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Las buddy movies son las películas de compañeros. Dos hombres o dos mujeres – las «buddy femeninas» son mis preferidas, recordemos la contemporánea y genial The Heat (Armadas y Peligrosas) con la dupla Bullock/McCarthy – se encuentran envueltos en una trama que los obliga a estar juntos. La empatía entre ambos suele ser hostil al principio, pero a lo largo de la película, la amistad y la fraternidad copan la pantalla para emparentarlos en una relación de afición.
El código de las buddy es simple: nos presentan, nos llevamos mal, pero como tenemos que resolver algo juntos comenzamos a aliarnos, obviamente sin perder las chicanas de un personaje a otro. Este tipo de películas datan de los comienzos del clasicismo, siendo mi dupla masculina predilecta la del gran Jerry Lewis y el adorable Dean Martin.
Los gags y el slapstick poseían a esta pareja que filmaron juntos más de quince películas (That’s My Boy y 3 Ring Circus son de culto para mí). La comedia veloz de bofetadas, empujones, patadas, balazos, se adueñaba de una trama basada en la relación física. Uno de los personajes es racional y el otro es el llamado «tiro al aire». Dean Martin era el que tenía que contener las locuras de Mr. Lewis. Las situaciones disparatadas, los romances ocasionales de los dos con diversas señoritas y la resolución de un problema por parte de estos opuestos, siempre se constituyeron en una fija en el cine mainstream.
En los ochenta, Lethal Weapon, del gran Richard Donner (hacedor de clásicos como Scrooged, Superman y The Goonies) irrumpió en el género con gloria. Shane Black – director de The Nice Guys (Dos tipos peligrosos) – escribió el guión de este metraje que llevo al éxito a Mel Gibson y a Danny Glover. Los chistes inocentones y la explotación del cine de acción, generaron un suceso que tuvo tres secuelas.
Donner (uno de los mejores directores del género) y Black hicieron de Lethal Weapon un exitazo. El tufillo ochentoso del género de acción; el soundtrack impecable (temazos de Michael Kamen y Mark Ayres fueron de la partida) y la buena química entre Glover y Gibson –el “Martin Riggs” de Gibson quedará en la historia del cine y de mi corazón- inspiraron y ampliaron el universo del género.
Tal fue la fama de las aventuras de Martin y Roger, que Shane Black se coronó como uno de los mejores escritores de historias de compañeros. Por eso estamos felices y celebramos su regreso con The Nice Guys, película que también dirige.
En la película, Russell Crowe y Ryan Gosling son Jackson y Holland respectivamente. Jackson es un “ajusta cuentas” tosco, melancólico, solitario; y Holland es un detective al que las cosas no le están saliendo demasiado bien, alcohólico y padre de una adolescente – esta niña se come la película- que tiene como lema que la felicidad no es lo suyo (lo tiene hasta tatuado). Los dos son perdedores, pero como toda película de anti héroes, la comicidad trasforma lo errático en gracia.
Nada puede salir mal en este film: es una buddy, está Black atrás del bacalao, está Crowe con su carisma monocorde que tanto adoramos y está Gosling, a quien le sienta bárbara la comedia (su personaje en The Big Short de Adam McKay es increíble así que ya viene calentando los motores en el género).
Jackson y Holland se convierten en compañeros y tienen que buscar a Amelia, una jovencita de la que poco sabemos en los primeros minutos de metraje. La intriga que plantea Black se convierte en absurdo y delirio. La ambientación setentosa – los créditos iniciales son geniales- acompañada por una playlist que incluye a Bee Gees y The Temptations, realzan una película con chistes memorables – la muletilla de Holland sobre Hitler es graciosísima- y un timing que no decae en ningún momento.
The Nice Guys es quizás el regreso con gloria de las buddy, la pareja principal resulta y deja al espectador con ganas de que el juego siga. Es una lástima que Black no filme más seguido, pero apostamos que pronto se viene The Nice Guys 2.