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La convención social dicta que las mujeres deben ser delicadas por naturaleza. Elegantes, femeninas, bellas a cualquier precio. Desde pequeñas, muchas cultivan el arte de la estética y del refinamiento, elementos de la gracia que caracteriza al llamado sexo débil. Pero para Jenji Kohan, la mujer es otra cosa. O más bien, es muchas cosas. Por eso es que la creadora de Weeds se vale de una historia real para arrojar a la engreída Piper Chapman (Taylor Schilling) a un mundillo hostil y cruel como lo es la prisión de mujeres.
La nueva serie de Netflix, basada en la historia de Piper Kerman, Orange is the new Black: My year in women’s prison, plantea de modo muy inteligente la vida de las mujeres tras las rejas. La necesidad de la conformación de grupos de pares para asegurar la estabilidad y la supervivencia, la importancia de formar alianzas, los sórdidos romances en la cárcel y la aplicación extrema de la ley del más fuerte, son algunas de las cuestiones de peso que tan profundamente plantea Orange is the New Black, sin perder por un segundo el atractivo del show televisivo.
Nuestra protagonista decide entregarse a la policía para cumplir con una condena de quince meses. Es que allá por sus veintitantos años, Piper se vio involucrada en el manejo de dinero derivado del narcotráfico, un negocio que astutamente operaba su entonces novia, Alex Vause (Laura Prepon). Ahora, pasando los treinta, renuncia a su libertad cuando se encuentra apenas a unos metros de la meta del sueño americano: prometida a un buen hombre (luego de abandonar la faceta lésbica experimental post-universidad) y con un emprendimiento de productos de estética en pleno desarrollo.
Es por momentos, solo otra rubia odiosa. Es pedante e ingenua, con esos aires molestos de niña bien: la aburrida compañera de la secundaria frente a la que nadie quiere hablar de sexo y que saca sólo buenas notas, ésa es Chapman. Pero todo esto se pone en jaque cuando tiene que pasar por la odisea de sobrevivir el tiempo muerto que significa un día en la prisión, sin mencionar los cruces con este oscuro mundo, que manifiestan la otra cara pocas veces vista de un sistema que funciona para algunos pocos y que pone trampas al más débil. “It’s just like The Hamptons, only fuckin’ horrible”, le advierte con toda razón una de sus compañeras.
Orange is the New Black aplica también una poderosa crítica al sistema penitenciario norteamericano y a la sociedad en general. Presenta un rostro conocido pero escondido del poderoso país del norte, una realidad que funciona también para muchos otros lugares del mundo. Quienes administran la prisión, no muestran el más mínimo esbozo de humanidad. Los directivos se manejan con la corrupción como bandera, sin importar si las internas mueren de hambre o si no obtienen los medicamentos que necesitan, porque después de todo, son simplemente reclusas.
La prisión está poblada en su mayoría por latinas o afroamericanas, que una a una fueron cayendo en la desesperada búsqueda por sobrevivir a la engañosa promesa del american dream y que ahora esperan, en lastimosas condiciones, cumplir una condena para volver a insertarse en un mundo que les ofrece pocas alternativas. Así, el negocio de la droga dentro y fuera del recinto, el suicidio y el acoso sexual son moneda corriente en esta realidad que relata la nueva serie de Netflix. “Soy extremadamente buena moviendo grandes cantidades de heroína de un lado a otro”, dice Alex cuando le preguntan por sus alternativas futuras.
El espectador ingresa a esta serie por la promesa de comedia, y se queda por las historias atrapantes que se van contando en cada capítulo sobre las vidas de aquellas mujeres. Hay risas, sí, pero es esa risa incómoda que provoca el más descarado humor negro, metido en cuentagotas en una trama dramática que es capaz de emocionar. Las interpretaciones de Jason Biggs (American Pie) y de Laura Prepon (That 70’s Show) encajan perfecto en una historia que parecería no tener lugar para el humor absurdo por el que se popularizaron ambos actores. Mientras, personajes como Red, Burset y Pennsatucky, merecen varias líneas aparte.
Es que lo interesante de la serie no es la pelea constante de Piper por integrarse y aceptar esta nueva realidad, ni cómo afecta el distanciamiento a su actual pareja. Ni siquiera reparamos en cómo es que con toda mala suerte, su ex novia Alex va a parar a la misma correccional. La historia atrapa por todas las vidas que subyacen en el guion: la de la transexual que deja atrás a su esposa y a su hijo por perseguir su verdad, la joven que lleva cinco abortos en sus espaldas y que siente que puede sanar en el nombre de Dios, los corazones que se han endurecido en medio de la adversidad del confinamiento, pero que hace mucho tiempo, lejos de las grises paredes, fueron una mujer real, con sueños y ambiciones.
Ver Orange is the New Black es como una tentación irresistible, como un placer culposo que atrapa desde el primer capítulo. Por alguna razón, no se puede dejar de dar play hasta finalizar los trece capítulos que propone el sitio y es de esas series que no nos permiten aceptar que hay que esperar para ver la segunda temporada. Se trata de uno de esos productos que aparecen de vez en cuando, que nos tienen atrapados por horas, quizás de sol a sol. De esos que cuando queremos darnos cuenta, nos han tenido tres horas frente al monitor. Sin dudas, el naranja se impone.