Losuar, Lorange, Lorraine, reductos cinéfilos que parecen evocar nombres de la campiña francesa otrora ubicados sobre la avenida Corrientes, resuenan en mi memoria a medida que se revelan las imágenes de Le révélateur, segundo largometraje de Philippe Garrel dentro de la retrospectiva que se le brinda en el BAFICI. Una experiencia inusitada, un film silente sin ningún tipo de banda sonora como el Ozu silencioso que programó la Sala Lugones hace algunos años.
En plena Nouvelle Vague, el film data de 1968, los desafíos y búsquedas de nuevas estéticas no pierden actualidad pese al paso del tiempo. Tres personajes un niño y sus padres, Bernardette Lafont, una actriz consagrada a esa altura y Laurent Terzieff, que un año antes había tenido su gran protagónico en Quince días de septiembre junto a Brigitte Bardot, deambulan sin rumbo fijo, observan y son observados.
El blanco y negro, característico en la cinematografía del director, potencian los juegos de sombras, las escenas nocturnas a orillas de un río, las superposiciones de imágenes al estilo Méliès, el recurso del iris para el plano detalle y clausura de imagen, el artificio con un guiño a la cámara. Una gran paz interior transmitieron las imágenes sobre el espectador, que lamentablemente se vio interrumpida por una banda extradiegética no deseada, debido al murmullo que provenía del exterior de una sala (N°2) mal ubicada para este tipo de proyecciones, y por empleados inexpertos que entraban y salían a cada rato con el consiguiente ruido de la puerta. Pese a los inconvenientes, la película es una puerta que invita a penetrar en la obra de un artista muy personal. Valoración: Muy Buena