Series

El negocio de las series de televisión

Por Luis García Fanlo

La unánime sensación es que nada ni nadie podrán lograr destronar a la serie True Detective del podio de los ganadores en la próxima emisión de los Emmy Awards. Será por eso que se ha desatado una guerra entre productoras, canales de televisión abierta y de cable, Netflix, Amazon, y la crítica periodística sobre el proceso de nominación, clasificación de las nominaciones y elección de las series que van a competir por el máximo galardón de la televisión norteamericana.

Si True Detective ya ganó todo, especulan, hay que hacer algo para evitarlo. Y si no, se puede para neutralizar su pronosticado monopolio. Pero también hay ruidos de sables entre las cadenas de televisión, que reclaman para sí el control sobre la definición de serie de TV contra los nuevos convidados de piedra en el negocio: Netflix y Amazon, que no sólo han entrado en la industria sino que lo han hecho con gran repercusión, en especial el caso de House of Cards (Netflix) que ya se hizo de un Emmy en la entrega pasada. Vayamos por partes.

La cadena FX (clon de cable de FOX) que en los últimos años ha entrado en el juego de las grandes ligas en la producción de series con American Horror Story pero también con The Bridge y The Americans y ahora con Fargo (sin olvidar la clásica Sons of Anarchy) denuncia que HBO debería presentar a True Detective en la categoría miniserie, dado que en cada temporada cambia la historia, los personajes e incluso guionistas y directores. HBO replica diciendo que una serie es tal si tiene continuidad y que en todo caso a True Detective le correspondería la clasificación de “serie antológica” una categoría que desde luego no existe en las nominaciones.

Netflix y HBO tienen, a su vez, su propia guerra de guerrillas. El sitio de streaming aspira a convertirse en la nueva televisión y acusa a la legendaria HBO de ser un gigante de pies de barro en crisis. HBO responde que lo que hace Netflix es cualquier cosa menos una serie de televisión y de inventar un éxito que está lejos de ganar el gusto mayoritario de las audiencias. No hay que olvidar que tanto las series de Netflix como las de Amazon terminan siendo emitidas por canales de televisión convencionales, sean de aire o cable, y que los que visionan los trece episodios de una sola vez son una ínfima minoría. De todos modos, la cuestión es si resulta válido que una serie Netflix compita en la misma categoría que, por ejemplo, Game of Thrones o True Detective.

También entró en el campo de batalla la CBS, líder absoluta de audiencia en la televisión abierta norteamericana con NCIS, CSI, Person of Interest, y la piedra del escándalo, The Good Wife. Es que la CBS cree que ha llegado el momento para que la crítica le reconozca sus méritos de audiencia y también -con The Good Wife- de producción: ¿cómo se puede comparar una serie de 22 episodios con una de ocho, doce o trece interpela la CBS a la crítica? Para la CBS es muy fácil hacer True Detective con solo ocho episodios, pero lograr varias temporadas de 22 entregas semanales, eso sería demostrar la calidad en la cantidad.

De modo que lo que hay detrás de esta queja de la CBS es una crítica a las cadenas de televisión de cable que cada vez producen series con temporadas más reducidas en la cantidad de episodios. Lo que no dice CBS es que como propietaria de Showtime (y también de CW compartida con Warner) hace en ese canal lo mismo que lo que critica, aunque claro, luego del final de Dexter y la crisis de Homeland ha entrado en un cono de sombra de popularidad que no ha podido revertir el estreno de la gran serie Ray Donovan.

Lo que en realidad se está discutiendo es cómo se reparte una torta publicitaria y un negocio de suscripciones valuada en miles de millones de dólares entre muchos competidores tanto tradicionales como nuevos en un sistema de medios cada vez más atravesado por la convergencia digital pero que siguen implicando, cada uno de ellos por separado, distintos modelos de negocios incompatibles o difícilmente compatibles entre sí.

La realidad es que más allá de que estemos transitando lo que se ha denominado la tercera edad de oro de la televisión, la enorme mayoría de los cientos de estrenos de series de TV anuales resultan en fracasos estrepitosos, cancelaciones anticipadas en algunos casos solo con uno o dos episodios emitidos, una tasa de abandono en el seguimiento de las series en ascenso y una gran concentración de la audiencia en determinados productos sin importar tanto si son de 8 o 22 episodios, si van por televisión abierta o de cable, o si se pueden ver por Internet o solo por el clásico broadcasting semanal.

Al mismo tiempo, las series que triunfan en audiencia (las de TV abierta) suelen no contar con el apoyo de la crítica especializada que suele tener sus preferencias por las de culto (las de TV de cable o streaming), reproduciendo un elitismo cultural que encubre los vínculos cada vez más estrechos que existen entre el periodismo y las empresas mediáticas cada vez más consolidadas como grandes grupos oligopólicos. El elitismo cultural hace que un producto como The Walking Dead, que es de cable pero tiene una audiencia de televisión abierta, haya caído en desgracia por ese solo hecho cuando en sus primeras temporadas era considerada una obra de arte.

Algo similar ocurrió con Breaking Bad, que de ser una serie de culto de cable terminó siendo un gran éxito de audiencia también en cable, algo que para la cadena de televisión AMC se está convirtiendo en su principal As guardado en la manga de su matriz de negocios (que es la más independiente de la industria televisiva y ligada a los grandes capitales que están detrás del mundo del espectáculo deportivo norteamericano).

Ahora bien: ¿Tanta importancia tienen los premios Emmy como para despertar semejante polémica? Desde luego que no. Como todos los grandes premios de estas características, tienen un limitado y casi nulo efecto sobre las audiencias, pero poner la discusión sobre el sistema de negocios encubierta en cuestiones de formato y artísticas le sirve a todos los contendientes para presionar sobre los anunciantes y los millones de potenciales clientes de suscripción para intentar avanzar posiciones en la baldoza de negocios en que se mueven.

Todo esto, mientras enfrentan costos de producción cada vez más elevados (hay casos en que un episodio de una serie cuesta más que una película cinematográfica) y un sujeto telespectador cada vez más exigente que, a la vez, dedica cada vez menos tiempo a la televisión y cada vez más a surfear aquí y allá por la intrincada red de medios audiovisuales que impera en nuestra actualidad.

Solo como ejemplo, resulta un dato impactante que NCIS o The Walking Dead tienen una audiencia de cerca de 15 millones de espectadores por episodio y que según la consultora de audiencias Nielsen, YouTube llega a más estadounidenses adultos de entre 18 y 34 años que cualquier canal de cable y que lo sostiene más de un millón de anunciantes para mil millones de usuarios mensuales.

Luis García Fanlo

Luis E. García Fanlo (Buenos Aires, 1957) Doctor en Ciencias Sociales y Sociólogo (UBA). Investigador del Área de Estudios Culturales (IIGG-UBA). Investigador del Centro de Investigaciones en Mediatizaciones (UNR).