Tina Charles inunda el espacio de sonidos de los 70 con la primera parte de I Love To Love, una cancioncita alegre con una letra bastante simple que cuenta los padecimientos de alguien que declara que ama amar, pero se enfrenta a los deseos de su nena que, en cambio, solo quiere danzar. De repente, se le une una voz masculina, estrangulada por el dolor. Es la de un grandote que, a medida que logra recomponerse, se entrega a la música y baila absorto, en medio de la calle, dichoso y ajeno a todo lo que no sea la canción. La escena dura 2’10, transcurre en una calle de Londres, en un paisaje nocturno acribillado por luces amarillas y es la perla que transforma a River en un policial distinto.
Uno sospecha que cuando pase el tiempo, el espectador promedio tal vez pueda olvidar o confundir detalles de la trama de la producción inglesa, pero es improbable que se le borre la imagen de Stellan Skarsgård abrazando a Nicola Walker, a ella pidiéndole que cante y a ambos, olvidados del mundo, bailando.
La música, al servicio de una situación dramática, involucra aquí a los actores de una manera absoluta. No es el marco elegido por un artista que suma un elemento a la producción; son los protagonistas haciéndose cargo del cuadro y transformándolo. Algo parecido ocurre en la tercera temporada de House of Cards durante la cena en la que el presidente de los Estados Unidos oficia de anfitrión de su colega ruso, Viktor Petrov.
El danés Lars Mikkelsen -una suerte de Vladimir Putin más alto y apuesto que el original- decide mostrar sus habilidades como cantante, a los postres de una reunión en la que se advierte una tensión creciente y chisporroteos que solo los esfuerzos diplomáticos consiguen controlar. De impecable etiqueta, el mandatario instruye al pianista, ensaya el tono elegido y la emprende con una canción popular rusa del siglo XIX, de esas que encienden las miradas, alegran los corazones y hacen que todos muevan los pies.
Mikkelsen no habla ruso pero practicó incansablemente Korobeiniki, hasta que brotaron con naturalidad las estrofas que hablan del joven buhonero que recorre la estepa ofreciendo su mercancía y que encuentra a una mujer de mirada soñadora, llamada Katia. Con la ventaja de manejar una lengua que la mayoría de los asistentes desconoce, Viktor se acerca a Claire Underwood, la primera dama, la invita a bailar y con la última estrofa que reclama “acércame tus labios escarlata», le roba un beso cinamatográfico y sorpresivo que parece eterno cuando la cámara se detiene sobre el rostro perplejo de Frank Underwood.
El capítulo es excepcional por la forma elegida para mostrar la rivalidad. Previamente, el anfitrión ha entretenido a la audiencia con Birth of the blues, un tema que Kevin Spacey, egresado de Julliard, hace con la solvencia habitual y al que los oídos norteamericanos están habituados por la versión que popularizaron, a dúo, Frank Sinatra y Judy Garland.
No fue esa la primera vez que el actor, que se pone en los zapatos del principal ocupante de la Casa Blanca, exhibió sus condiciones de músico para enriquecer la historia que ayudó a publicitar a Netflix en todo el mundo.
En la misma temporada, Claire (Robin Wright) le había pedido a su marido que cantara. En esta ocasión estaban solos, en uno de esos momentos de rara intimidad, cuando ambos intercambian confidencias con la excusa de compartir un cigarrillo. Él entona, a media voz y casi al oído de ella, un tema tradicional de la música country que habla de Pretty Polly, la chica que el autor de la letra ama y a la que acaba asesinando. Una melodía alegre y pegadiza con un mensaje más oscuro que la noche que los rodea.
La música es también un factor decisivo en Billions, la serie en la que Paul Giamatti y Damian Lewis como Chuck Rhoades y Bobby «Axe» Axelrod, se enfrentan mientras acumulan poder y dinero y tratan de comprobar cual de los dos pesa más. Aquí, a diferencia de River y House of Cards, los actores no cantan ni bailan pero el millonario Axelrod es fanático de Metallica y viaja a Quebec para asistir al concierto de la banda.
El aporte artístico no alcanza, sin embargo, los niveles de compromiso que debieron asumir los elencos de las otras dos series. Stellan Skarsgård, en el rol de un veterano policía sueco que trabaja en la metropolitana de Londres, recrea en River un personaje complejo que alcanza su máxima expresividad cuando le toca bailar y cantar . La serie tiene apenas 6 capítulos compactos, redondos y concluyentes, pero ninguno como ese en el que baila y otro en el que participa de un karaoke solitario y triste hasta las lágrimas.
Skarsgård integra la avanzada sueca de actores que ensayan con la misma naturalidad Shakespeare y la comedia y ya había bailado y cantado en Mamma mía, pero en River saca a relucir una sensibilidad desconocida. Kevin Spacey se siente tan cómodo cantando como actuando y puede, como pocos, poner una habilidad al servicio de la otra . Con ellos la música es un personaje más.