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Proveniente de una mítica familia, que incluye a Francis Ford Coppola como su progenitor, Sofia Coppola no se enfrentó a los mismos obstáculos que la mayoría de los directores jóvenes que aspiran a ser conocidos. Siempre ha tenido su lugar entre la élite de Hollywood desde que nació. Si bien parece que tuvo todo a su disposición, la ruta de Sofia como directora no fue tan fácil como se podría pensar. Les guste o no, “la nena de papá” comenzó su carrera dirigiendo su propio camino. En sus primeros años de la edad adulta, incursionó en la actuación, diseño de moda, diseño de vestuario y asistió a la escuela de arte. Por otro lado, se vio ensombrecida, no sólo por su familia, sino también por su primer marido, el famoso director de videos musicales Spike Jonze.
Es difícil no respetar a una mujer que logró liberarse de la sombra de su padre, de su ex marido y adquirir una reputación en una profesión, en gran medida, dominada por hombres. Al margen de todo eso, realizó el llamativo cortometraje Lick the Star (1998) en el que ya muestra un estilo muy diferenciado. Desde entonces ha realizado cinco largometrajes: The Virgin Suicides (1999), Lost in Translation (2003), Marie Antoinette (2006), Somewhere (2010) y su más reciente The Bling Ring (2013). Los cinco producidos por American Zoetrope Studios, la productora de Francis Ford Coppola, algo que evidentemente, ha facilitado la distribución y promoción de sus obras. Sin embargo, en cuanto al estilo, Sofía es totalmente independiente, si por algo destaca es por su sello determinante y personal.
El cine de Sofía Coppola es cine de autor, puede gustar más o menos, pero su capacidad técnica y artística es innegable. A lo largo de sus trece años detrás de la cámara, la directora ha ido perfeccionando su técnica repitiendo aciertos y mejorando la calidad cinematográfica. Su confesa predilección por la moda, la fotografía y el arte ha contribuido e influenciado en sus trabajos. No se puede pasar por alto la belleza consciente de sus películas: la sensualidad que se convierte en una parte muy importante del proceso de visualización y que obliga a los espectadores a sentir y no sólo mirar pasivamente su trabajo.La paleta de colores pastel, los lánguidos movimientos de cámara, los largos travellings de paisajes, los extensos primeros planos y las decididamente modernas bandas sonoras se han convertido en una parte reconocible e integral del enfoque estilístico de la directora. Sofia tiene la capacidad de dotar al espacio, perfectamente decorado y ambientado, de personalidad y presencia propias de un personaje. Sus películas están contadas a través de una poética personal que revela una mirada particular y sobre todo femenina de lo que nos está mostrando. Nos acerca a los personajes de forma sugestiva y detallista y nos hace creer que podemos llegar a conocer a la protagonista con complicidad.
La directora ha probado ser hábil visualizando los estados de melancolía, angustia, aburrimiento, soledad personal y desesperación a través del uso de una gramática cinematográfica que es más característica del cine europeo. Como cineasta, su especialidad es el mapeo visual del mundo de alguien que está perdido en su entorno, que está alienado de los que le rodean y, a falta de una frase mejor, está sufriendo una crisis existencial. Los críticos han tendido a definir el cine de Sofia Coppola como uno específicamente femenino. Si bien esto no es un error, lo que a menudo se hace evidente de esto es en la naturaleza de sus guiones y, a veces en lo melancólico de sus temas: la necesidad humana perenne de entender, de encajar y encontrar una identidad para sí mismo y los mecanismos de defensa invocados cuando el mundo sigue siendo indiferente a esta necesidad.
El efecto de esos pasos en la búsqueda de la identidad, Sofia no ha examinado una preocupación puramente femenina, sino más bien humana. Sin embargo, la manera atractiva de su estilo audiovisual ha llevado a algunos a preguntarse si existe alguna sustancia o no por debajo de ese barniz. Desde sus comienzos, ha mantenido una fascinación por la adolescencia, las costumbres de los jóvenes y la burbuja social que, en definitiva, son su fuente inagotable de inspiración. Uno se pregunta si un cambio en el contenido temático sería necesario llegando a un punto de inflexión de su vida. Recientemente, se convirtió en madre, se volvió a casar y se trasladó a París a vivir con su socio a largo plazo. Será interesante ver cómo esos cambios personales generan impacto en el futuro de su dirección como cineasta.
Coppola sabe cómo hacer que el sonido, la música y el silencio sean indivisibles de la imagen. No favorece lo visual en detrimento del sonido. Incluso en ocasiones es la música quien marca el ritmo del montaje, algo más propio del videoclip. En The Virgin Suicides y en Marie Antoniette hay que destacar la selección musical, en ambos casos anacrónica. En la primera, las canciones de Air que sirven para restar dramatizar y oxigenar la turbadora atmósfera. En la segunda, sin embargo, la intención al incluir a Phoenix y The Strokes tiene más que ver con mostrar la vida de un personaje histórico desde un punto de vista actual. En Lost In Translation y Somewhere, la calidad musical sigue sin ponerse en cuestión, pero lo que más se subraya son los silencios creados por la directora. Esas elipsis sonoras pretenden ilustrar un tema común a los dos filmes: el vacío.
Otra capacidad innegable que tiene la directora es la de descubrir nuevos talentos. Sofia posee un ojo único a la hora de escoger a la pareja protagonista. Así lo hizo con Kirsten Dunst al escogerla para el papel de la promiscua e hipnótica Lux en The Virgin Suicides, también con Scarlett Johansson en Lost in Translation, Elle Fanning en Somewhere y ahora con Emma Watson en The Bling Ring. Sus planos largos, estáticos e intimistas favorecen la interpretación de las jóvenes. Interpretaciones en las que más valen los gestos y las miradas que la palabra. Pero además del talento a la hora de escoger es destacable su maestría al dirigirlos.