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La producción actual de series de televisión se ha convertido en una máquina industrial que no puede darse el lujo de detenerse ni un solo instante porque la demanda tiende a infinito y los sujetos telespectadores y los fans no cesan de solicitar nuevas y cada vez más sofisticadas historias.
Los guionistas están de parabienes pero la escritura en cadena de montaje no es buena amiga de la originalidad y mucho menos de la sensatez, de modo que proliferan las precuelas y secuelas tanto como las remake y las reimaginaciones; se reactualizan y se resetean series exitosas a las que se cambian los personajes y hasta el género para que duren una temporada más y excelentes historias quedan malogradas porque como tienen grandes audiencias no pueden darse el lujo de simplemente terminar cuando debían y podían hacerlo.
En ese contexto decir que se acaba de estrenar una serie de televisión del género “piratas del caribe” y que se presenta como una precuela de un libro (no de otra serie o de una película) que no es otro que “La isla del tesoro” del gran escritor inglés Robert Louis Stevenson, no nos da ninguna confianza a priori sobre su calidad ética o estética más allá de pensarla como un divertimento para niños y niñas en edad escolar.
Pero para hablar de series hay que visionarlas y eso es precisamente lo que hice aunque previamente, como es habitual, hice la tarea y me informé sobre quienes la producían, la escribían y la protagonizaban (los tres elementos básicos, no necesariamente ensamblados, de toda serie de televisión: productores, guionistas y actores).
Ya nos impacta el saber que los creadores de la serie son Jonathan E. Steinberg (“Jericho”, “Human Target”) y Robert Levine (“Human Target”, “Touch”) y están acompañados en la producción ejecutiva por Michael Benjamin Bay (“Transformeres”, “Armageddon”, “Pearl Harbor”); c (“The Texas Chainsaw Massacre”, “The Amityville Horror”, “Friday the 13th”, “A Nightmare on Elm Street”); algo así como el seleccionado mundial de lo mejor de la puesta en escena de grandes historias del género fantástico y de terror.
Luego, que la responsable de la serie sea la prestigiosa cadena de televisión Starz y que aún sin estrenarse ya tenga confirmada una segunda temporada; la música del genial Bear McCreary (“Battlestar Galactica”, “Caprica”, “Human Target”, “The Walking Dead”). A todo esto se suman las actuaciones protagónicas del gran actor de teatro, cine y televisión británico Toby Stephens encarnando al Capitán Flint, quien encabeza un destacado elenco coral.
¿Y bien? La serie narra la historia del Capitán Flint y su tripulación en busca del barco español que transporta desde América hacia Europa las más grandes riquezas provenientes de las colonias americanas con una lograda actuación de todos y cada uno de los actores (el cast es excepcional), una espectacular ambientación y puesta en escena.
Además, posee la original capacidad de los guionistas para encontrarle la vuelta al género y siendo fieles mostrarnos una visión realista, crítica y compleja del mundo de vida de los piratas, con su democracia e igualitarismo plebeyo en una época de reyes y colonialismo, sus códigos y sus reglas prácticas que regulan tanto su vida cotidiana como su trabajo de piratas y fundamentalmente, y aquí reside lo mejor de la serie, de su estrecha relación y vínculos con la sociedad capitalista. Porque para estos piratas el ser corsario es un trabajo como cualquier otro que requiere, además, una administración como cualquier otra industria, y desde luego una vida más allá del “horario de trabajo”; pero además porque lo que roban lo venden a los más selectos y respetados comerciantes de la Corona quienes se encargan, a su vez, de devolverlos al mercado acumulando ganancias extraordinarias.
De modo que la realidad y la ficción se entrecruzan y ensamblan para producir una diégesis realista que es lo que le otorga a la serie no solo un verosímil de género sino también, y lo más importante, un verosímil social del siglo XVIII que sin recurrir a la metáfora ni la alegoría habla también de nuestro presente.