Cine

Interstellar, la frontera final según Christopher Nolan

Por Luis García Fanlo

Hacía mucho tiempo que no se estrenaba una película cinematográfica de ciencia-ficción cuya realización, composición, estética, estilo narrativo y arco argumental no remita a un videojuego, una serie de televisión, un cómic o una novela. Hacía mucho tiempo que lo cinematográfico no recuperaba uno de sus géneros más representativos y, a la vez, más ninguneados a la hora de las críticas, los premios y los reconocimientos. En este contexto no es fácil hacer ciencia-ficción cinematográfica, en particular cuando directores como J. J. Abrams y su reimaginación “pochoclera” del género la condenaban a un divertimento para adolescentes desmemoriados.

Pero apareció Christopher Nolan, el mismo de la saga Batman, el que brilló con Memento, el que nos sorprendió con El gran truco, nos estremeció con Noches Blancas, nos dejó estupefactos con El Origen y luego de muchos años de idas y venidas, nos ofrece Interstellar, una película de ciencia ficción escrita y realizada como manda el manual del género y, a la vez, doblando la apuesta al presentar una composición original que cabalga entre el siglo XX y el XXI en términos artísticos, narrativos y transgresores. Que una película de ciencia ficción genere polémicas, controversias y debates en el mundo del cine y más allá; que “todo el mundo” hable de la película; que se hable (para bien o para mal) del “cine de Nolan” implica, en estos tiempos de eternos retornos a lo viejo en la ficción cinematográfica, que estamos ante un acontecimiento ético-estético-cultural y ese es el primer logro de Nolan y su película.

En el caso de Interstellar, Nolan recurre al excelente guionista que es su hermano Jonathan Nolan, a Kip Thorne, uno de los más grandes genios vivientes de la astrofísica, al oficio extraordinario de actor de Matthew McConaughey (aclaremos que fue elegido antes de True Detective) para encarnar a ese entrañable Cooper, y a la estructura clásica del género ciencia ficción en su modulación más compleja que es la que combina viajes estelares con viajes temporales. Y por sobre todas las cosas, no hay romances, no hay parejas, sino la simple y a la vez compleja relación entre un padre y su hija -Cooper y Brand (interpretada por Jessica Chastain)- y el clásico tema de la vejez y la muerte, y la eterna discusión filosófica entre racionalismo y empirismo, entre entendimiento y sensibilidad, entre razón y sentimiento.

Asimismo, todo este conjunto de elementos, recursos, estructuras, estilos, conceptos, figuras, enunciados y regímenes de visibilidad están compuestos, en Interstellar, en un lenguaje cinematográfico que rinde homenajes a otras películas del género sin caer en estereotipos o en la mera reproducción imitativa. Y sin duda, la que se lleva la mayoría de estas citaciones es 2001, Odisea del Espacio.

Así, la nave Endurance que gira en el silencioso espacio exterior con su forma de rueda que nos remite a la famosa estación espacial de Kubrick; así como el contrapunto entre humanos e inteligencias artificiales (TARS, CASE, KIPP); el mensaje que llega desde la órbita de Saturno, tan cercano a Júpiter, el viaje psicodélico del final que nos transporta al otro lado de la frontera final, y la conjunción de un continuo espacio-temporal donde pasado, presente y futuro convergen en un dormitorio. Y a la vez, tan distinta es la película de Nolan de la de Kubrick que componen, como diría Deleuze, una no-relación en la que ambas, misteriosamente, se implican mutuamente. Y la trascendencia humana que culmina siendo, en rigor, pura inmanencia. La tecnología que, a diferencia de Kubrick, es para Nolan la salvación.

La obsesión de Nolan es el tiempo, el espacio-tiempo, la memoria y el olvido, la lealtad y la traición, el simulacro que pasa por realidad y la realidad que solo existe como simulacro y en todos los casos el acontecimiento que rompe con una regularidad, lo trastoca todo, lo transforma todo, con el único propósito de establecer una nueva regularidad. Porque para Nolan lo cotidiano se impone a lo extraordinario, o mejor aún, lo cotidiano exige de lo extraordinario para poder existir. Y sin embargo, no se especifica en qué tiempo o época transcurre la historia, un futuro quizás no muy lejano pero que muestra un planeta Tierra y una humanidad totalmente transformada por la paradoja de un mundo que ya no tiene ejércitos, ni guerras, ni obsesión por la tecnología, y que sin embargo se muere literalmente de hambre porque el planeta mismo agoniza.

Pero en Interstellar existe una dificultad adicional con la problemática ficcional del tiempo que está dada por el marco teórico en el que se basa la película y que establece una regla imposible de romper y que rompe con todo lo visto anteriormente en la ficción sobre el tema: solo se puede viajar en el tiempo hacia adelante, hacia el futuro, nunca hacia el pasado. En este marco conceptual, el clásico viaje al pasado para cambiar la historia y que genera las clásicas paradojas temporales está prohibido, y además, el viaje temporal tampoco es tal en el sentido clásico.

En el universo ficcional de Nolan se viaja por el espacio-tiempo, y tanto espacio como tiempo son discontinuos de modo que cada lugar tiene su propia temporalidad y el pasaje de un lugar a otro en el espacio implica una temporalidad diferente: teoría de la relatividad en estado puro. De modo que emerge una problematización totalmente original de consecuencias devastadoras no solo en términos de la historia y de la experiencia que atraviesan los personajes, sino de cada uno de los espectadores que debemos asumir experiencias difíciles de asimilar y que generan efectos sobre nuestra subjetividad, nuestras emociones y nuestro entendimiento.

El tiempo no solo transcurre en forma discontinua entre los viajeros espaciales y los habitantes de la tierra, sino también entre los que permanecen en una nave y los que descienden a explorar un planeta: la diferencia en este caso implica décadas; de modo que el espacio-tiempo se relativiza, se fragmenta, se hace heterogéneo, destruye toda simultaneidad y toda posibilidad de sincronicidad.

Y aún así, como en todas las películas del género en el que se representan viajes en el tiempo, Interstellar también tiene su gran paradoja temporal que como no puede ser de otra manera, deja un único interrogante sin responder, pero así es el género y así debe ser. Porque la ciencia ficción nació para decir metafóricamente lo que de otra manera estaba prohibido o vedado de enunciar, sea una transgresión cultural, política, ideológica o social, y porque el género exige que el espectador goce con su cuota de repetición pero a la vez lo deje pensando su propia respuesta o, mejor dicho, la que seguramente encontrará colectivamente en la conversación con otros espectadores.

En conclusión, Nolan se reinventa a sí mismo y reinventa el género de la ciencia ficción de viajes espaciales y temporales de modo tal que combina lo más clásico de su filmografía personal y de la del género, con una actualización problemática actual, realista y apocalíptica como lo es la destrucción de la ecología planetaria terrestre, sin necesidad de recurrir a armas de rayos, naves con escudos de energía y torpedos de fotones, aliens invencibles y malvados o capitanes de naves espaciales expertos en kung-fu, sin convertir a la película en un producto F/X.

Hay algo de todas las películas anteriores de Nolan en Interstellar y, sin embargo, nada se repite, ni una línea del guión, ni una escena, ni una imagen; y algo de todas las películas de ciencia ficción de todas las épocas pasadas en Interstellar y sin embargo no hay eterno retorno de lo ya visto porque la frontera final de Christopher Nolan está éticamente más cerca de Gene Roddenberry que de J. J. Abrams, y estéticamente más cerca de Tarkovski que de los hermanos Wachowsky, pero solo se trata de un simulacro que pasa por realidad.

En algún lugar dice Deleuze que “el barco es un pliegue del mar” para referirse a la problemática del adentro y del afuera, del sujeto y sus experiencias y del mundo de objetos que lo rodea y con los cuales debe interactuar. En Interstellar vemos la historia de un pliegue en el que un afuera discontinuo y maleable, en el que la objetividad se subjetiva y el sujeto se objetiviza, dando lugar a una maravillosa historia de ciencia ficción que, bien vista y bien pensada, es en rigor, una interpretación sobre la condición humana, sobre cómo llegamos a ser como somos y sobre qué podemos llegar a ser.

Luis García Fanlo

Luis E. García Fanlo (Buenos Aires, 1957) Doctor en Ciencias Sociales y Sociólogo (UBA). Investigador del Área de Estudios Culturales (IIGG-UBA). Investigador del Centro de Investigaciones en Mediatizaciones (UNR).