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Una película minimalista narrada a través de planos fijos con escasos diálogos, es el primer largo de ficción de Hernán Fernández, un director formado en el ENERC (Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica). Las tres primeras secuencias definen de manera clara la situación. En la primera vemos a un hombre de campo con su bolso al hombro que se desplaza por un camino, en la segunda una mujer recostada en la cama, en soledad y en la tercera a este último personaje en una cita médica para un control por su embarazo. Una pareja distanciada por la necesidad de supervivencia. Elías, el marido, peón de campo, debe rumbear a la ciudad para el sustento familiar, mientras Sonia, su mujer, lo aguarda con resignación en vísperas de un próximo alumbramiento.
Fernández se asienta en el cine de Reygadas: el extenso plano secuencia de una camioneta que se desplaza por un camino con sus ocupantes en silencio recuerda a Luz silenciosa (2007), con la toma de espaldas como única diferencia. También se nutre del cine de Lisandro Alonso, el director de La Libertad (2001), por el estilo narrativo impregnado de naturalidad, tomando la realidad de un lugar a través de los propios protagonistas. En un film donde la palabra no cobra protagonismo, lo verbal se expresa a través de monólogos como los de la religiosa que lee la Biblia, las órdenes que imparte el doctor o los monosílabos de las respuestas telefónicas.
Los planos fijos, algunos extensos, infunden belleza tras una minuciosa composición del diseño de arte, mérito de Agustín Ravotti. La disposición de los elementos en el plano, junto con el juego de luces para conjugar eficaces contrastes entre claros y oscuros, tan vinculados al distanciamiento que impone el director en la captura de los personajes, permite comprender con plenitud los distintos estados de ánimo de Sonia y de los que la rodean. Además, la repetición de planos, habla de las rutinas, el tedio y la abulia de las mujeres del campo en el que la única presencia masculina es la del doctor de la modesta sala de primeros auxilios, no exento él también de tiempos muertos en soledad.
El distanciamiento por falta de oportunidades laborales, el dolor que produce la lejanía de los seres queridos, la pérdida de la cotidianeidad y el refugio en la religión como ayuda de pertenencia a una comunidad y un modo de combatir la soledad, son los contenidos que desarrolla Hernández en una interesante indagación sobre las relaciones humanas. Valoración: Buena