que todo el tiempo son felices?)
El drama se ha transformado en la más notoria tendencia, de una manera tan tajante que no parece haber lugar para nada más. Hoy las cámaras y los aplausos son para series de la talla de Mad Men, Breaking Bad, Game of Thrones o The Walking Dead. Y si queda algún espacio para la risa despreocupada, aparece en contenidos con un guion mucho más profundo, tocando temas sociales y psicológicos con el fin de mostrar una reflexión o de hacer reflexionar a la audiencia sobre la vida misma, como es el caso de Girls. Todo parece indicar que si lo que deseamos es divertirnos, no buscamos un set sencillo con cuatro actores y una seguidilla de catch phrases: buscamos algo más elaborado.
No es que el género en sí haya desaparecido, como bien señalamos antes, pero ya no es la apuesta fuerte de las grandes cadenas que proponen por un lado una programación de una producción exquisita como The Following, Person of Interest o Homeland; mientras que por otro lado llenan espacios vacíos con sitcoms acartonadas y mediocres como How to live with your parents for the rest of your life (sí, ése es el nombre), 1600 Penn, la insultante The Neighbors -y para qué hablar de Are you there, Chelsea?– o la controversial Anger Management. Eso es precisamente: esta clase de comedia barata hoy llena un blanco insultando al género y a los propios espectadores que no pueden comprar un producto tan obvio y vacío como lo son las propuestas actuales. Cuando Jack y Will tenían sus momentos histéricos en Will and Grace, no parábamos de reír. Pero los estereotipados arranques de Bryan y David en The New Normal, dan ganas de llorar.
¿Es que ya no hay buenas sitcoms? Hay excepciones que confirman la regla. 2 Broke Girls es una de ellas, también lo es Two and a Half Men (con todo y su decadencia actual, luego de la forzada adaptación de Ashton Kutcher al show). Pero por cada comedia de mediana creatividad que logra ver la luz de una tercera temporada, se cancelan más de cinco intentos fallidos de dar gracia. Y vale aclarar que ninguna es (ni será) Seinfeld, Cheers, That’s 70’s Show o Friends. Las salvedades tienen que ver con talentos específicos, como el de Amy Poehler o Tina Fey o con guiones que se juegan a hacer algo ridículamente arriesgado como How I met your mother (aunque eso signifique caer para volver a levantarse). Pero en definitiva, sitcoms eran las de antes. Quizás porque representaban un mundo más sencillo que el actual.
Entonces, se trata de un subgénero en decadencia y esto tiene que ver con una audiencia que comienza a evolucionar hacia otro horizonte, que hace otras
demandas y que no se conforma con media hora de chistes fáciles. En una era tan individualista como la contemporánea, la mirada al interior de uno mismo se ha vuelto habitual, lo que genera mayores producciones de drama que apuntan a la reflexión interna y al contacto de cada uno con el propio ser, dejando un poco de lado el espíritu liviano y la trama casi pedestre que tiene este tipo de comedia. Es en este contexto en el que una serie como Black Mirror tiene más posibilidades de triunfar que una ficción sobre dos gorditos simpáticos que encuentran el amor cuando ya lo creían perdido, y que para hacer las cosas aún más chatas, se llama Mike and Molly. Es que la sociedad actual no es relajada. No se pasa horas tomando café y charlando con los amigos sino que pasa esas horas en las redes, con sus ventajas, desventajas, intromisiones y peligros.
The Big Bang Theory, la última gran sitcom
The Big Bang Theory es una sitcom por excelencia: es breve y concisa con el único propósito de distraer y divertir, es simple y con un acotado número de personajes que no siempre aparecen desarrollados con profundidad. Tiene gags, histrionismo y personajes que prometen ser icónicos. La serie producida por Chuck Lorre toma un ingrediente que estuvo muy de moda al instalarse la era de la información: los geeks adorables y la premisa smart is the new sexy, y mezcla esto con una encantadora rubia, típica californiana encarnada por Kaley Cuoco. Éxito asegurado.
Es que además esta producción cuenta con la singularidad actoral de Jim Parsons, quien aporta un personaje que más allá de divertido es novedoso. Las particularidades del Dr. Sheldon Cooper son la base sobre la cual se erige la serie; y esto no está para nada mal porque cumple lo que promete sin rodeos. Por otro lado, el guión es muy respetable, teniendo en cuenta que abarca temáticas del mundo de la ciencia de manera constante y que esto requiere alcanzar una perspicaz combinación de ingenuidad, humor e inteligencia.
The Big Bang Theory es la última sitcom que ha tenido un éxito tan rotundo y arrollador, es una de las pocas que sobreviven a la constante limpieza que hacen las grandes cadenas y una privilegiada que se sigue instalando en nuevos públicos aún después de seis temporadas. Cierto es que como todos estos formatos tiene altibajos, períodos de relleno donde no pasa absolutamente nada, lo que de cierta manera también obedece a los artilugios de los productores para no perder audiencia. Pero continúa y jamás se tambalea. The Big Bang Theory es la última comedia de situación inteligente (en todo sentido) que aún vale la pena sentarse a disfrutar.