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La historia es parecida a tantas que la mayoría considera atrapante aunque está contada con un acento extraño para las audiencias de esta zona. La estética también es distinta; hasta tiene otros colores.
Sucede que no estamos acostumbrados a producciones australianas, llegadas de ese país que nos lleva medio día de ventaja y al que nuestros economistas suelen mentar para advertirnos que pudimos ser esa realidad que brilla en las antípodas, si no fuera por las políticas equivocadas, o la indolencia, o el traspié de una generación que prometía comerse la cancha y quedó en gateras.
The Principal se desarrolla en solo cuatro capítulos y termina justo cuando aprendimos a admirar la tozudez de Matt Bashir (Alex Dimitriades), un profesor de Historia y director de un colegio de varones de un conflictivo barrio de Sidney, dispuesto a enfrentar el escepticismo generalizado para evitar el cierre de un establecimiento que ya no puede contener a un alumnado tan problematizado.
Hija de aquella Semilla de Maldad que en mitad del siglo pasado inventó el drama en formato escolar, este docente que viene de dirigir una escuela de mujeres cambia de género pero no de convicciones y se acomoda en el sillón de la rectoría del Boxdale Boys High como si se tratara del sitio más cómodo y agradable mientras uno contempla cómo los testigos de una ejecución fijan sus ojos en el reo que recibirá,en segundos, la descarga eléctrica.
Escrita por Kristen Dunphy y Alice Addison, The Principal hace foco en una barriada del sudoeste de la poderosa Sidney donde se cuelan los problemas de la inmigración, un tema ineludible de estos tiempos. Aún en un país rico, la realidad de los que han dejado su patria empujados por la guerra o por conflictos étnicos, transcurre en un microclima donde se mezclan altos índices de desocupación y enfrentamientos religiosos.
El Boxdale es uno de esos colegios en los que las autoridades están más pendientes de la labor del policía de enlace que trabaja puertas adentro, que de la calidad de la plantilla docente. La naturalización de las peleas ha relajado la disciplina, abunda el trato desconsiderado entre compañeros y con los docentes y todos ven pasar la vida sin esperar nunca que ocurra algo bueno.
Bashir, el director, paseó alguna vez su indisciplina de adolescente por esas aulas en las que irrumpe ahora resuelto a ser la voz de la autoridad y a demostrarle a los alumnos que, con algunos ajustes, pueden ser tan buenos como cualquiera de los otros colegios prestigiosos de la ciudad más grande de Oceanía.
Para empezar por lo más elemental en un lugar donde la gente se ladra en lugar de hablarse, decide esperar el ingreso de los estudiantes en la puerta y tender su mano junto con el saludo o un “bienvenido” que genera todo un abanico de respuestas que van de la sorpresa al rechazo pero no dejan lugar a la indiferencia.
De movida se advierte que los objetivos que se ha impuesto son un tanto utópicos pero cuando uno cree que puede acomodarse para seguir las alternativas de un drama que discurrirá entre las paredes del aula, se produce un incidente que complica exponencialmente el presente del colegio y lo coloca en el centro de la escena.
El Boxdale Boys High instruye a hijos de inmigrantes que son, en su mayoría musulmanes, y se enfrentan a diario al desafío de mantener sus creencias por imposición familiar en un medio que si no es directamente hostil, al menos les genera dudas al exponerlos a peligros e influencias extrañas.
Alex Dimitriades compone un personaje con múltiples facetas. Al principio parece un hombre simple, sobrepasado por su responsabilidad, pero resulta igualmente convincente cuando se tiene que poner el traje de super héroe en defensa de los suyos. Mérito del guión o pura calidad actoral, el director crece hasta cubrir toda la pantalla cuando el espectador recibe las primeras señales de un secreto que oculta a riesgo de su propia tranquilidad.
The Principal es de esas perlas raras que se empiezan a ver con algo de desdén y luego no se pueden dejar. Tiene el mérito de una historia bien contada y mejor interpretada y un regalo exquisito, unos tres minutos del protagonista contando un episodio que lo ahoga y resuelto en una sola toma. Después sigue el relato, pero si hubieran puesto la palabra fin sobre el rostro dolorido del actor australiano con apellido griego, uno igual podría haberse felicitado por la elección del programa.