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Vimos la mejor película del BAFICI, creemos que nada nos sorprenderá de ahora en más, aunque tratamos de ser justos y no perder la ilusión de algún otro batacazo. Wind nos robó el corazón, y aunque esta nota llega tarde, ojalá muchos de ustedes la hayan visto. Aquí nuestra intensa nota.
“La vi hoy, vi su rostro, Era el rostro del amor, y supe que tenía que huir, y ponerme de rodillas a rezar, que se alejan, Y aun así empiezan, agujas y alfileres” (Needles and Pines).
Amor platónico. El amor en la adolescencia suele ser una tragedia, la fisiología, el organismo está tan alterado que las ideas explotan, los sentimientos se confunden, el llanto brota sin cuestionamiento y la rebeldía interna aflora. El coming of age, género que aborda el viaje iniciático de un/a joven desde su juventud hasta la madurez, es una “posta” en este tipo de festivales, la cámara sigue la montaña rusa de sensaciones de estos jovencitos. Imposible no involucrarse con estos rollos.
Las películas de adolescentes hacen que uno salga del cine con una mueca de agrado. Es como si uno volviera a ser joven, sensación linda si las hay, y eso lo genera el cine. Por eso ir a ver Wind era una obligación. Tambra Drakulic, directora serbia, lleva el relato a Ada Bojana, isla al borde del Rio Bojana, en Montenegro. El viento, fiel al título de la película, sopla fuerte en esta isla en donde el deporte por elección es el kitesurfing. La belleza de esta actividad, absolutamente cinematográfica, muestra las cometas ir y venir, como pájaros. Allí, cortando el plano, ese plano increíble, está Mina, una joven de dieciséis años, contemplando el ocaso.
Mina tiene unos ojos intensos y un ímpetu que se proyecta desde la primera charla con su padre. Está sola con él en ese paraíso y, en la monotonía del receso, -esa hermosa letanía de vacaciones- se siente atraída por un joven veinteañero Säsä, quien está comprometido con Sonja, una joven de su edad. El muchacho es atractivo, es rider de kite, y encima es atento. Mina lo mira con amor, con ese deseo que se mira a un amor platónico. Y allí en ese ir y venir, en ese juego adolescente, la joven se engancha. El amor ha tocado la puerta del corazón de la muchachita, pero ese amor ideal, es imposible. Säsä quiere a Mina, pero consume su amor con su novia.
Drakulic, se detiene también en esta relación, los besos entre los veinteañeros refuerzan la pasión -muy erótica- y la idea de “juegos de verano”: los jóvenes se besan, se acarician, todo resulta casual. Pero Mina, atenta a ese juego, se muestra vulnerable. Llora sin saber por qué, la frescura ansiosa de su juventud, se ve interrumpida por la inquietud de sentirse enamorada. Y el viento allí que sopla fuerte, y envuelve a los protagonistas en una jugada de amor. De fondo, la música exacta, la que nos gusta a todos y esa escena magistral, en donde Mina viaja en Vespa con Säsä al son de Needles & Pines de The Ramones, logrando por ese instante efímero que ese amor platónico se vuelve real.