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12 Años de Esclavitud, la última tortura de Steve McQueen

Por Milly Sur Bianchiman

He aquí otro film que justifica la decepción en esta temporada de premios; aunque en el caso de 12 Años es fácil atribuirle el favoritismo gracias al miedo de querer ir en contra de la última obra de Steve McQueen (Shame), que atiende un tema aún muy sensible en las sociedades.

12 Años de Esclavitud no es otra historia más sobre blancos y negros, dueños y esclavos, unidos/desunidos por la superioridad/inferioridad de razas. No, el eje de esta historia se apoya sobre un “blanco” entre los negros, un culto entre los incultos, un hombre  libre entre los esclavos. Solomon Northrup (Chiwetel Ejiofor) fue un hombre negro libre que con la promesa de un trabajo lejos de su hogar es engañado y vendido como esclavo para trabajar en el campo.

Durante más de dos horas, McQueen nos cuenta cómo Solomon, durante doce años, no se ve a sí mismo como a sus pares, sino más bien como un ser superior que se debe auto marginar para pasar desapercibido y evitar el martirio que infligen sus “dueños” sobre quienes están en su misma situación. Uno nunca entenderá qué más movía y motivaba a Solomon aparte de su anhelo por recobrar su libertad, porque sus ojos y sus lágrimas no mienten cuando dicen que en realidad no llora porque extraña a su familia y su hogar, sino sólo volver a ser un hombre libre.

Su director no lo dice explícitamente y a Chiwetel se le escapa, pero la verdad detrás de este “esclavo” es que trataba por todos los medios posibles evitar ver su realidad y asimilar su posición, y así convertirse en outsider, ya sea mediante la música de su violín o por su instinto de hombre culto. Y este protagonista demuestra tener sangre sólo cuando quienes le dan órdenes se equivocan y sabe que él tiene la razón. Es en esos precisos únicos momentos que su furia se despierta y como resultado se convierte en un hombre “blanco” más que necesita descargar sus frustraciones mediante la violencia.

Steve McQueen hace todo lo posible e imposible para torturar a sus personajes y al espectador. Fanático del dolor físico tajante, es claro el arduo y meticuloso trabajo de McQueen detrás de cámara para no desperdiciar ningún latigazo ni cualquier otro modo de tortura. Y en este hostigamiento, al que muy bien le podemos llamar el porno de la tortura, quién sufre también es el espectador, yendo mucho más allá del dolor y el sufrimiento que se contagia, no con la historia en sí sino con lo que McQueen debería haber omitido. Simplemente no tiene piedad cual Michael Fassbender como torturador de esclavos.

Con un falso dinamismo entre planos secuencia, y eternos planos fijos cruzados por la acción, McQueen se esmera por juntar todas las piezas necesarias para que en esta época su historia  no se gane detractores. Es que el tema está tan vivo en la historia del mundo, que criticar una historia así sería dar un paso en falso y ganarse la etiqueta de racista.

El título habla de esclavitud a modo de publicidad, claro está, pero la lectura que podemos hacer sobre Solomon y la poca profundidad que se muestra sobre su carácter lo distancian de ser un esclavo más, y lo acercan a una zona gris, lo cual justifica decir que su historia fue elegida por los motivos equivocados, siendo así otro producto fílmico que atenta a jugar con el sentimentalismo siempre presente en este tipo de historias.

Milly Sur Bianchiman

Cinéfila. Cómic fan. Amante y defensora del hábito de leer y los animales. Detallista a ultranza. Apasionada de los recovecos del séptimo arte.