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[OSCARS] Disyuntivas de un sordo: Integración o aislamientos. Crítica a El sonido del Metal

Por John Lake

Las sordomudas que desfilaron por la pantalla siempre fueron bendecidas por los Oscar, dado que la Academia de Hollywood siempre fue propensa a premiar a aquellos personajes con alguna deficiencia física: Jane Wyman en Belinda (Jean Negulesco – 1948), Patty Duke en Ana de los milagros (Arthur Penn – 1962) y Marlee Matlin en Te amaré en silencio (Randa Haines – 1986). También están presentes aquellos títulos en los que una hija ayuda a padres sordomudos, como la alemana Las voces del silencio (Caroline Link – 1996) y la francesa La familia Bélier (Éric Lartigau – 2014) que tuvo una remake norteamericana, Coda (Sian Heder – 2021), multipremiada en el último festival de Sundance. En todos los casos se daban dos condiciones: la protagonista era una mujer (ya sea como paciente o auxiliar) y la imperfección era congénita. Por eso, no deja de sorprender que, en la próxima entrega de la estatuilla dorada, hayan concursado dos   películas con la misma temática con personajes masculinos. Surinam, en su primera participación, presentó Wiren (Ivan Tai-Apin – 2018), un bochornoso caso real de discriminación gubernamental a un sordo en pleno siglo XXI, que finalmente no quedó en el corte final para la categoría de Mejor Película en Lengua Extranjera. La otra, es la norteamericana El sonido del metal, con 6 nominaciones, sobre un baterista treintañero de un dúo de grunge metal, que comienza a perder su audición debido a la alta exposición al ruido.

Nunca una ficción se había detenido con tanto detalle en explorar el proceso de una pérdida auditiva, las herramientas a su alcance y su recuperación. Las frustraciones de una audiometría al confundir las palabras, el complicado aprendizaje del lenguaje de señas, la desilusión frente a las armonías musicales que ya nunca más se percibirán, los estallidos de violencia propios de la impotencia, el implante coclear y sus limitaciones, son las etapas por las que atraviesa Riz Ahmed (Ruben), actor británico de origen paquistaní.

El film adopta un tono cuasi realista en el largo tramo que transcurre en un centro de rehabilitación para sordos a cargo de Paul Raci (figura prominente de CODA, una organización privada que se encarga de los niños criados por adultos sordos), una suerte de gurú y figura paternal para el protagonista. Darius Marder aporta su experiencia en el terreno del documental para describir las actividades de la comunidad, la educación escolar, las reuniones, los retiros solitarios y los particulares almuerzos llenos de gestos y golpeteos. Para Joe (Raci), los sordos no son discapacitados, en su centro la sanación es mental y no auditiva, su lema es aprender a convivir con la sordera para adaptarse a las nuevas formas de existir y no corregirla. Su filosofía es el aislamiento como forma para reencontrarse con uno mismo, para alcanzar una cierta espiritualidad, a lo sumo socializar solo con los pares. Invita a Ruben a apartarse para disfrutar del silencio (práctica vinculada a la meditación zen y el mindfulness) en una habitación donde le propone escribir y reflexionar. Propicia el retraimiento y la incomunicación en detrimento de la integración como elección de vida. Un pensamiento discutible, polémico, refutable como idea principal del guión coescrito por los hermanos Marder.

La banda sonora está muy bien armada en función de la percepción auditiva del protagonista. Los primeros síntomas lo sorprenden, utiliza los típicos recursos de un hipoacúsico para comprobar si escucha: tose y se suena la nariz. Al principio la audición va y viene, mezcla de sonidos claros con murmullos lejanos como si las pilas de un audífono estuvieran por vencer, los ruidos de los electrodomésticos disminuyen, se distorsionan. Durante su estadía en la comunidad reina el silencio en grandes pasajes, apenas interrumpido por la lectura labial o la ausencia del lenguaje de señas. Con el implante coclear las voces suenan metalizadas como un audífono mal calibrado, le perturban los sonidos que se potencian hasta que se acostumbre y logre un equilibrio.

En la fiesta organizada por Richard (Mathieu Amalric), padre de Lou (Olivia Cooke), siente incomodidad por no entender con claridad lo que se dice, una resonancia ininteligible producida por las conversaciones cruzadas que llevan a Ruben a buscar la solución más cómoda, la menos vergonzante: aislarse. Refugiarse en un rincón, en un falso confort con tal de evitar el esfuerzo de distinguir una sola palabra para seguir el hilo de la conversación y evitar el papelón. Por último, la canción final que entona Lou habla de un amor que la mata, de una locura que le produce llanto, de un amor que fue, a modo de ruptura de su vínculo con el baterista. Una alegoría, ya que, expresada en francés, idioma que no domina el músico, escucha las palabras, pero no las entiende, al igual que los hipoacúsicos en situaciones similares, pero en un lenguaje comprensible.

El sonido del metal, sin caer en el melodrama, es una película conmovedora que toca las fibras más íntimas de aquellos que padecen distintas formas de discapacidad auditiva, como quien escribe este texto. Una realidad desconocida por muchos, especialmente en el ámbito cinematográfico, injustamente soslayada, que habla de sufrimientos, impotencia y frustración.

Valoración: 8.

John Lake

Adolfo Giraldo alias "John Lake" es fanático del cine desde chico, asistió a cursos de cine con Gisela Manusovich y completó la carrera de crítico de cine en la Escuela de la revista El Amante. Sus críticas aparecieron en diversos sitios como cinemascine.net, todaslascriticas.com y en la revista virtual Pez Dorado.