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The Big Short, cuando explota la burbuja

Por Ramiro Chalde

Si sigue lloviendo, el dique se va a romper” dice el comienzo de When The Levee Breaks de Led Zeppelin (canción que cierra The Big Short), y es una frase con la que se puede caracterizar al colapso de la burbuja inmobiliaria, que explotó allá por Octubre de 2007, y fue el desencadenante de la crisis económica que azotó (y sigue azotando) a Estados Unidos (y por ende al resto del mundo) meses más tarde, marcando la mayor crisis económica desde el crack de la bolsa de 1929.

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The Big Short, dirigida por Adam McKay (Anchorman, Step Brothers) y adaptada por el mismo McKay junto a Charles Randolph a partir del libro de no-ficción escrito por Michael Lewis, narra la historia de un grupo de personas que, meses antes del estallido de la crisis, se dieron cuenta de la insolvencia que presentaban los créditos hipotecarios y decidieron apostar en contra de los bancos, sabiendo que era cuestión de tiempo hasta que la burbuja se pinche y todo se vaya al demonio.

Este grupo de visionarios está compuesto por Michael Burry (Christian Bale), encargado de un fondo de inversión y el primero en darse cuenta de la inestabilidad del mercado inmobiliario; Jared Vennett (Ryan Gosling), un empleado bancario con hambre de gloria (el más superficial del grupo) y Mark Baum (Steve Carell), el jefe de un fondo de cobertura que comienza a hacer negocios con Vennett. El personaje interpretado por Carell es el más interesante: una persona bastante pesimista, siempre al borde de un ataque de ira, pero que en el fondo conserva un poco de fe en el sistema.

Para completar el grupo tenemos a Charlie Geller (John Magaro) y Jamie Shipley (Finn Wittrock), dos jóvenes inversores que con ayuda de Ben Rickert (Brad Pitt), un banquero retirado y bastante escéptico, deciden sumarse al negocio de apostar contra los bancos.

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Afrontar una película sobre este tema es todo un desafío, ya que por un lado se le deben explicar al espectador los conceptos económicos básicos para que pueda entender la trama, pero a su vez no se puede ahondar en explicaciones profundas porque hay una historia que contar. Y esto no es The Wolf of Wall Street, donde entender el aspecto económico no era esencial para disfrutar la historia de Jordan Belfort; en The Big Short entender los conceptos que te intentan explicar es casi fundamental para poder disfrutarla plenamente.

Para cubrir estos conceptos, McKay nos presenta a distintas celebridades (Margot Robbie y Selena Gómez, entre otras) cuya función es explicarnos de manera “sencilla” y con ejemplos, esas cosas que se ven tan difíciles. El problema está en que a la hora de trasladar esas explicaciones tan “fáciles” al mundo del mercado hipotecario, uno puede confundirse y quedar aturdido por la cantidad de información a la que es expuesto.

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En la primera parte de la película es donde se explota la comedia: Gosling y Carell son los que sacan más carcajadas, seguidos por el dúo Magaro/Wittrock. McKay acompaña esto con un ritmo trepidante, que parece sacado de The Wolf of Wall Street: una cámara inquieta, un exceso de inserts, banda sonora explosiva, gráficos en pantalla, etc.

En la segunda parte (y sobre todo en el final) la película se toma un respiro y todo se vuelve más solemne y serio. La cámara y el montaje se vuelven más pacientes, los chistes se cortan y los personajes empiezan a reflexionar sobre lo que va a significar un posible “triunfo” frente a los bancos, a medida que los meses van pasando y nos acercamos a los días fatídicos de 2007.

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El tono de esta segunda parte le queda mejor a la película, porque nos permite reflexionar sobre una de las principales preguntas que nos plantea: ¿Existe lugar para la moral cuando hay tanto dinero en juego? ¿Quién paga realmente el precio de la codicia e irresponsabilidad de los bancos?.

Porque uno como espectador desea que los personajes triunfen y los bancos deban pagar por haber otorgado créditos a un riesgo altísimo que claramente los adquirentes no iban a poder costear. Pero el hecho de que los pronósticos de Burry, Vennett y Baum se cumplan, y que los bancos deban efectivamente pagarles, también implica que un montón de gente de clase media-baja se quede a la deriva y no pueda conservar eso por lo que tanto lucharon. Y esa realidad parece impactar a algunos personajes más que a otros.

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The Big Short termina siendo una película dispareja, donde la comedia y el drama, en vez de convivir, terminan ocupando una mitad del film cada una, al punto que uno se pregunta qué clase de película podría haber sido si se hubiera decidido por un lado o por el otro.

 

Ramiro Chalde

Estudiante de cine, hincha fanático de Estudiantes de La Plata. Le reza a Paul Thomas Anderson.