Lunes 12, el viento menguó, igual es un día gris con tenue lluvia acentuada por la niebla ideal para ir al cine. Son las nueve de la mañana, en la platea del Auditorium se ven termos, yerba y mate, ya que la película que está por empezar es la uruguaya Belmonte dirigida por Federico Veiroj. Belmonte es un exitoso pintor separado con una hija, cuya ex está embarazada y tiene como meta formar una nueva familia. Frustrado por no ser parte de ella, lo tiene de mal humor. Es un inconformista que rechaza todo lo que le proponen, un insatisfecho que no acepta volver a enamorarse, siempre al borde de la irritación.
Solo se lleva bien con su madre y su pequeña hija aunque no modifica su rostro imperturbable. Su discordia se refleja en sus pinturas con rostros de hombres, por lo general desnudos, que recuerdan El grito de Munch. Una película correcta con canciones que reflejan el estado de ánimo del artista, modesta en sus pretensiones, detalla un momento en la vida de un personaje pesimista que debe sobreponerse a sus emociones para seguir adelante.
Conferencia de prensa mediante, le siguió La portuguesa, dirigida por la directora nacida en Lisboa Rita Azevedo Gomes, basada en uno de los tres relatos de Tres mujeres del austríaco Robert Musil. Parece ser que la Sección Competencia Internacional se ve empeñada en castigar a los espectadores. ¿Qué pecado habremos cometido? Fue presentada como estreno mundial, lástima que no fue en otro lado. La acción transcurre a principios de la época renacentista. El noble Von Ketten luego de una luna de miel de un año, en la cual le nace un hijo, decide ubicar a su esposa en un castillo de medio pelo. La instala y a los dos días se manda a mudar porque para él es más importante la guerra, enfrentado con los obispos de Trento, que la esposa. En la espera, más larga que la de Penélope, la protagonista se dedica a las artes: pinta, esculpe y toca el clavicordio.
De la educación del hijo se desentiende, para eso están las niñeras, mientras tanto pasea por los prados. Luego de siete años reaparece el noble algo maltrecho, pero una doncella cierra sigilosamente las puertas del cuarto. Claro, después de tanto tiempo va a haber fiesta. Pero antes, ambos deciden tomar un baño en tinajas separadas donde comienzan los juegos amorosos delante de una corte de sirvientes: el encargado de tocar la mandolina, la que los asea, la moza con el buffet donde no faltan las consabidas uvas y la manzana tentadora. Tan recatada es la directora que cuando salen del baño los aísla con una cortina, como la que separaba a Clark Gable y Claudette Colbert en Sucedió una noche (Frank Capra – 1934). A todo esto hay un personaje femenino vestido como Juliette Greco que cumple las funciones de un coro griego (a veces el guión la olvida).
El marido retorna a la guerra, nace un segundo hijo y aparece un primo bastante crecidito para ser un estudiante que le ofrece consuelo, pero solo verbal. La nueva generación de directores portugueses parecen estar influenciados por lo peor del cine de Manoel de Oliveira: planos fijos tediosos e interminables, diálogos declamatorios, poses solemnes. Todo el erotismo de la novela de Musil está ausente, lo único que la salva del aplazo es la hermosa fotografía y la composición de algunos planos que recuerdan pinturas de Velázquez y Jan van Eyck.
El alemán Wolfgang Staudte parece siempre salvar los platos rotos. Leuchtfeuer de 1954 fue la última película que filmó en la República Democrática Alemana. En esta oportunidad el director se aleja de la crítica a la Alemania nazi y su nefasto legado, para hacer una profunda reflexión sobre la condición humana. La acción transcurre a principios del siglo XX en una isla del Mar del Norte en la cual viven familias de pescadores.
Todos los años los habitantes se acercan con sus botes a un barco, que los surte de todo tipo de provisiones, ya que no hay puerto para atracar. Al desafectar esos viajes, comienzan las penurias para los isleños al quedar a merced de lo que les traiga el mar. Todos depositarán su odio en el encargado del faro que cumple con su deber, pero el hambre y la desesperación desatarán la tragedia en otro cruel y tenso film de Staudte. Excelente y conmovedor.
En la Sección Nuevos Autores asistí a la presentación de The Land on the Waves del coreano Lim Tae-Gue. El director mezcla ficción con política al hacer una crítica al Estado de su país, a través de sus compatriotas acusados falsamente de ser espías de Corea del Norte, como el caso del padre del protagonista que fue raptado por los comunistas y luego devuelto. A su vez, Tae-Gue pone en pantalla imágenes de un noticiero con la protesta de los familiares que aún no encontraron los cadáveres de sus parientes en el naufragio de Sewol del 2014. Otra falta de respeto de los gobernantes para con sus conciudadanos.
La historia se repite. Munseong, un empresario fracasado, se encuentra alejado de su padre hasta que éste es declarado inocente, para reencontrarlo ya en estado vegetativo. Al mismo tiempo mantiene un vínculo distante con su hijo que abandona sus estudios en New York. La idea de pérdida que tanto ha castigado al pueblo coreano está presente a lo largo de todo el relato, primero con la separación del país en dos naciones con familiares que nunca se reencontraron, el accidente del ferry con cuerpos nunca recuperados, los vínculos padre – hijo, tema central de la trama. Un film valiente y esclarecedor.
El cine rumano actual se ha destacado en resaltar errores cometidos en el pasado reciente y hechos históricos que eran mejor olvidarlos. Radu Jude en I do Not Care if we go Down in History as Barbarians (No me importa si aparecemos en la historia como Bárbaros) recrea a través de la preparación de un acto público, el holocausto judío cometido por el ejército rumano al mando del general Antonescu en la ciudad de Odessa en octubre de 1941.
La organización del evento a cargo de una joven directora es por momentos caótica. El productor la quiere suspender, los extras se retoban en medio de arduas discusiones que incluso llegan a las manos. El tono del film es muy discursivo con alusiones filosóficas, político históricas y también cinéfilas, lo cual puede resultar extenuante al tener que leer tantos subtítulos durante casi tres horas. Pese a este reparo, la media hora final durante la cual se lleva a cabo la representación, fortalece la propuesta al mantener en vilo al espectador. Y como dicen los dibujos animados al finalizar: “That’s all folks!”.
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