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¿Es posible preparar con ingredientes frescos y nobles un menú insípido? Un buen punto de partida debería arrojar un resultado seguro, pero a muchos les habrá ocurrido mezclar azúcar, leche, huevos, harina y vainilla soñando con el mágico sabor que regalaba la cocina de la abuela y abrir el horno para extraer de sus profundidades un bizcochuelo aplastado, con la base ennegrecida y en lugar del corazón esponjoso, un poco de masa cruda.
Algo de eso parece haber ocurrido con Edha, la primera serie argentina producida por Netflix, que tiene un elenco lujoso, un director experimentado y media docena de libretistas que no consiguen llevar a buen puerto una historia que, aunque fallida, es atractiva. Más de uno puede caer en la tentación de culpar del fracaso a la protagonista, Juana Viale, una belleza carente de recursos expresivos que emplea gestos idénticos cuando le dan buenas o malísimas noticias. Sin embargo, hay un elenco numeroso que hace lo que puede sin mover el amperímetro de la emoción.
Para empezar por el principio, Edha es la historia de una diseñadora (Juana Viale) que en sociedad con su padre (Osmar Núñez) necesita con desesperación un volantazo que le permita a ella seguir marcando tendencia en el mundo de la alta costura y a él , responsable de la parte financiera, recuperarse de inversiones desafortunadas.
Pero las genialidades surgidas de la inspiración de Edha se materializan en un taller clandestino en el que un capataz implacable obliga a proezas laborales a un grupo de trabajadores esclavizados. Más cerca de ese galpón mal iluminado que de la pasarela vive Teo, (el español Andrés Velencoso), el personaje al que le toca en suerte pasar de vendedor ambulante a top model, desperdiciando una oportunidad preciosa de conmover de alguna manera a los espectadores.
Desde la Cenicienta, pasando por Príncipe y Mendigo o Tarzán/lord Greystoke, ni siquiera hace falta música de fondo para disfrutar del momento de la transformación. Nuestra imaginación, forjada en clásicos relatos infantiles, aguarda expectante que la criatura que Charles Perrault recluyó en la cocina cubierta de harapos, se calce el zapatito de cristal y brille en el baile en medio de la nobleza.
Leer o ver en la pantalla cómo el mendigo toma el trono del príncipe o éste va a parar a la calle es una fórmula de éxito que no falla. En Edha, el ojo entrenado de la diseñadora, descubre debajo de la ropa de mala calidad de Teo el enorme potencial de un hombre que puede hacerla triunfar en el universo de la moda masculina. Pero no hay sorpresa. El pibe pasa de crisálida a mariposa sin que a nadie le parezca un cambio significativo.
El director Daniel Burman, responsable de películas de buena factura como El abrazo partido, El Rey del Once o El nido vacío, no le ha dedicado ni una toma decente a la mutación. En un capítulo zafa de la policía cediéndole las remeras que lleva en el bolso y en el siguiente se quita la camisa y ofrece el cuerpo a la seda y las tijeras de su mentora como si fuera lo más normal del mundo.
La historia tiene suficientes subtramas para alimentar los diez capítulos y un final que permitiría una nueva temporada si los espectadores decidieran que quieren más. Edha tiene drama, tragedia, dos debuts auspiciosos-Delfina Chávez, como la hija de la diseñadora y Flavio Mendoza como Yastin, manager de modelos y narco – y actores que dan la talla como Pablo Echarri, Sofía Gala Castiglione, Daniel Hendler o Inés Estévez.
De los libros se ocuparon Mario Segade, Virginia Martínez, Fernando Castets, Marta Betoldi y Daniel Cúparo. Si hay algo que habrá que agradecerle al director y los productores son las lujosas tomas de la ciudad de Buenos Aires, diurnas y nocturnas. Cualquiera de esas imágenes podrían emplearse para promocionar a la capital del país en los foros turísticos internacionales.
Presentada con bombos y platillos como la primera producción argentina de Netflix- hay otras series que adquirió pero no produjo-se supone que sus responsables contaron con todo el arsenal de recursos para montar un programa atractivo y competir con el resto de la ficción que atesora la plataforma de streaming.
Tal vez a esa presunta abundancia se deban pasajes como el de las costureras judías que en algún momento se hacen cargo del taller. Eso o un chiste interno de Daniel Burman, un director que maneja como pocos los tics de una colectividad a la que usa como recurrente fuente de inspiración.
Al cabo de diez capítulos Edha ofrece escenas de acción, sexo y algo de romance, más o menos la fórmula del 80 por ciento de lo que se puede encontrar en Netflix; claro que como en el bizcochuelo de la abuela, a veces hace faltan la sabiduría y la experiencia para transformar a una receta archiconocida en un plato rico, único y original.