Series

Black Mirror y la ontología del presente

Por Luis García Fanlo

Black Mirror es, a mi juicio, la serie de televisión que se distingue claramente de todo el resto por encarnar en cada uno de sus episodios aquella obsesión de Michel Foucault por la ontología del presente. Black Mirror no es el espejo de nuestra realidad más o menos futura o más o menos actual sino la representación más perfecta que la televisión pueda lograr de una crítica de nuestra actualidad.

Digamos que el concepto de la serie busca conmocionarnos sobre los efectos de poder, saber y subjetividad que producen las innovaciones tecnológicas que habilita Internet y sobre nuestras prácticas que han naturalizado las redes sociales, los foros, la realidad virtual, la comunicación a través de la web, de una manera nunca antes lograda por cualquier otra tecnología de información y comunicación.

Le llevó años al cine, al teléfono, a la televisión convertirse en medios de comunicación e información de masas y su incorporación a la vida cotidiana de la totalidad de la población humana y, sin embargo, estas nuevas tecnologías que han revolucionado el teléfono, la televisión, el cine, la radio y la totalidad de las formas en que los humanos nos comunicamos, pensamos, sentimos, aprendemos, votamos, nos convertimos en consumidores o ciudadanos, se han hecho carne en nosotros de manera rápida, efectiva, inadvertida. Ya nadie recuerda como era la vida antes del chat, Whatsapp, Google, Facebook o Twitter, o como era jugar un juego analógico ante los juegos digitales y online. No sabemos, aun los que hemos vivido casi toda nuestra vida sin estos dispositivos, cómo vivir sin nuestro teléfono celular o los videos de Youtube o el mensajeo vía Internet.

Ese es el tema de Black Mirror. Historias de nuestro futuro anterior, de nuestro futuro próximo, de nuestra actualidad, que buscan desnaturalizar y hacernos pensar en lo que nos está sucediendo y en lo que nos estamos convirtiendo. Y hacernos reflexionar sobre ello. Eso es Black Mirror. Atroz, sin censura y sin límites, como toda serie británica que no busca caerle bien a la audiencia y no tiene ni un solo atisbo de populismo en su discurso, su estética o su propuesta ético-cultural. Y todo ello escrito, producido, compuesto, editado, creado, por el gran genio del audiovisual, Charlie Brooker, el niño mimado, respetado y temido de la poderosa BBC, que solo se anima a tres episodios por temporada y que en 2014 solo accedió a una emisión especial de Navidad ante las quejas, reclamos, pedidos, solicitudes y mensajes de cientos de miles de televidentes británicos y de todo el mundo que clamaban por una tercera temporada.

Quiero decir que no estoy de acuerdo con la definición de la serie que dan sus productores, los que ponen el dinero para hacerla, Endemol, cuando la nos dicen que es para los amantes de la tecno-paranoia. Endemol no es precisamente el mejor ejemplo de crítica de nuestra sociedad sino de los que hacen dinero, también con la crítica social. Black Mirror no es un producto de culto para nerds que usan pero a la vez odian la tecnología. Tampoco es un manifiesto anti-tecnología. Porque lo que muestra la serie, lo que critica, lo que describe, lo que pone en cuestión es lo que los humanos hacemos o nos dejamos hacer por esas tecnologías que nosotros mismos hemos creado. Y en ese tono critica nuestra total indiferencia sobre aquello que estamos produciendo y al mismo tiempo viviendo de forma inadvertida.

Black Mirror es precisamente ese espejo negro y roto que no refleja nada sino que anticipa una descripción densa del futuro próximo al que imagina, en el sentido kantiano del término, como un mundo distópico en el que los seres humanos vivimos en una zona de indiferenciación entre lo analógico-orgánico y lo digital-artificial y entre la ficción y la no-ficción. Los personajes de Black Mirror han naturalizado la tecnología de tal manera que ya no la consideran como algo externo a su práctica pero tampoco como aquella extensión del cuerpo que proponía McLuhan, sino como el sol, la tierra, el agua, pura naturaleza y determinación dada de una vez y para siempre.

En esta Navidad blanca, en la que se destaca como protagonista excluyente el gran actor Jon Hamm (Mad Men) la distópica de Brooker supone una radical y aterradora reactualización de Vigilar y castigar de Michel Foucault en la que la tecnología permite desdoblar el adentro del afuera, la interioridad de la exterioridad, literalmente encerrando el afuera y liberando el adentro de una manera que redefine total y absolutamente el significado de la libertad, los derechos humanos y las relaciones sociales tal como las conocemos.

Y el resultado queda a cargo del televidente. Black Mirror no tiene una moraleja, no busca generar conciencia, y no despliega ningún tipo de dispositivo prescriptivo o moral. No dice si lo que muestra está bien o mal y en todo caso cuales serían las alternativas. Todo el trabajo de interpretación, crítica, aceptación o rechazo, debe hacerlo cada uno de nosotros, individual o colectivamente, pero sin la ayuda del texto televisivo. De modo tal que Black Mirror supone una transgresión del mismo concepto de programa de televisión al no asumirse como tecnología de sí para los telespectadores.

Es solo un espejo negro y roto que no refleja nada.

Luis García Fanlo

Luis E. García Fanlo (Buenos Aires, 1957) Doctor en Ciencias Sociales y Sociólogo (UBA). Investigador del Área de Estudios Culturales (IIGG-UBA). Investigador del Centro de Investigaciones en Mediatizaciones (UNR).