Te recomendamos:
Desde hace algunos años, las series de televisión se han convertido en uno de nuestros placeres culposos por excelencia. Todos hemos quedado enganchados en alguna de estas historias, siguiendo temporada tras temporada las aventuras y desventuras de ciertos personajes; los hemos adoptado como parte de nuestras vidas y hemos construido todo un ritual social en torno a alguna ficción. Pensemos en lo que sucede a nivel de nuestras conversaciones cotidianas, donde dedicamos varias horas de un espacio relacional para debatir sobre algún show, incluso citando alguna de las populares catchphrases que de ellos emanan (y, en varios casos, aplicándolas a cada momento de nuestras vidas).
Las series se han vuelto parte del diálogo social, porque de alguna manera, han ido ganando terreno en nuestro universo recreacional y conversacional. Mientras, los finales de temporada nos envuelven en ansiedad, los principios nos llenan de expectación y esperamos el comienzo del próximo episodio sentados en el borde de nuestras sillas.
El consumo de estos productos ha llegado a tal nivel que año tras año, las grandes cadenas televisivas proponen decenas de series (claro que, unas pocas lograrán permanecer en el tiempo). La demanda y la oferta van en ascenso y se va formando a su paso una generación de seriéfilos. Es así que se ha abierto el debate acerca de por qué es que las series atraen tanto, por qué nos gusta vivir las vidas de esos personajes que encontramos semanalmente en la pantalla chica.
Una de las causas puede hallarse en el factor temporal: si bien es cierto que las series se mantienen durante un largo período (sabemos de algunas que han durado más de diez años), su consumo y circulación están más vinculados con la inmediatez que requieren los consumidores actuales. Ver un episodio de media hora o de una hora, incluso si se hace de manera esporádica, compone una suerte de pasatiempo posmoderno que resulta, por así decirlo, más rápido y menos demandante.
La periodicidad, a su vez, permite que las series constituyan una especie de adicción. Ya sea para divertirnos con una comedia o para develar el próximo misterio de un drama, siempre nos quedamos con sed de más. A esto se le suma el hecho de que actualmente existen propuestas para todos los intereses, que van recolectando cada vez más adeptos. Ahora bien, si esto interfiere o no en la calidad de los productos, es un nuevo análisis que da lugar a un largo debate.
No se puede dejar de lado que en todo esto Internet juega un papel determinante, teniendo en cuenta que el apego a las series es fruto de una sociedad que consume productos audiovisuales constantemente y que exige instantaneidad y rapidez, no solo en la reproducción, sino también dentro del relato. Las series se acomodan mejor a determinadas narrativas que no encuentran su espacio dentro de la duración de una película: son como pequeños bloques de un gran film, que nos permiten interiorizarnos y apegarnos a los personajes, mientras se van explorando aristas cada vez más profundas de una historia.
Muchos guiones hubieran funcionado igualmente de haber sido adaptados al formato cinematográfico, pero de alguna manera, la emisión periódica plantea un relato más relajado que da paso a historias más acabadas. En este sentido, podemos citar innumerables ejemplos: desde X Files hasta Black Mirror. En el caso de los personajes, pensemos que no hubiera sido igual la recepción de un Walter White o de un Gregory House en uno u otro formato. La televisión encuentra así su manera de contarnos más sobre la sociedad y sobre los temas que la preocupan, poniéndole un rostro característico a cada realidad.
En este marco, la audiencia ya no pueden ser concebida como tal: estamos frente a una comunidad de usuarios de las series, quienes de alguna manera están al frente de estas producciones y son más influyentes que nunca. Quizás en este aspecto, Netflix lleva un paso adelante, siendo pionera en esta nueva concepción del usuario, ofreciendo series propias con la posibilidad de verlas online, publicando las temporadas completas.
Esta realidad abre el juego para la producción de nuevas series en Latinoamérica (e incluso en el interior de la Argentina). Las propuestas televisivas siempre fueron importadas, en mayor medida desde Estados Unidos, y al existir nuevos relatos para nuevos públicos, los realizadores audiovisuales y los guionistas ven una posibilidad donde antes no la había.
Asistimos al momento clave de las producciones para televisión (y para Internet) y el fundamento está en la necesidad de consumir un producto con cierta inmediatez y en la demanda de historias profundas que sólo se cuentan temporada a temporada; todo basado, claro, en un usuario que sabe lo que quiere y que demanda un producto hecho a su medida, que cuente una historia con la que se relacione desde lo cultural y desde lo social.