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Hace mucho que las series animadas con el mote de para adultos dejaron de ser una novedad. Desde los pioneros Simpsons hasta los insoportablemente descarados habitantes de La Casa de los Dibujos, cualquiera de estas propuestas apunta a una sola cosa: un humor pasado de rosca con un catálogo de chistes excediendo lo políticamente incorrecto, lo negro y hasta lo escatológico. Porque se ve que por más adultos que seamos, nos siguen haciendo gracia los dibujos animados y los gags sobre vómitos o comentarios racistas. El porqué de esto verdaderamente invita a un análisis de otro tipo.
Ahora Netflix, en un claro intento por afianzar una parrilla tan amplia que permita competir con grandes de la industria televisiva como HBO, ofrece entre sus series propias a BoJack Horseman. La característica distintiva, más allá del hecho de ser una comedia animada, es que dista bastante de los productos que el sitio ofrece desde el lanzamiento de House of Cards. Se trata precisamente de una idea que apunta a la provocación y a lo incorrecto de modo constante y a cualquier precio. Esta serie tiene lugar en un mundo donde conviven seres humanos con animales groseramente antropomorfos y se centra en BoJack, un caballo (con evidentes características humanas, claro está) que intenta llevar adelante su vida después de haber sido la estrella de una sitcom de poca monta en los años noventa, llamada Horsin’ Around.
Luego de pasar estrepitosamente al olvido, BoJack acaba viviendo en la depresión, recluido en su casa (exageradamente ubicada en una colina, emulando el paisaje californiano) una de las pocas cosas que le quedan de su época dorada. A él se le suma Todd, un roomate un tanto especial y uno de los puntos fuertes en los momentos de comedia. La verdad es que este hombre-caballo no es para nada apreciado, ni siquiera es querible: se comporta como un verdadero cretino con la que viene a ser su novia, una gata que también presenta características humanas (licencias del género, no vamos a pedir nada de realismo).
Además, es grosero, haragán, mujeriego y bebe en demasía. Pero claro que el temor a pasar a la historia como un oxidado actor de una sitcom mediocre comienza a hacerle ruido y es entonces cuando decide hacerse de las armas para poner un fin a su sufrimiento y recelo al futuro. No es que este arco argumental sea de lo más importante, para nada. El que se aproxima a esta propuesta de Netflix lo hace claramente por otras razones.
En un principio, se hace un guiño a todas las sitcoms de la época (y un poco también a las actuales) y a la clásica caída de los actores luego de interpretar roles que los encasillan de por vida. Esto aparece todo el tiempo, especialmente cuando podemos ver al protagonista volviendo continuamente al pasado y repasando los DVDs de su antigua serie. El personaje de BoJack en los noventa nos recuerda mucho a una versión modernizada de Bill Cosby, pero en general, esa suerte de crítica va dirigida al gag simplón de todas las sitcoms y a reírse a expensas de las tramas de comedias familiares con finales felices.
Sin embargo, la comedia de Netflix tarda en animarse a empujar más los límites de lo establecido (o de lo permitido) y se va desarrollando lentamente conforme pasa la primera temporada. Asistimos –en resumidas cuentas- a una especie de Episodes, pero animada. Y con caballos que salen con gatos, por supuesto. La sátira de Hollywood está a la vista, en ése humor que por momentos es simplemente muy deprimente para reír. Este género no es para cualquiera: hay una gran gama de potenciales espectadores que se concentra más o menos entre aquellos que amaron Wilfred y los defensores a ultranza de La Casa de los Dibujos. Los demás, si se escandalizan con la construcción de un universo donde la zoofilia es aparentemente aceptada por la sociedad como el sexo tradicional, deberían saber abstenerse.
En este sentido, en el humor centrado sobre lo sexual y lo escatológico a cargo de personajes desagradables –tanto estéticamente como dentro del guion- podemos ubicar esta propuesta más cerca de las controversiales series animadas de MTV que de sus pares como South Park o Family Guy. Hay momentos graciosos como parte de un libreto realmente inspirado, y otros tantos parecen de manual, sacados de alguna cajita de gags para sitcom. Los diálogos van tomando fluidez con el lento correr de los capítulos, ya que en un primer momento las voces se perciben grabadas por separado, sin un nexo conversacional latente.
No menos importante (porque muchos empezaron a ver la serie gracias a este detalle) son las voces que dan vida a estos personajes animados. Por un lado, tenemos al principal representado por Will Arnett (GOB Bluth en Arrested Development) y por el otro, a su sidekick, Todd Chavez en la voz de Aaron Paul, un personaje que con algunas licencias, se asemeja bastante a Jesse Pinkman. También aparece Alison Brie (Community, Mad Men) como Diane Nguyen, una incomprendida feminista a la que BoJack y su novia buscan como escritora fantasma para la biografía que lo salvará del olvido.
La creación de Raphael Bob-Waksberg tiene aspiraciones muy altas: convertirse en una propuesta alternativa para la clásica animación para adultos, pero sin dejar de lado el humor recurrente y característico que todos buscan en estas comedias.
“Es difícil hacer esto y no reírse a cada momento” confiesa Aaron Paul mientras graba sus escenas. Mientras, muchos otros actores están esperando para unirse al proyecto y otras tantas celebridades han participado realizando interesantes cameos. Lo atractivo es que se trata de un formato cuyos capítulos no son autoconclusivos, sino que se trata de una gran historia que nos invita a ver otro episodio más para atar los hilos de una trama, una de las maneras más efectivas de hacer que este caballo nos resulte entrañable, aunque a su entorno, parezca no agradarle tanto.