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La otra mujer: la revolución femenina de #OITNB

Por Victoria Barberis

Es mentira que los grandes apasionados de las series pasan horas de holgazanería frente a una pantalla, como embobados ante a una historia más o menos ficticia, comprando el relato de otro y enterrándose más y más en una adicción que parece ser la más representativa de nuestra era contemporánea. Es mentira que esos relatos son los relatos de otro, de algún ignoto guionista que hace que se muevan las estructuras que bien saben bailar en torno a una industria millonaria. Quizás esto último tenga algo de verdad. Pero es una verdad.

La otra verdad está en que ningún relato es inocente, en que ningún producto cultural emerge de la nada y hacia la nada. La brutal aceptación y fanatismo que ha despertado Orange is the New Black es una evidencia del paulatino cambio en el rol femenino, espejado en las producciones para televisión y alentado por un público que demanda cada vez más mujeres tan crudamente reales, como lo son las reclusas de esta brillante serie de Netflix.

La cárcel es, en este caso, el epicentro del drama. Pero bien podría ser cualquier lugar de nuestra propia cotidianidad. El gran mérito de OITNB es saber poner punto final a la clásica ilustración de los roles femeninos en ficción, para asentarse en una postura firme y revelarnos mujeres tan diferentes y dispares como nos podamos imaginar. No hay casi estereotipos, y no hay una unificación de todo el género bajo un mismo manto de preconceptos. Pocas veces (si acaso, casi nunca) se ha puesto tan honestamente sobre la mesa el tema de la reasignación de género, la identidad sexual y la realidad de esa otra mujer que no aparece representada en todas las producciones para televisión.

El juego se abre lentamente, y la aparición de este tipo de contenidos refuerza el diálogo y el conocimiento sobre temas tan poco tratados en profundidad, sobre mujeres que sobreviven al entorno hostil, sobre la transexualidad, la homosexualidad y la reinserción. A nosotros, que tan cómodamente nos sentamos a ver horas y horas de televisión, a reírnos con nuestras sitcoms, a dar cátedra sobre los argumentos de las series de moda como intelectuales de gran mente abierta, nos hace falta una dosis más grande de la historia impulsada por Jenji Kohan. Nos hace falta más de la historia que inspiró Piper Kerman.

Es que hay un mundo que no conocemos (pero que creemos conocer muy bien, más o menos gracias a la TV) y que se oculta tras una sombra oscura: por mucho que creamos saber sobre el crimen, el castigo y la cárcel, nadie nos rompe las estructuras en torno a estos asuntos como lo hace esta brillante dramedia. Precisamente, mediante el hábil uso del humor (a veces un tanto negro o gris oscuro, a veces apelando a lo escatológico y crudo) y mediante la justa dosis de drama. El guion nos ubica perfectamente en cada uno de estos instantes, dando el lugar para todo según lo demande el libro. La comedia, precisamente, es el recurso más efectivo para transmitir un mensaje.

No solo nos asomamos a la vida de las mujeres que pueden subsistir con problemas más interesantes que un par nuevo de zapatos, un esmalte de uñas o un turno en el salón de belleza; conocemos a estas mujeres en un proceso que claramente simula ser de reinserción social, pero que en realidad, nos está mostrando las miserias del sistema penitenciario y los tratos que reciben las reclusas. En este mundo nada hay de acción ni de escapes heroicos prometedores como en otras series.

En el primer episodio de la segunda temporada, un guardia de la prisión dice a otro con un claro gesto de remedo ya no podemos llamarlas perras. Es “denigrante”. Fuerte y claro. Irónico, real, brillante. Incluso cuando Piper Chapman (Tylor Schilling) es trasladada a otra prisión en el medio de la noche, clama que tiene derechos humanos básicos, mientras para esos hombres que ofician de guardianes, esas palabras no significan nada.

No hay brillantes discursos de un lado a otro de los barrotes y no hay nada oculto. A diferencia de algunas ficciones de contenido policíaco, OITNB nos muestra el uso de los sanitarios sin tapujos, como debe ser en una celda mínima compartida por varias prisioneras, los vericuetos para conseguir cigarros, el chantaje sexual y la gradual pérdida de la vergüenza gracias a la brusca extinción de la libertad, la intimidad y el trato digno.

Además de dar vuelta el concepto de sexualidad, de libertad, de feminidad y de mostrarnos la cara incómoda de la cárcel, también desactiva la concepción cotidiana y tradicional del amor. Después de todo lo expuesto anteriormente, sabemos que aquí no hay nubes rosas. Hay amor a raudales: perfecto, imperfecto, alocado, pasional, incomprensible. Está el amor a través de los barrotes y el amor que subsiste pese a todo. Está Alex Vause (Laura Prepon) el amor de la vida de Piper. Un amor que se deja ser, un amor al que la serie no vuelve constantemente por el hecho de ser una pareja homosexual: un amor que es por sí solo, real y complejo.

En esta producción, no se cuestiona la propia sexualidad, no se vive como un factor de peso. Son como son, y eso basta. Las relaciones lésbicas están lejos de responder a los imperativos fetichistas del porno televisivo recatado: nuevamente, no son más que mujeres reales. Los personajes y las dualidades que los caracterizan se van haciendo, conforme transcurren los episodios, cada vez más cercanos. Lo importante entonces, es que cada una de estas mujeres es un mundo interesante por descubrir, sin importar su apariencia, sexualidad, pasado o presente.

Que la moda no importe, o que no sea un tema central, no hace que estemos frente a un producto que nos sugiera el comienzo (aunque sea un tibio asomo entre miles) a un nuevo discurso sobre la heterogeneidad y sobre la diversidad de lo femenino. Creer esto hablaría de una gran hipocresía, de una visión muy acotada. Hacen falta todos estos elementos de peso, que están perfectamente orquestados para una producción de calidad (Netflix siempre apunta alto), atractiva, atrapante y sobre todo, efectiva. En Orange is the New Black, ellas mandan en todo sentido. Erran, aciertan, sobreviven. Son protagonistas verdaderas, y no solo porque se trata de un elenco casi íntegramente femenino.

Victoria Barberis

Es periodista de profesión y escritora de corazón. Es "seriéfila" y una aficionada a las sagas. Su pluma a veces es sarcástica, pero siempre divertida.