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El único aspecto en que la anterior encarnación norteamericana del famoso kaiju japonés es superior a la última película del mostro oriental es en la banda de sonido: a pesar del tiempo transcurrido, Deeper Underground, el single que Jamiroquai editó en el ya lejano 1998 como herramienta de promoción de Godzilla: The Album, sigue sonando vibrante y emocionante, mucho más acorde con la actualización del reptiloide que con aquella versión bastarda de Roland Emmerich.
Digo esto desde el vamos para aclarar que este reboot que produjeron Legendary Pictures y Warner Bros Pictures., con Gareth Edwards como director, es, sin lugar a dudas, una de las mejores películas que tienen como protagonista al monstruo milenario cuyo hobby canónico era destrozar metrópolis japonesas como sí de castillos de arena se trataran.
Por un lado lo que precede a esta versión es uno de los legados de la cultura pop japonesa más relevantes del siglo XX: concebido como una metáfora del terror y de la destrucción contenida dentro del poder del átomo, y para reflexionar desde ahí el pasado brutal y las consecuencias del mal uso de la energía nuclear, Godzilla fue el vehículo por el cual el público japonés enfrentó este miedo. A pesar de este origen, el significado que se le atribuía al monstruo variaba de acuerdo al guión y así fue como pasó también a ser defensor ante lo desconocido, terminando (por ahora) como un elemento equilibrador, como dice el personaje de Ken Watanabe, el doctor Ishiro Zerisawa.
Por el otro, la comparación con la versión de 1998, de Roland Emmerich, es inevitable. El tono camp propio del fin de siglo (otras adaptaciones que resultaron ridículas y que comparten más o menos el mismo tono son las aberraciones de Batman, que nos dejó Joel Schumacher. No hablemos más de eso, por favor), algo inapropiado para una película que hablaba sobre la destrucción de Manhattan por algo fuera de control (tengamos en cuenta que es una película pre 11-S, pero post al atentado al World Trade Center de 1993), unos personajes bordando lo caricaturezco y un guión desastroso, con escenas plagiadas casi cuadro a cuadro a Jurassic Park, resultaron en una fría (heladísima) respuesta de la crítica y hasta en el ostracismo de los dueños de la marca, Toho Ltd Co., quienes le dieron otra identidad como monstruo aparte a la aberración americana (pasó a llamarse Zilla) en Godzilla: Final Wars, la última aparición del kaitju sexuagenario hasta la fecha.
De esta comparación el reboot sale muy bien parado, al igual que puesto al lado del resto de los casi 30 filmes que existen hasta ahora. Godzilla respeta el espíritu de la original de 1954, con un ritmo en crescendo, que da lugar no sólo a espectaculares escenas de destrucción dignas del más acérrimo fan de Michael Bay, sino que también deja espacio para aventurarse en el terreno del drama humano, con actuaciones muy sólidas de parte de Bryan Cranston, Elizabeth Olsen y Ken Watanabe, con un resultado un tanto imparejo.
Un caso aparte es Aaron Taylor-Johnson, sobre quien recae el papel protagónico. Aunque tiene un comienzo prometedor, su personaje rápidamente se vuelve desinteresante y la mayor parte de esto es culpa de la falta de capacidad actoral de Taylor-Johnson, que permanece impasible mientras un lagarto de cien metros de alto y vaya-a-saber-uno cuantas toneladas destroza la ciudad donde vive su mujer.
A pesar de esto, la película en ningún momento se torna aburrida. Las escenas en donde interviene el verdadero protagonista (ese que tiene su nombre en el título), casi en su totalidad filmadas a la altura de la calle, permiten que tengamos una verdadera percepción de la dimensión de las bestialidades que azotan la costa Oeste y son de una espectacularidad envolvente. Esto es un serio punto a favor, ya que nos permite conectarnos de manera más directa con la tragedia que presenciamos, sin el distanciamiento que una toma aérea nos daría. Los pocos momentos en que no vemos todo desde el punto de vista de los personajes, son para demostrar los resultados de la devastación. Un eye candy constante.
En resumen, Godzilla es un blockbuster palomitero de una calidad superlativa. Mucho más cerca del clásico enfoque de Toho, a cuyas películas le rinde tributo en más de un momento, que de su sucesor americano, y a pesar de sus limitaciones desde lo actoral y unos baches en el guión, no deja de ser un espectáculo emocionante que da respiro en los momentos precisos para que podamos admirar al Rey de los Monstruos retomando la posesión de su trono.