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Silicon Valley: lo difícil es llegar

Por Victoria Barberis

Podríamos decir que lo normal cuando vemos una serie es que tengamos la obligación de sentirnos atrapados desde el comienzo. Le damos una chance al episodio piloto, como si con una sola entrega pudiéramos hacernos el tiempo para conocer a los personajes, tomar el hilo narrativo y, por último pero más importante, quedar absolutamente deslumbrados. No es mandatario, pero sucede. Si no nos sentimos cautivados desde el episodio piloto ¿qué gracia tiene seguir? Más aun teniendo en cuenta el universo superpoblado que es la televisión en la actualidad.

Pero hay ciertas historias con las que no bastan las segundas oportunidades. Hay que darles terceras y cuartas para poder decidir qué nos gusta y qué no. Silicon Valley casi encaja en varias categorías y a la vez, no pertenece a ninguna. Casi es una comedia, pero no. Casi es un drama liviano, pero no. Casi nos hace reír, pero sonreímos cómplices más que destornillados de la risa. Y no es que haya algo mal planteado, es que ésa es justamente la idea, y el que espere un sacudón en los primeros dos capítulos, tendrá que saber que está frente a otro producto de HBO de esos que no son aptos para todo público.

Lo difícil es llegar. Tanto en la trama que propone la serie, como en la relación que genera con el espectador, el desafío está en llegar. Y para eso, hay que saber esperar. Silicon Valley hace referencia a la región sur de la Bahía de San Francisco (norte de California), mundialmente conocida por ser el asentamiento y hogar de las más prestigiosas y revolucionarias compañías vinculadas a la tecnología (Valley hace referencia al Valle de Santa Clara, mientras el término Silicon remite a silicio y alude a la concentración de industrias relacionadas con computadoras).

En este ambiente, conviven Richard Hendriks (Thomas Middleditch), Dinesh (Kumail Nanjiani), Gilfoyle (Martin Starr), y Elrich (T.J. Miller), un grupo de nerds construidos sobre la idea estereotipada que todos conocemos; especialmente en lo que respecta a los hábitos, el vestuario, las habilidades sociales y la incapacidad para destacarse en otra cosa que no sea la matemática, la tecnología y la ciencia. Richard, un tímido programador que lleva un tiempo trabajando en la empresa Hooli, desarrolla una aplicación llamada Pied Piper, detrás de la cual se encuentra un algoritmo capaz de revolucionar la industria. A partir de allí, comenzará la parte más difícil: entrar en el negocio y lidiar con los codiciosos magnates que lo manejan.

Aunque algunos no resistan la tentación de compararla con The Big Bang Theory o The It Crowd, es válido decir que se trata de un concepto diferente. Eso sí, si queremos darnos el gusto de etiquetarla, podemos decir que Silicon Valley se ubica cómodamente al medio de sus dos pares en cuanto a genialidad. Estamos frente a una serie que lo es todo y a la vez no es nada. No es una comedia convencional pero nos hace reír, de maneras más obvias a veces y en otras ocasiones, buscando la sonrisa cómplice de un espectador que está pensado dentro de un target muy específico. Un ejemplo de esto es la parodia constante que Hooli hace a Google y a los sutiles y agudos comentarios sobre grandes nombres como Jobs o Wozniak.

Uno de los puntos fuertes de la serie está precisamente en la ironía acerca de la forma de trabajar que se propone en las grandes compañías informáticas: retiros voluntarios, prácticas saludables, una atmósfera relajada que en realidad los empleados odian y una carnicería de empresarios que se esconde tras la imagen de un directorio que vela por la felicidad de sus trabajadores. En la última escena del episodio piloto, Richard dice a sus compañeros: “no nos convirtamos en un culto corporativo, con reuniones sobre ruedas y retiros ‘voluntarios’ que en realidad son obligatorios, donde además no paran de decir que hacen del mundo un lugar mejor”. No nos destornillamos de la risa, y está bien, porque ésa no es la intención. La idea es que guiñemos el ojo a los protagonistas y sigamos viendo.

Claro que hay que tener en cuenta que se trata de una obra de Mike Judge (Idiocracy, Beavis and Butt-head, Frog Baseball), dueño de un sentido del humor tan amplio como cambiante y capaz de romper todas las estructuras que se le presenten. Ya sabemos que no nos vamos a encontrar con un humor clásico y simplón de esos que puede disfrutar cualquier tipo de público, como pasa con The Big Bang Theory, por ejemplo. El humor característico de Silicon Valley se va afianzando a medida que avanzan los episodios, dejando un poco de lado la comedia efectista en la que a veces es imposible no dejarse caer.

Precisamente, si algo puede ser un contratiempo para una serie que no es de ninguna manera sobresaliente o inolvidable, pero que tiene el elemento de cierta diferencia a su favor, es el hecho de que apunta a una fracción sumamente específica. Hay una importante porción de la audiencia que comprende este tipo de humor y que entiende el código en el que hablan los personajes. Luego, vendrá el sector que no alcanza a compartir de modo acabado la intención de la comedia en esta producción, pero que igual la disfrutará por el mismo motivo pretencioso por el que todos terminamos viendo este tipo de propuestas. Y claro, hay un grueso segmento que por ahora, se quedará por fuera de esta apuesta.

Victoria Barberis

Es periodista de profesión y escritora de corazón. Es "seriéfila" y una aficionada a las sagas. Su pluma a veces es sarcástica, pero siempre divertida.