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Una de las pocas cosas peores que pasar veinte años encerrado en una celda miserable de alguna perdida prisión sureña, es salir. Salir para volver a un pueblo deprimente y atascado en una vieja doble moral, con una población retraída y cerrada sobre sí misma para la que siempre, siempre debe haber un culpable del cual hablar en algún almacén local. Al final de cuentas, éso no es la libertad. La libertad no es un pueblo de dos calles perdido en Georgia (ni en ningún otro lugar) que no entenderá razones, pericias, juicios ni pruebas de inocencia. Porque ése entorno siempre querrá inventarse un culpable y verlo muerto antes de pasar un segundo de su mezquina existencia sopesando las posibilidades reales.
Rectify hace hincapié en este costado de la vida. En una libertad que para ser vivida lejos de cuatro paredes blancas en un tipo diferente de encierro y condena, no vale la pena realmente. Entre otras cosas, cuenta cómo en algunas oportunidades la condena social pesa más que las condenas legales y cómo dentro de una pequeña comunidad es más difícil despegarse del mote de criminal. Esta serie, llevada a la pantalla por Sundance TV, cuenta la historia de Daniel Holden (Aden Young), un hombre que ha pasado veinte años en la cárcel coqueteando con una sentencia a muerte, acusado por la violación y asesinato de su joven novia de la adolescencia. Tras un nuevo análisis de ADN, Daniel queda en libertad, luego de haber pasado casi la mitad de su vida en prisión.
Cuando por fin ve la luz, se hace evidente tanto para él como para su entorno, que la muerte de Hanna Dean y todo lo que trajo consigo los marcaría (y los señalaría) para siempre. Es entonces donde el espectador comienza a preguntarse junto con el protagonista si esta clase de libertad es realmente mejor que la vida en una reducida celda, si no hay peor condena que la de qué dirán, si aún afuera y con tantos amaneceres por delante, sus oportunidades no se han acabado para siempre al quedar en la mira eternamente como asesino y violador. ¿Así se supone que debe sentirse la libertad?
La primera temporada (que consta solamente de seis episodios), nos va metiendo en la piel de Daniel y nos va llevando por el manantial de mediocridad y mentiras que es el ambiente que lo vio crecer. Nos cuenta una suerte de día a día en el período de adaptación a su propia vida, la que dejó atrás siendo muy joven. Producida, entre otros, por Mark Johnson (Breaking Bad), esta ficción nos hace saber desde el primer momento que se trata de un largo proceso, cargado de situaciones profundas que van construyendo un lento drama con elementos psicológicos.
En estos primeros episodios podremos ver la confrontación que debe hacer la familia con esta suerte de rechazo social, su hermana Amantha (Abigail Spencer) siendo su más firme y leal compañía (con quien tiene una relación especial y cerrada que por momentos puede confundirse con un vínculo de madre e hijo o incluso de amantes) y unos padres que van y vuelven entre el amor incondicional y el sufrimiento por el estigma que arrastran. Luego, los lazos familiares se empezarán a tensar y a cruzar, agregando nuevas sub tramas a todo lo que ya conocíamos.
Pocas series de temáticas similares profundizan en el periodo de adaptación y psicología de quien sale de prisión. Generalmente este tipo de instituciones se muestran con aires hollywoodenses, repletas de tipos levantando pesas en los rincones de un frío patio cercado y donde los héroes que intentan escapar están a la orden del día. Acción es lo que sobra y también escenas cargadas de espectacularidad. Sin embargo, la imagen que transmite Rectify es la de un lugar donde no pasa absolutamente nada. Hay largos momentos cargados de silencio y los días transcurren lentos y pesados, sin más anécdota que la de hablar a través de la pared con algún otro recluso, en una conversación perfectamente olvidable.
Los que van a llegar tarde a la serie, deberán saber con anticipación algo que caracteriza a la mayoría de los dramas que siguen este estilo: los diálogos lentos pueden parecer geniales o pesados y eso puede determinar que amemos u odiemos la serie y los personajes sin escala de grises. Los que comprendan que se trata de un ritmo narrativo necesario (como de alguna manera sucede en Mad Men o en True Detective) seguramente verán todo el potencial que guarda la creación de Ray McKinnon.
No es un thriller cuyo primer objetivo es la intriga y el desenlace de quién mató a Hanna Dean, sino que profundiza en lo emocional y en la experiencia de un convicto que atraviesa el duro proceso de reinserción, de volver a encontrarse con una familia que ya no es ni la sombra de lo que era, y donde aquello que se conocía ya no es más lo que solía ser. Aden Young es perfecto en este rol. Especialmente durante la primera temporada, podemos ver a un hombre con una expresión sombría y triste que lo hace impredecible y temible, pero a la vez susceptible y necesitado de afecto. Por momentos, este elemento puede parecer inclusive algo gracioso y en otras situaciones, resulta penoso y nos hace querer mirar para otro lado.
Claro que la línea principal del argumento sigue siendo el crimen que da origen a esta historia. Es por esto que a la lucha por volver a su vida normal, Daniel suma el proceso de resolución y cierre de aquel episodio que marcó su vida. Las autoridades del pueblo están decididas a lograr que finalice su condena de una vez por todas y no les importa demasiado que se haya probado la inocencia del acusado: siempre es más importante una corazonada y un deseo ciego en contra de alguien, que la verdad por sobre todas las cosas.
No todo es tan simple en esta serie, de hecho son varias puntas de una misma historia, que confluyen en un relato de asesinatos, misterios y laberintos policiales. Pero en el fondo, se ocupa de retratar las vivencias y creencias en un pequeño poblado sureño, donde la vida pasa sin más mérito que ése y donde es difícil cambiar una creencia que ya se ha instalado (hazte la fama y échate a dormir, reza el dicho popular). Nosotros deberemos acompañar a Daniel y a quienes lo apoyen en una cruzada para limpiar su nombre, para comenzar de nuevo y sobre todo, para develar el misterio que cubre como un velo oscuro la muerte de su novia de la juventud.
En esta especie de estado de ensoñación que marca al protagonista, se puede establecer un paralelismo entre esta ficción y la idea de un limbo que separa al cielo del infierno, y donde nos encontraremos hasta que se develen los enigmas que nos ocupan. No es otro drama de prisiones y de conflictos legales, sino que se trata de algo más psicológico -adornado como corresponde con excelentes actuaciones, fotografías y guion- donde descubrimos que la justicia no siempre es transparente, que los mecanismos legales son en muchas oportunidades groseramente manipulados y que a veces ni la Justicia Divina se hace para los que más la necesitan.