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Pedro Almodóvar es uno de los más importantes cineastas de España desde Luis Buñuel. Uno de los primeros directores de cine que entran en la corriente abiertamente gay. Comenzó su carrera haciendo valientes comedias de bajo presupuesto, indignantes, sobrepasando los límites de buen gusto y aceptabilidad en el período inmediatamente posterior a la dictadura de Franco. Ahora, con Los Amantes Pasajeros, trata de combinar la sutileza y la frivolidad en un viaje hilarante a la altura de crucero.
Sus últimas películas han sido dramas densos, con tramas complicadas y referenciales. En cambio, Los Amantes Pasajeros es más bien una película de Almodóvar que un pastiche de cualquier otra persona. Comienza con un breve prólogo antes del despegue, al lado de la aerolínea imaginaria llamada Península Airways. Sólo las principales estrellas del cine, Penélope Cruz y Antonio Banderas, hacen un breve cameo respectivamente como Jessica una mujer embarazada y León, su marido cariñoso que trabajan en la pista. Jessica y León se encuentran involucrados en un accidente de menor importancia al lado del avión brillante, virgen, antes de salir. Pero, esa inocente negligencia se «introduce» en el tren de aterrizaje dañándole seriamente y, el vuelo 2459 de Madrid con destino a México está en la ruta hacia el desastre.
Un fallo técnico ha puesto en peligro las vidas de las personas que viajan en el airbus de Península. Los pilotos están luchando, junto con sus colegas en el Centro de Control, para encontrar una solución. Los asistentes de vuelo y el mayordomo son atípicos, personajes barrocos que, ante el peligro, tratan de olvidar sus propios problemas personales y dedicarse en cuerpo y alma a la tarea de hacer que el vuelo sea lo más agradable posible para los pasajeros mientras esperan una solución. La vida en las nubes es tan complicada como lo es al nivel del suelo por las mismas razones de siempre: el sexo y la muerte. Y los elementos principales de la película son las risas, drogas y, otra vez, sexo.
Los nuevos –y viejos– chicos y chicas Almodóvar, sobre todo chicos, son, entre otros, tres “azafatos” gay (Carlos Areces, Javier Cámara y Raúl Arévalo) un copiloto y un comandante (Hugo Silva y Antonio de la Torre) con abiertas preferencias sexuales, una cuarentona y psíquica virgen (Lola Dueñas) y una dominatriz (Cecilia Roth) de perturbador pasado, claro, también de índole sexual. Y, como mencionamos previamente, la cereza de la torta la ponen Penélope Cruz y Antonio Banderas, con un pequeño papel abriendo la historia.
La mayor parte del film se centra en la bussines class en tono claustrofóbico y en la cabina, aún más limitada. El piloto y el copiloto están en contacto con el control aéreo, pero en vez de estar en su camino a México, el avión está constantemente dando vueltas en Toledo (y eso no es Toledo, Ohio, como piensa un pasajero), porque ninguno de los otros aeropuertos españoles puede hacer una pista de aterrizaje de emergencia disponible. Y en lugar de los pilotos machistas tradicionales, uno de ellos es bisexual pero felizmente casado y el amante del mayordomo, mientras que el otro es un infeliz heterosexual que una vez le practico sexo oral al jefe de pilotos para ver si la experiencia era agradable.
A pesar de la mezcla interesante que Almodóvar sabe utilizar en personajes estridentes, historias salvajes, colores en tonalidades de los ‘80 y una buena banda sonora, esta película entretiene pero no logra despegar del todo. Al concentrarse en las cuestiones existenciales -como si los hombres o las mujeres son mejores dando sexo oral- Pedro Almodóvar se apega al nivel de los clichés, donde en el pasado se habría ofrecido una historia excepcional. Los Amantes Pasajeros no logra equilibrar uniformemente la tragedia y la comedia. Hay pequeños vacíos a la mitad de la película. Así que en vez de moverse el entretenimiento, el resultado es una comedia de situación mezclada con ficción y fantasía, que no tiene relación alguna con la realidad.
Sí, realmente a esta picante comedia sexual –no sexy- y lasciva se le extraña lo único que no podía faltarle: la comicidad. Risas no faltan pero, son casi sin querer. Y es que después de más de 20 años concentrado en dramas, todos esperábamos que el director logre repetir la gracia e imaginación de aquella película suya que, al recordarla, todavía se nos escapa una sonrisa de oreja a ojera: Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988). Almodóvar despoja el drama y la tragedia y le suelta las riendas a personajes caricaturescos, entretenidos en banalizar la catastrófica suerte de un avión que va por los cielos sin tren de aterrizaje, y lo hacen tan bien que llenan de ligereza el film.