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Seguramente muchas personas que salgan del cine luego de ver Antes de la medianoche piensen que se trata de una película “hermosa”. Lo es, claro. Pero también se trata de una muy angustiante. Si los otros films de la saga eran lumínicos, decorados con luces cálidas y empapadas de un sentimiento de alegría y amor (o de amor a la alegría), en Antes de la medianoche todo se compone por una paleta de colores grises y verdes apagados, oscuros, deprimentes.
La secuencia inicial es extraordinaria por su poder de síntesis: Linklater no necesita mostrar nada más que el plano de los pies de Jessie y su hijo caminando juntos para concentrar todo en una pregunta: ¿Ambos caminan a la par o el adulto está tratando de no perder las huellas del chico? Hank tiene 13 años y vive con su madre, en Chicago, lejos de su padre, quien vive con Celine –junto con las dos hijas que tuvieron juntos-, en París. Jessie siente –expresado en los melancólicos ojos de Ethan Hawke– que se está perdiendo una parte importante de su vida (más tarde confesará que se siente culpable de que su hijo lance una pelota de beisball “como una niña”) y que el alejamiento geográfico hace del padre un completo extraño.
Antes de la medianoche transcurre en Grecia y el destino no parece ser casual. A pesar de haber ciertos paisajes realmente inspiradores, no queda nada del cálido brillo que decoraban las historias que transcurrían en Viena y París. Lo interesante de la película es que no se hace mención alguna a los sucesos recientes que afectaron a este país, relacionados con la debacle económica. Linklater no aprovecha el presente para relacionarlo con la pareja protagónica, sino el pasado. En Antes de la medianoche abundan los mitos y las tragedias, presentes en esos caminos, esas casas e iglesias.
En una de las caminatas de la pareja, Celine hace mención a una película que había visto de chica. Se trata de la principal inspiración de Antes de la medianoche: Viaje a Italia, de Roberto Rossellini. En este film, un matrimonio (Ingrid Bergman y George Sanders) viaja a Nápoles por un asunto inmobiliario, más por obligación que por interés. No es una pareja que esté pasando por su mejor momento e Italia parece introducirse en su interior, alterando su visión de si mismos y del mismo matrimonio. Es una película extraordinaria, provista de la fuerza de la naturaleza pero también de lo divino.
Como en Viaje a Italia, hay un aire de tragedia en Antes de la medianoche. En una secuencia, Jessie y Celine caminan por unas ruinas, bastante parecidas a las recorridas por Bergman y Sanders cerca del Vesuvio. La atmósfera es envolvente en ambas películas -consumiendo su narrativa-: los personajes transitan caminos arruinados, cargados del poder del tiempo. Ahí hubo amor y ahora no hay nada.
“Como la vida, aparecemos y desaparecemos”, dice alguien en un momento. Y, en efecto, es así: Antes de la medianoche trata más sobre las deudas del presente que del pasado. En Antes del amanecer y Antes del atardecer, había lugares exactos, precisos, reconocibles. La Grecia de Linklater prácticamente no es fotografiada como un lugar paradisíaco, a pesar de ser catalogada de esta manera por un personaje.
Es como si la ubicación geográfica quede en un segundo plano, afectado por los problemas conyugales de Jessie y Celine. Hay una sola secuencia en la que los protagonistas y el ambiente quedan en extrema correspondencia. La pareja está sentada en un bar viendo como el sol se esconde debajo de un monte, y sobre el final de la escena, el paisaje y los personajes son alcanzados por la oscuridad.
En esta película se pasa de la alegría a la angustia en segundos, casi siempre por la palabra. A diferencia de la oratoria más cordial de Antes del atardecer, en Antes de la medianoche las palabras tienen un peso más incómodo y lastiman como nunca. Un solo comentario puede hacer que la sonrisa se desdibuje de la cara del espectador, como ocurre en una escena en particular, en donde el público tiende a reírse más por nervios que por la esencia de lo que se dice. Y si nos hieren es porque conocemos a los personajes, vivimos una vida con ellos (sucede algo parecido en los documentales Up, de Michael Apted) y algunas palabras parecen herirnos tanto como a ellos.
Alcanzados por el tiempo, Jessie y Celine presentan cambios físicos notables con respecto a la última vez que aparecieron juntos en pantalla. Julie Delpy pasea un cuerpo más robusto y menos delineado que en Antes del atardecer, pero sigue estando tan natural y fascinante como siempre. Hawke –a diferencia de otros actores- mantuvo su físico a lo largo de los años pero son sus arrugas las marcas que le proporcionan una contradictoria faceta: su madurez física se enfrenta a sus comportamientos algo adolescentes.
Si bien la última media hora es angustiante como pocas porque expone el riesgo de la relación, en el resto de la película se pueden observar ciertos detalles que conforman a la grieta general de la pareja. Pero Linklater casi siempre (exceptuando la fea y caótica Fast food nation) fue un director sutil: a partir de gestos, miradas, pequeños y monosilábicos comentarios, se puede observar que a Jessie y Celina el tiempo los ha alcanzado. No sólo en lo físico (ya hablaremos de eso), sino en su relación. Jessie quiere que su esposa y sus hijas se muden a Chicago para estar más cerca de su hijo mientras que ella quiere vivir en París para tomar un puesto en una nueva oportunidad laboral.
Lo interesante de Antes de la medianoche es que plantea problemas que no son extraordinarios sino más comunes de los que parece. Y sin embargo, Linklater los eleva a un nivel casi mitológico. Antes de la medianoche hace plantear quién tiene razón en las múltiples peleas que se originan, y eso es una tarea muy difícil, de la que sinceramente no nos queremos hacer cargo. Deseamos únicamente que, como sea, se reconcilien en la primera discusión. Esto es el cine: la relación poderosa y eterna que logramos con personajes que son, al final, más reales que ficticios.