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En medio de un silencioso conflicto entre dos potencias, donde las amenazas entre dientes son parte del día a día, donde la lucha por el poder se propaga de la manera más taciturna e intangible, es evidente que nada puede ser lo que parece. En las afueras de Washington DC, Elizabeth y Phillip Jennings educan a sus hijos en el seno de una familia tipo y ejemplar. Mantienen un tradicional hogar norteamericano y un auto sencillo, llevan brownies de bienvenida a los vecinos y cuidan los impecables jardines de la tranquila vida de los suburbios.
Durante los últimos quince años, Elizabeth (Keri Russell, a quien muchos recordarán como Felicity) y Phillip (Matthew Rhys), fueron más americanos que sus propios conciudadanos (más americanos que el apple pie, según se dice por ahí), jugando a la vida hogareña, mientras escondían sus verdaderas identidades como espías de la KGB. Por más de una década supieron mantener a raya su doble vida (y un interesante historial de secretos adicionales del pasado), dejando sus verdaderas identidades lejos del alcance de la comunidad y hasta de sus propios hijos.
En los años ochenta, durante el gobierno de Ronald Reagan, Estados Unidos permanecía en un extenso conflicto con la Unión Soviética dentro de la llamada Guerra Fría; una contienda a nivel ideológico y político que marcó significativamente gran parte de la historia del Siglo XX. Este es el contexto en el que nos sitúa The Americans, la serie creada por Joe Weisberg (Falling Skies), que si bien se encarga de construir una ficción sobre un telón de historia real, está basada en notas del libro de un agente del KGB, Vasili Mitrojin, y en algunas anécdotas de agentes del propio FBI.
Cabe destacar que Weisberg fue agente de la CIA, lo que le permitió elaborar un relato fiel y lo más serio posible en torno a los acaecimientos y miserias que envolvieron por aquellos años a las fuerzas secretas norteamericanas. Aunque claro, según su narración, el bloque comunista tampoco se quedaba atrás: la idea tiene que ver precisamente con poner de manifiesto la cara y contracara de ambas partes.
En este sentido, la historia se hace fuerte allí donde es capaz de mostrar y hacer sentir al espectador la tensión en la que vivían los Estados Unidos y la Unión Soviética, utilizando el espionaje como una de sus tantas armas secretas. Esa tensión, que en aquellos años crecía a pasos agigantados, se hace presente también en la audiencia a medida que va avanzando la serie, proponiendo grandes niveles de nerviosismo, intriga y ansiedad, mientras se sitúa el uso de la bandera del patriotismo como excusa deliberada para cometer cualquier acto atroz.
Este es, precisamente, el sentido de la introducción del agente del FBI, Stan Beeman (Noah Emmerich) como vecino de los Jennings: otro ejemplo de ciudadano modelo y mesurado que sin embargo, es capaz de exterminar a sangre fría en nombre de su bandera o de sí mismo. Junto a la pareja protagonista, tanto los que representan al FBI, como los que encarnan a agentes de la KGB, funcionan como un contrapunto mutuo donde se busca evidenciar que ambas facciones del conflicto (no solo de este, sino de cualquier disputa internacional) no se dividen en justicieros y ajusticiados.
No es fácil entrar al mundo de estos espías rusos. Mucho menos desde un episodio piloto tan complejo para algunos como inverosímil para otros. Quien se aproxime a The Americans deberá saber que se trata de un producto que tiende a madurar con el tiempo y que propone una idea singular y bien trabajada que se desarrollará exponencialmente en las siguientes entregas. Es de esas producciones que no enamorará desde un primer momento, como quizás si lo supo hacer Homeland, monopolizando la popularidad entre las series de similar temática.
Con el correr de los capítulos, es probable que el espectador perciba esta reconstrucción de la época de la Guerra Fría como una suerte de narrativa gélida, donde no aparenta haber nada más que un tibio conflicto de pareja entre los personajes principales, haciendo malabares domésticos para poder eludir a los espías norteamericanos que los rodean, mientras buscan mantener el secreto lejos de sus hijos y de los vecinos.
Pero a la vez es cierto que una de las virtudes de la serie (para muchos) tiene que ver con el hecho de que no sólo profundiza en datos históricos y en una excelente trama que mezcla la traición, el drama, el contraespionaje y la acción; sino que también cuenta la historia desde la perspectiva de los personajes, excavando en sus miedos, intereses y sentimientos más allá de la misión que les toca desempeñar en aquella tierra enemiga.
Es interesante ver una historia contada en una producción norteamericana que pueda relatarse desde la perspectiva de los espías rusos (que en realidad, de rusos tienen muy poco). Ese elemento introduce algo novedoso al estilo de narración y propone otra mirada para el espectador. Claro que se trata de un relato que cuesta contar con imparcialidad y por momentos, como si el guion quisiera disculparse con sus espectadores coterráneos, introduce diálogos muy América-friendly, por si acaso.
Tanto es así que Phillip evalúa la posibilidad de traicionar a su madre Patria, para radicarse para siempre junto a Elizabeth y la familia que han conformado en Estados Unidos. Es que en determinados momentos, la serie no aguanta la tentación de caer en americanismos, mostrándonos al país del norte como la única felicidad posible. “América no está tan mal, la electricidad funciona todo el tiempo y la comida es bastante buena”, le espeta Phillip a su falsa esposa como argumento para convencerla de abandonar la vieja Rusia para siempre. Mientras sutilmente se hace gala de una admirable american life, una de las fallas de la serie aparece en el intento de mostrarse como una suerte de contra-discurso imparcial y constante, que falla en ciertas ocasiones.
Por otro lado, es interesante el punto del relato donde todos los buenos pueden ser malos y todos los malos pueden sorprender, según el cristal con el que se los mire. Con su estética de cómic y la idea de poner a una familia de espías del FBI a vivir junto a sus pares de la KGB, el desafío de la serie es mantener la intriga en el espectador, mientras el matrimonio se balancea entre falsas identidades y la necesidad de mantener una familia protegida dentro de un modelo de vida ejemplar.
La unión del elemento histórico y político con logradas escenas de acción se llevan a la perfección con los disfraces y las intrigas, para conseguir un producto que desde el punto de vista de la calidad visual es envidiable; más aun teniendo en cuenta el detalle con el que se relatan los años ochenta, desde el vestuario hasta la música y las preocupaciones sociales y privadas.
The Americans es algo más que un buen thriller de espionaje, que continuando con el nivel de su propuesta y superando (o reconociendo) sus mínimas fallas, puede cumplir y superar las promesas que alguna vez nos hiciera un gran drama llamado Homeland.