Te recomendamos:
La tercera película de Lucia Puenzo (XXY, El niño pez) nos da la impresión necesaria para saber que el cine argentino está a la altura de una película realizada en cualquier parte del mundo. Basada en su novela homónima, Wakolda relata una hipótesis de la historia de Josef Mengele (médico cómplice de las locuras de Hitler, apodado como el ángel de la muerte) y su paso por Bariloche, en donde se topa con una familia, con descendencia alemana, que está en camino a tomar el control de una hostería ubicada junto al Lago Nahuel Huapi. La situación le sirve a Mengele (Alex Brendemühl) para acercarse a la hija del medio de la familia, Lilith (el gran descubrimiento de Florencia Bado), por quien se siente atraído debido a la discapacidad que tiene para crecer la nena.
Lucia Puenzo decide apostar por una gran historia, ambientada de forma muy cuidada y opulenta, remarcada con toda la belleza de Bariloche, que resalta la naturalidad y el cinismo con el que el nazismo se manejaba por aquella época. La directora sabe acorralar al espectador con lo que cuenta y con lo que omite, por lo que Wakolda es un muy buen thriller, y tiene todo el suspenso que le falta a Séptimo como para ser catalogada como una buena película.
La/las historias nos acorralan en grandes espacios, y nos mantienen en vilo por las grandes interpretaciones que existen en la película. Podemos decir que otro merito de Wakolda es que Lucia Puenzo logra dirigir muy bien a sus actores, obteniendo solo lo mejor de Brendemühl y Bado, sino de Natalia Oreiro, Elena Roger, y Diego Peretti, en los papeles principales.
Wakolda es una película muy meticulosa por donde se la mire. Lo más shockeante y exasperante es ver cómo trabaja Mengele, sin antagonizarlo intencionalmente, durante la película a través de su búsqueda por la perfección mórbida mediante los experimentos con los humanos. Los detalles que ofrece la historia son tan poco sutiles como escalofriantes, probando que la maldad del nazismo no conocía limite alguno.
Una vez más, se puede apreciar que el cine argentino falla cuando se deben cerrar las historias, y acá tiene que ver que Lucia Puenzo decide abarcar muchas subtramas dentro de la historia principal; demasiado detalles que claramente tienen como objetivo enriquecer el cinismo de la historia, pero que se ven opacadas cuando quedan colgando, inconclusas hacia la culminación de la película. Una de las lecturas que se puede hacer sobre su final es el alto precio que se paga por mirar hacia otro lado, entre otras metáforas que posee toda la película.