Primero una Reina, luego un Rey, y ahora una Primer Ministro. Parece que los monarcas y las figuras políticas controversiales del país británico, son los personajes que los actores aman encarnar, y La Academia ama premiar.
Meryl Streep poniéndose en las polleras de Thatcher, recrea momentos con el nombre de Oscar grabado por todas partes, lo que le puede significar al fin, luego de 17 nominaciones, su tercera estatuilla dorada. Aún cuando la película es un ridículo desastre, The Iron Lady (La Dama de Hierro), es todo sobre la actuación de Meryl.
La Dama de Hierro es la inusual biopic de la controversial Margaret Thatcher, líder del Partido Conservador, y quien en 1979 se convertiría en la primera mujer en ejercer el cargo de Primer Ministra del Reino Unido.
La historia de la trama despega mostrando a una anciana Margaret, debilitada por la vejez y la demencia, atormentada por sus recuerdos de los años pasados, mientras mantiene una charla con su difunto marido Denis (un brillante Jim Broadbent), reprochándose lo que había perdido y lo que podría haber sido, recorriendo su juventud, su lucha en la política dominada por los hombres, su matrimonio, y la Guerra de Malvinas, que tanto nos mueve el piso a los argentinos.
Ésta actuación es la prueba de que no hay nada que Meryl Streep no pueda hacer. Una de las mejores actrices de la pantalla grande da una interpretación con la grandilocuencia imponente y sutileza maravillosa a la que solo ella nos tiene acostumbrado. Ella le dio forma a la mirada, el tono, los patrones del habla, y ese tan reconocido torcimiento de cabeza de la imperiosa Primer Ministro. La absorción de este personaje es simplemente estrepitosamente brillante.
“Me encerré una semana con mucha fruta y todos sus libros hasta que la ingerí, hasta que fui capaz de dormir, comer y respirar como la propia Margaret Thatcher. Lo sorprendente a partir de ese momento era no verla en el espejo. Jim (Broadbent, quien encarna a su esposo) también tuvo mucho que ver porque me dio su amor y me creyó como Margaret” explica Meryl en una entrevista sobre como abordo el personaje, muy a pesar de no estar de acuerdo con las acciones de Margaret.
Meryl habita el cuerpo de Margaret Thatcher con autoridad y con una humanidad frágil que nos recuerda que, a pesar de la voluntad de hierro de esta señora, y además de ser una política conservadora, sigue siendo decididamente humana. Gracias (o por desgracia) al guión, es inevitable sentir un poco de compasión (y una pizca de simpatía) por Margaret, porque abusa de las vulnerabilidades humanas en todo momento, dejando a la protagonista como una víctima del poder. Y al final la dama de hierro es sustituida por la imagen de una mujer enferma, ex Primer Ministra, que lucha por mantener su dignidad personal y el sentido de la independencia.
El segundo trabajo cinematográfico de Phyllida Lloyd (Mamma Mia!) habla mucho de la inteligencia analítica de ésta señora y su astucia táctica, pero la atención de esta película se centra en el drama y el patetismo de su vida personal, perdiendo por completo la objetividad de la trama, confundiendo al público, con una visión distoricionada de lo que fue y es Margaret Tatcher. El guión trata de engañarnos y parece que la única que entendió por completo a Tatcher es Streep, quien refleja en cada mirada y en cada mueca, el precio que le costó su vida, su trabajo y su política.
La película tiene poco interés en explicar la mujer que fue o el período de la historia británica a la que le dio forma. Pero si la idea es humanizar a ésta mujer, es bastante inútil. Si hay algo por lo que Margaret Thatcher no será recordada es por su humanidad.