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Cuando se me pasó el furor de un karaoke frustrado con las canciones tan populares de Gilda, apenas salí de ver la película me puse a pensar en el desafío que tenían por delante Lorena Muñoz, la directora, y Natalia Oreiro, intérprete, a la hora de comenzar el rodaje.
Principalmente porque, como pasa en la mayoría de las películas biográficas, ya sabemos la historia, o por lo menos conocemos el final, en este caso un trágico accidente que le costó la vida a la heroína de la película.
En segundo lugar, el hablar de alguien tan popular que ha muerto, puede ser un terreno engorroso a la hora de contar la historia: sólo se tienen las percepciones de algunos vínculos cercanos para construir al personaje y el fanatismo por la persona pareciera ser mayor si ha fallecido.
Gilda no sólo es la compositora de esas canciones que todos sabemos, sino que también se transformó en una especie de santa para sus devotos fanáticos que juran que desde el más allá logra milagros. Es por esto que al ver la película podían suceder dos cosas en nosotros, los seguidores de la cantante: mantener la llama prendida de la adoración, o una completa desilusión por la interpretación de la ídola pagana.
A mi parecer, ambas (Oreiro y Muñoz) lograron sortear estos obstáculos, incluido la obtención de los derechos musicales, ya que hubo cinco intentos fallidos de otras productoras por obtener el permiso del hijo de la abanderada de la música tropical. Sin embargo, una carta de la directora y la actriz más un disco con una versión de Oreiro de “No me arrepiento de este amor” bastaron para que el heredero de los derechos firme y comience el rodaje.
El ritmo de la película parece ser una analogía de la vida de Miriam Alejandra Bianchi, más conocida como Gilda. Los primeros minutos de la cinta rozan la monotonía, el aburrimiento y hasta escasean los diálogos. Las escenografías acompañan a la perfección el clima de insatisfacción personal que sentía la ama de casa y maestra jardinera oriunda de Devoto, con su vida anterior a su carrera musical.
En una oda a su infancia, interpretada silenciosamente por Ángela Torres, recuerda la pasión musical que le transmitió su padre, decide probar suerte, se presenta en un casting para cantar y de repente la película toma otro giro. Es como si alguien cambiara de una triste canción de Franco Simone a una cumbia tropical con pasos al compás. Y quizás sea ese el gran acontecimiento de la trama, un rotundo cambio de vida, sin un gran amor reflejado en pantalla ni demasiados dramas más que la pelea por posicionarse en el machista y transero ambiente tropical.
La interpretación de Oreiro es de un trabajo minucioso indiscutible. Desde la exacta copia de vestuario, hasta el parecido físico conseguido (cuando le pone piel a la mítica foto de Gilda con su característica corona de flores, la semejanza física es digna de un delirio) dejan en evidencia lo que más tarde declaró la actriz: que soñaba con interpretar a su ídola musical desde hace tiempo.
Si hacemos memoria, lo deberíamos haber supuesto: la Cholito de Muñeca Brava lloró a pies del santuario montado para la difunta en la Ruta 12; en Sos mi Vida entraba al ring con “Corazón Valiente” de fondo, y en su última telenovela, Solamente Vos, cantaba cumbia. En la película, su canto tiene un fuerte sello de Natalia que da un tinte de originalidad y energía (característica de la actriz) al popular repertorio de canciones como “Fuiste”; “No me arrepiento de este amor” y “Paisaje”.
Ya entrado en tema, aquí quiero detenerme: el soundtrack es el gran héroe de la película. En primer lugar, hay que destacar la versión en español de la canción de The Beach Boys “God Only Knows” cantada por Ángela Torres y con guitarra de Ricardo Mollo, marido de Oreiro y líder de Divididos. La versión en tonos suaves da la perfecta pizca de nostalgia y ternura a las escenas de adolescencia de la diva de la bailanta, que recuerda constantemente a lo largo de la película.
Y por supuesto -y en palabras mayores-, la selección de temas de la cantante fueron un condimento fundamental en esto de “mantener la llama viva del fanatismo” con la película. La interpretación de la energía y la evidente química que existía entre la cantante y el público en cada presentación en vivo (que se muestra con un famoso tema de fondo) es la responsable de que nos quedemos con ganas de un poco más ya finalizada la película.
La frutilla del postre es la mística que genera la canción final compuesta e interpretada por Gilda “No es mi despedida”, como si hubiera sido una premonición de su muerte. Ante esto, salí del cine “satisfecha” con la película y con ganas de más escenas de cumbia o con ganas de más Gilda. Por eso, no me arrepiento de verte, Gilda.