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Sábado 17, revuelo total en la ciudad por la aparición del Ara San Juan, se tejen miles de conjeturas. Afuera en la calle diluvia, se camina sorteando grandes charcos, son muchos los que se trasladan en taxi al Auditorium en medio de cataratas que caen del cielo. La película de clausura vale cualquier clase de sacrificio.
Los créditos iniciales muestran el patio de una casona limpiado con agua que tira desde un balde Cleo (la mucama de raíces indígenas), para expandirla con un escobillón. Una, dos, tres veces, el agua va y viene como el flujo de la vida. Sobre el líquido se refleja un avión, son tiempos de cambio en la ciudad de Méjico a principios de los años setenta. Roma, de Alfonso Cuarón, es el nombre de un barrio de la ciudad en la cual se crió el director. Un homenaje, recuerdos de su niñez. El epicentro es Cleo, que junto a una colega deben atender a una familia compuesta por una esposa, un padre ausente, una abuela y cuatro niños en una casa de varias plantas, numerosos cuartos espaciosos y muchos libros. Para contar la historia de la protagonista Cuarón elige determinados elementos estilísticos como el lenguaje visual en blanco y negro, la ausencia de banda sonora y los desplazamientos laterales de la cámara.
Pero lo que más llama la atención es el acertado uso de planos generales, ya que la crónica de Cleo es pequeña y personal en medio de multitudes. Se encuentra rodeada de un marco caótico y multitudinario, desde la casa en la que sirve, su paso por el mercado, sus salidas con el novio, las visitas al hospital. Los planos amplios le permiten enfocar dos cuartos al mismo tiempo donde suceden hechos simultáneos como Canijo en Sangre de mi sangre (2011). O bien, aprovechar la profundidad de campo, en la excelente toma que tiene en primer plano a la izquierda a la familia entristecida tomando un helado por las noticias que les transmitió la madre, y a la derecha al fondo una pareja de recién casados de festejo mientras un fotógrafo reproduce el momento.
Por último decide en muchas de las grandes tomas no seguir con la cámara a los protagonistas, como en la salida del cine o la llegada al hospital (Cleo en la primera y la abuela en la segunda), son una más en medio de una marea humana mientras se desplazan por el plano. La gran duda que queda flotando, es si estos pequeños detalles que hacen a la esencia del film se podrán apreciar en Netflix, plataforma en la cual será exhibido. Cleo no es una criada cualquiera, forma parte de la familia, los niños la adoran y la patrona le brinda toda su ayuda durante su embarazo.
Tiene un novio que la abandona al enterarse del futuro hijo, practica artes marciales (otra gran escena durante el entrenamiento masivo) y termina formando parte del grupo paramilitar, Halcones, que reprimió de manera violenta a una manifestación de estudiantes el día de Chorpus Christi en 1971, hecho que se conoce como el Halconazo. Intensos y conmovedores momentos que enfrentan a los novios en medio de la masacre que culmina con el parto. Roma es un tributo a las mujeres, tanto Cleo como su patrona sufren la ausencia del hombre pero saben cómo salir adelante. En cuanto al espíritu de la obra conjuga el humanismo de algunos directores del neorrealismo y la estilística de Antonioni y Hanecke. No pudo tener mejor cierre el 33 Festival de Mar del Plata.