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Jack se despierta todas las mañanas y ejerce una especie de rutina: saluda a su lámpara, saluda a su planta, a su alfombra, a su armario. Jack acaba de cumplir cinco años y jamás ha visto la luz del sol, más allá de la que entra por la claraboya de la habitación. Esas cuatros paredes que tienen dentro desde una cama hasta una cocina, son el mundo de Jack. Su planta, su armario, su alfombra y todas aquellas cosas que lo rodean, son lo único real para este chico que desconoce absolutamente la realidad fuera de esas paredes. Todo lo que él no pueda ver y tocar en ese cuarto, forma parte del mundo de la tv, de todo aquello que ve por esa pequeña pantalla y que su madre le ha dicho que no existe.
Jack no puede siquiera imaginar que todo aquello que día tras día ve por televisión, está a sólo unos metros, detrás de esa pesada puerta que lo separa a él y a su madre de la vida como la conocemos.
Basada en el libro homónimo, escrito por Emma Donoghue (guionista del film), Room explora de una manera muy particular la relación madre-hijo. Y esa particularidad no se debe a que la historia es extremadamente dura y angustiante, sino a que todo lo que vemos y escuchamos, lo hacemos a través de Jack. Narrar desde el punto de vista de un niño, que observa lo que lo rodea con mirada ingenua e infantil, puede ser un gran riesgo, sobre todo en este tipo de historias tan complicadas por su temática, tan inabarcables para la comprensión de un chico de cinco años.
La historia, que vamos conociendo con el correr de los minutos, tiene como protagonista a Joy, una joven que a los 17 años fue secuestrada y encerrada en una habitación y quedó embarazada luego de los incontables abusos perpetrados por su secuestrador, a quien conocemos como Old Nick. Joy recibe a su hijo Jack en cautiverio y así lo ha criado hasta los cinco años, que es donde comienza propiamente la película.
Sin caer en el spoiler podemos decir que Room nos lleva lentamente por un camino espinado, en el que dos personas deben aprender a vivir en un entorno desconocido para ellos. En el caso de Jack porque directamente no sabe de su existencia, y en el caso de Joy, porque ese mundo ya no es el mismo que ella conocía siete años atrás.
Ese pedazo de cielo que Jack observa con fascinación por la claraboya, es para Joy el recordatorio constante de la libertad perdida y una vida que de un día para otro ya no fue la misma. Y Joy, pese a todo, hace de esa habitación una caja de seguridad para su hijo, donde él pueda sentirse a salvo, y donde, bajo las horribles circunstancias, él pueda ser feliz ignorando todo lo demás.
El director Lenny Abrahamson (Frank) logra transmitir la atmósfera claustrofóbica de esa habitación con una puesta en escena muy simplista pero realista. Sin embargo, el punto fuerte de Room está en sus dos protagonistas, el verdadero motor de esta historia triste, conmovedora pero también enternecedora. Brie Larson y Jacob Tremblay conforman un dúo poderoso, que, ayudados por un guión muy sólido, logran emocionar y llegarle al espectador sin necesidad de golpes bajos y clichés.
Room termina siendo una gran historia sobre una madre y un hijo que deben aprender a vivir de nuevo, a reconstruir juntos ese mundo perdido, aquel que se extendía más allá de la lámpara, la planta, la alfombra, el armario: en conclusión, aquel que se extendía más allá de la claraboya de la pequeña e infame habitación.