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13 reasons why: Trátame bien

Por María Rosa Beltramo

A punto  de cerrar el último capítulo de 13 reasons why  (Por trece razones) ¡SPOILER ALERT!  un estudiante que  se ha enfrentado con el consejero del colegio, a quién le  enrostra su incapacidad para salvarle la vida a una compañera, se incorpora abruptamente, busca la salida y cuando está a punto de perderse entre el gentío del  pasillo central,  a la hora exacta en la que  el alumnado abandona  las aulas, se vuelve   y tras una brevísima pausa sugiere, implora, reclama, “tratémonos mejor”. Lo dice asumiendo que algo hay que hacer para que no se repita una tragedia y convencido de que el origen de lo que está ensombreciendo su vida y la de sus pares es la desconsideración, elevada a la categoría de bullying.


Ese es el tema central de  la serie con la que Netflix aspira a reforzar  su audiencia adolescente, una apuesta para la que reunió a Jay Asher, un escritor especializado en la problemática juvenil, un director como Tom Mc Carthy fogueado en la multipremiada “En primera plana” y, a Brian Yorkey, un escriba ganador de un Pulitzer y un Tony, además de un elenco de veinteañeros que inicialmente había pensado encabezar Selena Gómez, que al fin se conformó con la producción ejecutiva.

13 reasons why arranca muy arriba y tiene tantos capítulos como razones, no siempre parejos pero realizados con oficio y criterio hollywoodense, para mantener al espectador interesado en repasar los motivos que llevaron a una chica de 17 años a quitarse la vida. La acción transcurre en un secundario de una ciudad norteamericana y, aunque sus protagonistas son nacidos y criados en la era digital, la suicida elige dejar como triste y esclarecedor legado, siete casettes en los que se ha grabado repartiendo culpas.

Guiño vintage dirigido a los adultos que también verán la serie o recurso atractivo para un esquema que permite dividir la historia, repartir responsabilidades y exonerar a los inocentes, los casettes aparecen en la casa de Clay Jensen (Dylan Minnette), el pibe “bueno”en un relato que no ha querido, sabido o podido, evitar los estereotipos.

“13 reasons…” parte de un hecho irremontable, la muerte de Hannah Baker (Katherine Langford), víctima del acoso de sus condiscípulos. Ya se verá cuáles y cómo pero, en los cinco minutos iniciales del  primero de los 13 capítulos, se sabe que ella atribuye su drástica determinación a cada uno de los que menciona a ambos lados de esas cintas con las que apela a sacudir la conciencia de sus compañeros.

El bullying encuentra en  los colegios un caldo de cultivo propicio y ni siquiera hay que seleccionar demasiado las fuentes en las que abreva. Por encima de la ficción, en la más pedestre realidad, a lo largo y ancho de nuestro propio país hay chicos y chicas tajeados y/o insultados y/o amenazados porque son considerados lindos o feos, rubios o morochos, solitarios o populares.

Los productores de “13…” han decidido no arriesgar con las motivaciones y el acoso tiene la forma conservadora del falso rumor que el galán de la clase difunde sobre su presunta conquista, respaldado por el equívoco testimonio de una imagen que se viraliza a través de las redes sociales en las que participa todo el grupo.

“Por supuesto que llegamos a tercera base”, dice el responsable de la maniobra, apelando a la metáfora beisbolística más difundida del cine norteamericano de todas las épocas, en una donde uno sospecha que la mentira sobre una relación sexual no debería tener funestas consecuencias; pero acá la tiene o al menos desata una catarata de adversidades por las que son arrastrados los chicos.

Y la lista ha sido construída con trazos tan eficaces como estereotipados. El que comienza el problema es el deportista exitoso y apuesto, hijo de una madre promiscua y adicta a toda clase de sustancias; su contrafigura, el adolescente perfecto, tiene un padre docente y una madre abogada y es casi un intelectual al punto de caracterizar un episodio posterior como a una “pesadilla orwelliana”. Para completar el  abanico tradicional, el elegido para ingresar abiertamente al terreno delictivo es el chico millonario, ignorado por progenitores que lo rodean de comodidades y lo dejan librado a su suerte mientras ellos pasean por el mundo.

El suicidio es una decisión que convierte el ámbito de las relaciones interpersonales en un campo minado donde, a cada centímetro, detonan culpas reales o imaginarias. A manera de ensayo sociológico perfecto, en la serie de Netflix no hacen falta las presunciones; hay señalamientos específicos.

Todos ellos se basan en la perspectiva de una adolescente de 17 años y, por supuesto, existen diferencias importantes entre la conducta de los integrantes del grupo que Hannah menciona como responsables de su (lamentable) suerte. Aunque los escritores han realizado esfuerzos notorios por conservar el interés y el suspenso de capítulo en capítulo, no siempre han conseguido evitar los saltos perceptibles que se evidencian entre episodios típicos de cualquier adolescente y la trama más oscura que justifica el final.

En medio, han empleado recursos genuinos para que la factura sea impecable aunque el espectador tiene todo el tiempo la convicción de que haría falta algo de originalidad porque cada detalle evoca series o películas anteriores. Para aclarar el panorama, es posible que sea excesivo que los acosadores rodeen al chico sano e integrado y lo fuercen a hacer fondo blanco con un litro de vodka o que el más pesado de la clase tenga alcohol y sustancias en el living de su casa, en cantidad suficiente para abastecer el más sórdido garito neoyorquino en tiempos de la ley seca.

Pero, al final, son detalles que no desmerecen el conjunto. La serie tiene, además, toda clase de condimentos para hacerla  atractiva. La  famosa preparatoria donde transcurre la vida de los protagonistas es de esas que brillan por los cuatro costados, donde cada estudiante tiene su casillero, con aulas coloridas y amplias y un consejero con tiempo y disposición para escuchar los problemas de los alumnos aunque, en esta historia, es otro de los que sólo advierten la magnitud del drama cuando es demasiado tarde.

Los chicos  de “13…” , con mayor o menor  tensión dramática, son como el cine y la tele, muestran  siempre a los estudiantes secundarios de esa parte de América. Con toda naturalidad, la mayoría es propietario de su propio vehículo -aquí se destaca el Mustang de Tony, un alumno latino- y, más allá de la condición socioeconómica de sus familias, excepto el  hijo de la madre drogradicta -a Justin le toca ser pobre e ignorado- disfrutan en sus respectivas casas de esas habitaciones amplias, con vista al jardín, en la que se amontonan computadoras, tablets, el televisor y la consola de juegos.

Los padres de la suicida son pequeños farmaceúticos que intentan desarrollar su actividad a metros de  la sucursal de una cadena multinacional. Hannah, la protagonista, reclama una limusina para concurrir a la fiesta de graduación y la madre le dice que es impensable que dispongan de los 500 dólares que sale el alquiler. Le sugiere, en cambio,  que  vaya en cualquiera  de los dos (viejos) vehículos familiares. Al final, cuando llega la hora de salir, la adolescente se encuentra con un regalito impensado: una camioneta cuatro por cuatro. Como siempre, el resto del mundo termina por desear, fervientemente, ser tan rico como los pobres que muestran las ficciones estadounidenses.

En 3 de los 13 capítulos, los realizadores decidieron advertirle al espectador que las escenas que están a punto de ver pueden herir su sensibilidad. Incluyeron también un capítulo extra de 25 minutos  en el que el autor del libro, el director, los productores y los actores, despojados de sus máscaras, vuelven una y otra vez sobre el suicidio y el bullying. Más allá de la preocupación artística y estética de hacer un éxito, parece existir un interés específico en puntualizar que son conscientes de que se encuentran ante una temática de extrema sensibilidad,  que no quieren dejar librada a los vaivenes de cualquier ficción.

María Rosa Beltramo

Periodista, trabajo en Cadena 3 y escribo un blog que se llama "Maravillas de este siglo".