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Dichosos los que todavía tienen las dos temporadas de The Sinner disponibles y la oportunidad de disfrutar de historias bien escritas, actuadas con solvencia y dirigidas como para dejar en alto el prestigio de las series, un formato que en esta época compite en excelencia con el cine. Y a veces le gana. El factor común en los 16 episodios es el detective Harry Ambrose, un estupendo Bill Pullman que economiza gestos y palabras pero despliega inteligencia y empatía para tratar de descubrir los motivos criminales que el espectador conoce a los pocos minutos del capítulo inicial, pero cuyas razones permanecen ocultas durante gran parte de la trama.
The Sinner (El Pecador/La Pecadora… ya se verá qué título va mejor con el guión) está basada en la novela de la alemana Petra Hammesfahr, fue adaptada por Derek Simonds y dirigida por el neoyorquino Antonio Campos. Desde el comienzo la Policía, la Justicia y los espectadores saben el nombre del asesino. En ambos casos, sin embargo, la autoría provoca sorpresa y desconcierto.
Cora Tannetti se llama la joven ama de casa interpretada por Jessica Biel que, en una inocente jornada playera y en medio del bullicio de niños y jóvenes que disfrutan del agua y el sol, perpetra el inesperado y sangriento crimen de un hombre que a un par de metros de ella abraza a una chica e ignora lo cerca que está su final. La pregunta es por qué y aunque a la Policía sólo le importe tener el caso resuelto, Harry estará entre los que están dispuestos a revisar testimonios y detalles una y mil veces para responderla.
Como en todas las producciones que vale la pena seguir, los personajes no son meras figuras intercambiables para facilitar la acción, sino que tienen consistencia, hondura y pasado. El del detective que protagoniza The Sinner es relevante y avanza con la historia principal y en el momento de mayor desorganización, las piezas empiezan a encajar como sucede cuando detrás de un relato hay alguien que sabe exactamente dónde se dirige.
Y junto con Bill Pullman también va descubriendo su juego, o más bien mostrando sus razones, la homicida. La creación de Derek Simonds honra el thriller psicológico, un subgénero en el que hay que dar cada paso con cuidado para mantener el interés y la expectativa, sobre todo cuando no hay dudas acerca de la autoría del crimen.
Y si en la temporada inaugural la asesina era una madre y esposa joven capaz de una actitud difícil de comprender, en la segunda le ha tocado en desgracia a un niño ser la responsable de un doble homicidio. El que tiene que vérselas con semejante compromiso actoral es Elisha Henig, un portento de 13 años capaz de exhibir toda la inocencia de la infancia y mostrar a continuación los años que la culpa le pueden agregar al rostro de un niño.
Carrie Coon, en el papel de la madre de Julian, es otro de los puntos fuertes de la segunda temporada que, para acercarse por un camino seguro al corazón de la historia, transcurre en Keller, el pueblo natal de Harry Ambrose y escenario privilegiado de episodios del pasado que iluminan y ayudan a explicar el presente.
Hay, además, otros importantes temas en debate como la religión, la vida en comunidad, la manipulación, los prejuicios, la maternidad. Y como en todas las buenas series, alguna sorpresa que los autores se guardan para el final porque aunque se apuren a revelar una parte sustancial de la trama, siempre hay una parte oculta o solapada, como para que el espectador se sorprenda o se vanaglorie de haber descubierto lo que está por ocurrir, un minuto antes de que se materialice en la pantalla.