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Fotos: FICG
Guillermo del Toro nació el 9 de 0ctubre de 1964 en Guadalajara, Jalisco. Pasó su infancia en una casa de las calles Pedro Moreno y Robles Gil rodeado de mujeres a las que describe como “admirables”, entre ellas su abuela que era sorda. Creció comiendo tortas ahogadas, pozole, menudo en el barrio de Santa Tere, paseando por Tlaquepaque y sus últimos discursos están llenos de “güey”, “cabrón” y “chingón”
Hace una semana subió al escenario del Teatro Dolby en el marco de los premios más importantes del cine. Su última película La Forma del Agua se llevó cuatro estatuillas (mejor diseño de producción, mejor banda sonora, mejor director y mejor película) y se coronó como la gran ganadora de la noche. Como lo había hecho antes en Los Globos de Oro a la pregunta sobre cómo lograr el balance para ver el lado oscuro de la naturaleza y el terror, pero ser una persona alegre y amorosa contestó un “porque soy mexicano”, respuesta que se volvió viral y le dio la vuelta al mundo, en los Oscar repitió y también agradeció y alzó sus premios como un cineasta inmigrante en tiempos de Trump.
Mientras festejaba en Los Ángeles, el Festival Internacional de Cine de Guadalajara (FICG) anunciaba entonces una Master Class gratuita por Guillermo del Toro. Entonces más de 30 mil personas saturaron una página web en menos de 30 minutos para poder obtener un boleto en una sala con menos de 4.000 butacas. Guillermo declaró: “Quiero dar los master que se puedan gratis y en público. No en instituciones privadas, no con boleto de paga”.
Del Toro aterrizó en Guadalajara y volvió a su casa con un Oscar en cada mano. Ahí se encontró con los jóvenes que esperaron siete horas para estar en primera fila, con las familias que viajaron miles de kilómetros para poder verlo, con los miles que saturaron la página del Festival, se encontró con el talento tapatío.
La primera clase llamada “De Geometría a la Forma del Agua” en el segundo día de Festival puso las luces sobre él, poco importaban las cintas anunciadas, las ruedas de prensa o las exposiciones. El Festival cayó sobre la espalda de Guillermo. Afuera del recién estrenado Conjunto de Artes Escénicas, una obra asombrosa y a la altura de los mejores teatros del mundo, la gente hacía filas y grupos, se repartían playeras y cientos de cámaras eran registradas, parecía la previa de un gran concierto.
Cuando salió -acompañado del crítico Leonardo García Tsao- el público se puso de pie, por los balcones se escuchaban gritos como “¡Felicidades Guillermo!” y entonces él aplaudía y contenía la emoción para pronto soltar un “Estoy aquí no para pasear a los gemelitos, estoy por los jóvenes”. Desde el primer minuto se convirtió en una máquina imparable de datos y frases, entre ellas:“el cine no es química… es alquimia, es tomar elementos que tu transformas y los conviertes en oro”. Se sinceró ante los asistentes reconociendo que el proyecto inicial de su última película era hacer la cinta muda y en blanco y negro, también indicó que la relación con el fotógrafo es la más íntima, la más importante.
El realizador, que declinó la idea de dirigir Harry Potter para hacer su propia historia El Laberinto del Fauno, también habló que todo lo vivido en México y en Guadalajara lo ayudó a hacer el tipo de películas que ha realizado a lo largo de su carrera: “Cuando la gente dice ¿pero qué hay de mexicano en tus películas?, yo les digo ¡Pues yo, güey! Una cosa es tener raíces y otra tener pasaporte”.
Entonces vinieron las preguntas del público, jóvenes en su mayoría, Del Toro contestaba claro y directo: “Cuando ya pudiste hacer cine en México, puedes hacer cine donde sea”. Cuando le pidieron un consejo para los emprendedores que escuchaban en la sala, respondió alentando a cultivar el sentimiento de la rabia y saber sobrellevar las críticas: «La rabia es un instrumento potentísimo para la juventud», dijo al recordar que al inicio no muchos creían en sus cortometrajes:«Es una condición que hay que cultivar porque es un lado muy potente de la fe».
El invitado de honor también se dio tiempo de inaugurar un salón, se trata de la Sala 1 de la Cineteca con proyección al cortometraje Geometría, primer trabajo cinematográfico de Guillermo del Toro, y aunque el director se disculpó en varias ocasiones por ese trabajo, aseguró que la finalidad del espacio es dejar algo, un legado que cambie la vida de quienes asistan a las salas de cine.
El domingo, en la segunda charla con una sala a reventar y con los balcones repletos de cámaras, Guillermo del Toro puso sus dos estatuillas doradas en la mesa para mirar sobre su espejo retrovisor y hacer un análisis de sus diez películas en 32 años: «De toda mi filmografía, hice tres cintas pensando ‘esta es la última’, y terminaron siendo las más satisfactorias. Sufrí muchísimo en cada una de ellas y dije: ‘está muy cabrón seguir haciendo cine'».
Ante la frustración de la segunda década del ser humano, Guillermo se dió tiempo incluso de lanzar consejos de vida: «Nunca me sentí más viejo que a los ventitantos, cuando tenía esa edad me sentía un vago sentía que ya valió madre, sentía que no había hecho nada importante en mi vida, que era un bueno para nada, era un perdedor y estoy aquí para decirles ¡No! Tienen un chingo de tiempo. Aprovéchenlo».
A propósito de eso y entre aplausos, se anunció la creación de la beca internacional de cine Jenkins-Del Toro para formar profesionales de cine en el extranjero. La beca se otorgará con una cantidad de hasta 60 mil dólares anuales y se entregará de manera simbólica en cada edición del FICG. El apoyo incluye el costo de las colegiaturas hasta que termine sus estudios, estancia, vivienda y alimentos, así como los gastos de transporte, seguro de gastos médicos y una cantidad fija para libros y herramientas de trabajo; a cambio, el estudiante tiene que mantener la excelencia para rematar diciendo: “Afortunadamente el futuro son ustedes, el pasado soy yo”.
La tercera master class era la mejor fiesta para el mejor festejado. El Auditorio Telmex, con capacidad para más de 10.000 personas -siete veces más que las pasadas dos master y cuyos boletos se verían agotados en minutos- se veía imponente, con el sol cayendo a su espalda y los miles de jóvenes corriendo entre sus pasillos a sabiendas de que era la última oportunidad para escucharlo. Testigo de grandes artistas, con un lleno para escuchar al ídolo del momento, aquel que no es futbolista pero hace gritar, ese que no es cantante pero te hace suspirar, ese ídolo es cineasta, está en casa y llena auditorios como auténtica estrella de rock.
“Memo, Memo” cantaba el auditorio mientras Del Toro sonreía tierno y los invitaba a sentarse, a través de sus lentes veía uno de los auditorios más grandes de la ciudad abarrotado para festejarle.
Con su carácter franco, mismo que acompañado por su éxito permitió juntar más de 15.000 personas en tres clases masivas, Del Toro habló de su infancia y conquistó a los miles de asistentes que reían con su anécdotas y aplaudían sus críticas al gobierno mexicano y festejaban los consejos de vida del director.
Con disposición de alargar el tiempo de preguntas y respuestas “hasta que nos saquen”, los 15 micrófonos dispuestos y las 45 preguntas que Guillermo del Toro prometió contestar se vieron insuficientes y el director de El Espinazo del Diablo invitaba a reflexionar del tiempo del que disponen los jóvenes, con expectativas reales, concretas y con soluciones “a la mano”.
“La constante es la amistad y la riqueza real que no entiende la clase política ni económica. La riqueza más grande es compartir. La clave en México es la alianza”, dijo también el director de El laberinto del Fauno entre aplausos.
Y agregó: “En México y en cualquier parte del mundo, la estructura siempre va estar en contra del individuo. Tienes que tener huevos y permanencia. Es lo único que tienes porque nadie más te va a dar nada más”. Frase que quedaría marcada y que al día de hoy, inunda las redes sociales.
Entonces anunció que su muestra artística que cuenta con 500 objetos entre los que se encuentran dibujos y maquetas pertenecientes a la colección del director tapatío, que ya estuvo en algunas ciudades de Estados Unidos y Canadá, llegaría a México en 2019 y sería antes que a cualquier ciudad a Guadalajara, lo que estalló en otro aplauso.
Cuando una chica le cuestionó si se identifica como un príncipe aburrido o una bestia, en referencia a la relación de amor de los personajes de multipremiada película La Forma del Agua, el director se sonrojó y provocó los gritos del público. «Yo soy quien soy y no me parezco a nadie», contestó entre risas para tratar de evadir la pregunta.
Al tocarse el tema de proyectos fallidos, Guillermo se dijo ser un terco: “Me han ofrecido películas grandes que no las hago, como de superhéroes, pero no las hago porque no las entiendo, no me interesan los cuates caucáseos con capita y calzones… no los entiendo, prefiero a los héroes monstruos”.
Al terminar firmó cientos de playeras, mascaras, libros y películas. Dijo tener la esperanza de filmar la nueva pelicula de Pinocho, una historia más apegada al libro y con el toque característico al que nos tiene acostumbrados. “Con esto me voy, muchas gracias por venir”, saludó mientras en lugar de levantar sus dos estatuillas que quedaron en la mesa, iba cargando libros y playeras que firmar como un retrato vivo de la persona que es Guillermo Del Toro; una esperanza, un sueño hecho realidad y un modelo a seguir para miles de mexicanos.
Se iba sonriente, con el sentimiento que causa haber regresado a tu ciudad y verla a tus pies, ver ese Festival de Cine que ayudaste a crear hace más de 30 años sobre tu espalda, volcado en tu figura. Guillermo enseñó a miles de personas que lo vieron y a otras cientos de miles que lo vieron por televisión en todo el país que más importante que La Forma del Agua, es la forma de ser de cada persona.